Adiós a Moncho, la voz apasionada del bolero

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El bolerista Moncho en una imagen de 2017. Foto: Xavier Torres-Bacchetta/Satélite K.

“Moncho fue surcando las décadas con una profesionalidad encomiable, cada vez más respetado y querido”

 

Despedimos a Moncho, la gran voz del bolero, con este recorrido por su obra, a modo de homenaje, escrito por Luis García Gil.

 

Texto: Luis García Gil.

 

Con Moncho (Ramón Calabuch Batista) muere una forma apasionada de entender el bolero. Pocos supieron imprimirle el sello y la impronta que el gitano del barcelonés barrio de Gràcia otorgó a un género muy apegado a cierta sentimentalidad del país, la que estudiara con lucidez Manuel Vázquez Montalbán.

Moncho prestó al género la densidad emocional requerida, partiendo de referencias concretas como la del venezolano Lorenzo González que solía actuar en los entoldados de feria de aquella España de posguerra. También Lucho Gatica, la voz de humo, se cruzó en ese camino de aprendizaje como bolerista. El discípulo terminó siendo reverenciado por el maestro.

Antes de aquello Moncho debutó como solista en una sala de la playa de Caldetes, en el Maresme, compartiendo honores con Mary Santpere y el Dúo Dinámico, con quienes compartió afectos, bolos y grabaciones. Corría el año 1959. Luego fue fajándose en otros escenarios, como el mítico, jazzístico y barcelonés Jamboree, sito en la Plaza Real. Los años sesenta fueron claves para que el estilo de Moncho fuera consolidándose y se afianzara en la técnica del rubato, sabiendo controlar el tempo de una canción. En ese crecimiento fue clave el músico cubano Ramoncito, que creó a finales de los años sesenta el Tropical Combo, una formación con repertorio salsero que va unida también a la biografía musical de Moncho.

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Moncho se empapó de una atmósfera musical abierta, la misma que recorría la Rambla hasta altas horas de la noche. Cuando paraba en el Bar Tequila de la calle Escudellers se dejaba seducir por Cheo Feliciano y el sexteto de Joe Cuba. Y aquello fue fluyendo hasta que llegó un fogoso primer epé de cuatro canciones (para Discophon, que buscaba sustituto a Peret tras cambiar de discográfica) de rumba catalana que incluía “El negro bembón”, de Boby Capo. Pero Moncho donde quería hacer fortuna era en el bolero. Y ahí consagró sus energías ,estrenándose en 1969 con un primer elepé donde ejercía de bolerista, grabando temas que ya le pertenecieron desde entonces, como “Llévatela” o “Encadenados”. Como arreglistas, se acompañó de cuatro talentosos músicos: Francesc Burrull, Joan Lluís Moraleda, Bebu Silvetti y Ricardo Miralles. Entre los autores estaban Armando Manzanero —con varios boleros marca de la casa—, Benny Moré, Myrta Silva, César Portillo de la Luz o Carlos Arturo Briz.

El segundo elepé de Moncho confirmó las buenas sensaciones del primero con una gran producción, texto introductorio de Terenci Moix y arreglos inspiradísimos del gran Ricardo Miralles, que aquel año 1971 se había separado de Joan Manuel Serrat, perdiéndose la grabación del histórico Mediterráneo. Todo lo mejor de Moncho como intérprete está en este disco, con la producción y la instrumentación adecuada. Se apropió, entre otras, de “No” de Manzanero, “Bravo” de Luis Demetrio —que había hecho fortuna en la voz de Olga Guillot— o “Mañana puedes irte” de Chico Novarro. Miralles aporta al sentimentalismo de Moncho, a los tópicos ineludibles de algunas textos, una mirada musical personalísima y osada. De esa conjunción nació un álbum notable en el que el bolero y el jazz establecen un diálogo lleno de sugerencias.

