A fine mess, de Interpol

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DISCOS

«No pierden un ápice del fuelle que los catapultó al oro como pioneros del post punk revival allá por el año 2002»

 

Interpol
A fine mess
MATADOR RECORDS/EVERLASTING, 2019

 

Texto: SARA MORALES.

 

Vuelven apresurados los tres de Interpol con un puñado de nuevas canciones. Y lo hacen a tan solo unos meses de distancia de Marauder, su álbum de 2018 con el que sedujeron a la crítica, revalidaron monaguillos y asediaron neófitos. Porque la urgencia que profesa este nuevo epé, superados los tiempos con los que suele trabajar el trío neoyorkino (normalmente un disco cada tres o cuatro años), circunda el sonido sobre el que se asienta: más enérgico y más rápido que otras veces, más fulminante, incluso.
No pierden un ápice del fuelle que los catapultó al oro como pioneros del post punk revival allá por el año 2002, insisten en esa fórmula tan distintiva, tan suya, de fusionar el lamento lírico con el retro rock y el paisajismo urbano; pero en esa determinante fidelidad a sí mismos que desempeñan con elocuencia —y a sabiendas de ya no habrá más «PDA’s», ni «Evils»— todavía hay margen para la sorpresa encaminada hacia una evolución coherente y recta.

La brisa de estos cinco temas no se aleja demasiado del álbum que los precede, de hecho fueron grabados al mismo tiempo y en el mismo lugar: en los estudios Tarbox del productor Dave Fridmann, al norte del estado de Nueva York. Pero dentro de esta ingravidez buscada, A fine mess sí despunta hacia una apuesta por el estruendo, el noise y el caos arrebatador, a pesar de contener dos piezas que algo más risueñas y melódicas amenazan con romper el equilibrio: «No big deal» y «The weekend».

Y eso que «Thrones» envuelve y arrastra por todos sus recovecos, que son muchos, en esa entropía delicada donde las guitarras y el bajo se imponen a la voz; o «Real life» que, ya ovacionada en los últimos directos de Interpol, se adhiere a la memoria con coros hechiceros y el tiempo acertado para la pausa, el golpe de cuerda y la palabra de Paul Banks.

Todas ellas cumplen con la labor de pequeñas hipérboles sonoras del conjunto de la obra de Interpol, y aciertan en su cometido si, además, las contemplamos —desde la cercanía o la distancia— como continuadoras de un reguero marcado por veinte años de canciones, asumiendo que «Fine mess», el tema que abre este nuevo trabajo, es ese nexo enérgico y visceral entre pasado y presente.

Anterior crítica de disco: La distancia, de McEnroe.

 

 

 

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