“Aquella tarde dorada”, de Peter Cameron

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LIBROS

 “Es máxima virtud del libro encararlo en tono de comedia, con placidez, haciendo que el pasado simplemente se desvanezca cuando ya no podemos aguantar su peso”

 

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Peter Cameron
“Aquella tarde dorada”
LIBROS DEL ASTEROIDE

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

Consagrado como escritor, aun cuando lleve cuatro años sin publicar, dedicado a la docencia, y encajado en el papel de cronista oficial del Nueva York que intenta ser moderno y no es más que desquiciado –como se puede comprobar en “Algún día todo este dolor te será útil”, ya reseñado aquí–, puede resultar curioso revisar la novela inmediatamente anterior de Peter Cameron, que dedica a otras latitudes y que recientemente ha traducido Libros del Asteroide. A otras latitudes y casi a otro tiempo.

La novela parte de regustos norteamericanos, eso sí, de la misma Universidad de Kansas en la que un doctorando –Omar Razaghi– quiere escribir una biografía sobre un famoso –a pesar de contar con una única novela, ‘La góndola’– escritor: Jules Gund. Se desplaza por ello a una quinta apartada de Uruguay para hablar con los tres albaceas del autor, que en un principio le han negado su permiso. Allí encuentra a su viuda y su amante, que conviven en esa quinta con la hija de esta última y el escritor, y a su hermano, que ha reconvertido un antiguo molino cercano para él y su pareja, Pete, un joven anticuario asiático. La estancia del universitario allí centra el grueso de una trama donde se va a potenciar la desesperada búsqueda de esa aprobación.

Así pues, el esqueleto principal descansa en los personajes, bien construidos, de verosímil trazado; no solo el estudiante, que se enfrenta a una iniciación de la que su vida no saldrá indemne, sino la viuda –Caroline– pintora frustrada y llena de un rencor sin objetivo o el hermano, Adam, de un cinismo devastador y de ingenio bastante para darle la vuelta a cualquier convención. Sin embargo, el personaje que está apuntado con verdadera ternura, con una hondura que lastima, es Arden, la antigua amante, la única que lucha por evitar la castración sentimental.

También es una novela de espacios, no sólo la casa de Jules Gund, que como los personajes intenta conservar un resto de dignidad en lo que está a punto de ser decrépito, sino el paisaje que la rodea, el camino que lleva al antiguo molino, los bosques que lo flanquean, las colinas… Todo está pintado con una paleta de exquisita precisión cromática, las hojas, la tierra, el jardín de la casa… Tanto que en ocasiones parece que nos encontremos frente a esa idealidad romántica a lo Rousseau o esos caracteres de Henry James, en una novela en que el tema del amor –su tema, al fin y al cabo– está tratado con un optimismo natural, como el vencedor de una lucha contra la falsedad.

El peligro del sentimentalismo, sin embargo, se esquiva. No hay melodrama, no hay grandilocuencia, afortunadamente, y la moralidad está lejos de marcarse de ningún modo. No hay lecciones, si acaso la única es que las cosas ocurren porque deben ocurrir y porque las decisiones que tomamos las provocan, los dos factores a la vez. Y es máxima virtud del libro encararlo en tono de comedia, con placidez, haciendo que el pasado simplemente se desvanezca cuando ya no podemos aguantar su peso.

 

 

Anterior crítica de libros: Bowie, de Simon Critchley.

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