La figura de Moncho iría agrandándose con alguna que otra gira triunfal, como la que emprendió por Cuba en 1976, que tendría continuidad en años sucesivos. Las visitas habaneras de Moncho generaban una inusitada corriente de fans, hasta que puso un ritmo inapropiado a unos versos de Martí y la cosa se enfrió. Llegaron algunas grabaciones de menor enjundia y también un litigio con Discophon, que le forzaría a un silencio discográfico de un lustro para retomar su carrera discográfica con Zafiro. De todas sus grabaciones de los años setenta aquella con Miralles fue la mejor.

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Hasta los años noventa no encontró Moncho la revitalización musical necesaria gracias al sello Horus y a la entrada en escena de Josep Mas «Kitflus» como productor. En las sesiones de aquellos discos los créditos hablaban por sí solos, con la aportación de músicos de la talla de Carles Benavent, Toni Carmona o Pedro Javier González. Moncho graba en los noventa Conversaciones en tiempo de bolero, Historias de amor o Paraules d’amor, que será el primero de sus tres discos en catalán. En este álbum despunta un bolero que Joan Manuel Serrat escribe expresamente para él: “Massa per mí”. En estos años entra en escena Concha Valdés Miranda, la compositora cubana, que le entregará boleros arrebatadores y carnales, a la altura que su voz merecía, como “Házmelo otra vez” (que sonará en Jamón, jamón, de Bigas Luna), o “Sangre de bolero”, que formó parte del disco Quédate conmigo y que dio título además al libro que Jordi Rueda dedica a Moncho. Quédate conmigo grabado en el año 1999 es otro de los grandes trabajos de Moncho, de esmerada producción y con artistas invitados como Ketama, Mayte Martín, Dyango o Eliades Ochoa. Alejandro Sanz se cayó a última hora —en un feísimo gesto de su discográfica— pero estuvo Serrat, con quien Moncho borda “Sinceramente tuyo”, demostrando la querencia de Serrat por Moncho y por el bolero como influencia felizmente asumida.

En los boleros de Moncho hay mucha noche vivida, salas de fiestas de la memoria cantada, locales recónditos donde el gitano cantor puso alma, corazón y vida. En una foto ochentera le vemos jaleando con El Pescaílla el baile que se marcan Lola Flores y el pianista cubano Mayito Fernández en la pista de la sala barcelonesa Las Vegas. La rumba festera se cruza con el bolero y con el aluvión de vidas itinerantes que forman parte del mundillo musical. Moncho fue surcando las décadas con una profesionalidad encomiable, cada vez más respetado y querido, con esa bonhomía que le caracterizaba.

Llegaron más grabaciones: dos discos más en catalán o aquel titulado Inolvidablemente, que grabó en Cuba con arreglos en los que ya se dejaba ver como director musical del cantante Antonio Olaf Sabater. La participación de músicos de la isla presta una sonoridad especial a esta grabación en la que Moncho incluye boleros muy populares como “Soy lo prohibido”, de Roberto Cantoral y Dino López, o “Adoro”, de Manzanero, junto a canciones melódicas como “Noelia”, del tándem Guijarro-Algueró, o “Abrázame”, de Rafael Ferro y Julio Iglesias. Moncho se atrevió hasta con “Lía”, de José María Cano.

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En los últimos años la grabación que mejor resume el legado de Moncho es el directo conmemorativo Sangre de bolero (Satélite K, 2012), que inmortaliza el recital en el Palau de la Música de Barcelona, celebrando cincuenta años de música con excelentes y queridos compañeros de viaje como Sergio Dalma, con quien compartió “Contigo aprendí”.

«El bolero como un beso / se posaba en mi canción / el bolero me ha escogido/ para ser su trovador…». Puede que no haya versos más iluminadores que estos de “Sangre de bolero”, versos que autorretratan el propio viaje musical emprendido por Moncho, que ha acabado cuando iban a ofrecerle otro merecido homenaje en la Barcelona de le vio nacer y triunfar artísticamente. El bolero en su voz seguirá viviendo eternamente.

 

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