Andrés Calamaro relata su concierto junto a Bob Dylan

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“Sin concentrarse en guitarras eléctricas minimalistas, ni en su tradicional estampa acústica; se ofreció a la eternidad en un ejercicio perpetuo de (entiéndase bien) seriedad artística, altísima oferta histórica y búsqueda permanente del arte cautivo”

 

En exclusiva para Efe Eme, Andrés Calamaro comparte con nosotros su experiencia como telonero de Bob Dylan en San Sebastián, el único que repitió abriendo el concierto para el maestro norteamericano, con el que ya giró en 1999. De maestro a maestro.

 

 

Texto: ANDRÉS CALAMARO.

Foto: TWITTER ANDRÉS CALAMARO.

 

 

Eskerrik asko

Ensayamos bien nuestro concierto en el barrio de Tetuán, en unos solitarios locales en Tablada 25, testigos ellos de treinta años de tiempos que supieron ser distintos. Allí nos ensayamos, primero con la guitarra de Julián y al piano de Germán, y una segunda semana de tres ensayos con Antonio en armónica.

San Sebastián superó nuestras expectativas porque sencillamente no esperábamos un público entregado “con nosotros”. Interrumpiendo con aplausos las canciones, después de una estrofa o un solo de Serrano (que llegaba en el día de Holanda, de tocar con los dos grupos históricos de Paco de Lucía, con Chick Corea de pianista) y ofreciéndose respetable entusiasmo. Fue un concierto más alegre y encendido que el último que ofrecimos en esta misma ciudad hace poco más de un año y sin Bob Dylan. El publico del North Country, adonde vengo desde hace casi 25 años, se supone tibio, pero exigente degustador de cultura, tanto gastronómica como cinematográfica o musical.

Un Dylan tan inspirado y perfectamente entregado a una interpretación generosa, como quien pasea con honor un testamento musical y vital, nos hacía suponer que no era nuestra la noche y podríamos habernos limitado a cantar lo mejor posible para el tibio aplauso de los “Friends of Bob”… Pero fue una gran sorpresa encontrarnos con un respetable entusiasmado y entregado, con muchas camisetas –literalmente– puestas para nosotros, que interpretamos bien, con inspiración y en un formato de “cámara” que nos gustó a todos: tres instrumentos para tejer un telar de sonidos elegantes, llenos de intención en la armónica de Antonio, y secundando a los solistas desde la delicada mancuerna del piano de Jero y la guitarra de Julián.

Para nosotros fue “mejor imposible” y para aquellos que esperábamos escuchar (y ver) a Bob Dylan, también. Porque fue una clase magistral de quien ya, de por sí, es un maestro y una leyenda viviente. Y el concierto que ofreció colmó las expectativas. Una interpretación profunda, inspirada y total. Sin concentrarse en guitarras eléctricas minimalistas, ni en su tradicional estampa acústica; se ofreció a la eternidad en un ejercicio perpetuo de (entiéndase bien) seriedad artística, altísima oferta histórica y búsqueda permanente del arte cautivo. El publico “dylanita” estaba extasiado, agradecido y feliz. Lamentablemente, aquellos encargados de contarlo (de escribirlo y guardarlo en la cápsula del tiempo que es la palabra escrita e impresa) perdieron –hace tiempo– la capacidad de admirar; administran el fetichismo y el desprecio para beneficio de su propio ombligo. Amplifican y aíslan defectos o virtudes, para ofrecer al público al artista como víctima. Pero la voz que aturde es la de la conciencia, aunque hay desayunos más recomendables que despertarse y leer los periódicos. Y la conciencia dicta que fue una noche memorable. Ideal para nosotros y trascendental para el frente “dylaniano” que vio florecer delante de sus (nuestros) ojos un auténtico testamento vivo. Vale aclarar que la producción es exigente en cuanto a la puntualidad y la ausencia de aparatos fotográficos, pero nosotros nos sentimos tratados con respeto, probamos sonido el tiempo que necesitamos, tocamos nuestros cuarenta minutos reglamentarios con alegría y nadie se pronunció en cuanto a contrastes en el sonido.

Ocurre que el concierto de Dylan es muy vocal, la dinámica del grupo (que le acompaña) es funcional a la prioridad del canto que es arte mismo de Bob Dylan. El sonido como beneficio dinámico para cantar y escucharle cantar. No es un concierto de presión eléctrica… y sembró un status de conciencia artística grande. Para nosotros fue nuestro concierto, porque somos obsesivos con las buenas sensaciones en el escenario que pudimos conquistar. Recibimos aplausos (saludé “desde los medios” en dos oportunidades) desde todos los rincones de la Plaza de Toros cubierta, razón por la cual tengo que suponer que Ángel Martos pudo ofrecer un sonido suficiente, de calidad y color. Una noche espléndida.

 

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