La distancia, de McEnroe

Autor:

DISCOS

«Combinan exquisitez en los arreglos y precisión al componer»

 

McEnroe
La distancia
SUBTERFUGE, 2019

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

Cuando uno escucha varias veces La distancia, el sexto álbum de los vizcaínos McEnroe, se da cuenta de que está calado hasta los huesos de la especial sensibilidad que destila en cada canción, gota a gota, hasta traspasarnos. Tras las experiencias con The New Raemon, proyectos en solitario y bandas sonoras que les han llevado cinco años de parón, de nuevo hacen lo que tan bien saben hacer: combinar exquisitez en los arreglos y precisión al componer. Si añadimos que la voz de Ricardo Lezón sabe infundirle alma a cada frase, tenemos esa mezcla que empapa sin apenas notarlo.

Una voz, la de Lezón, que sabe ser nocturna, grave, pero versátil, que parece deslizar las palabras saboreándolas y que sutilmente sabe adquirir texturas e influencias. El piano lento y sostenido de “Seré tú” adopta al llegar las cuerdas un aire a lo Tindersticks o The Divine Comedy. Y, como ellos, se dedican —es un disco de continuidad, no hay nuevos caminos— a cantar al amor y a las relaciones humanas. La distancia es esa medida justa en la que nos damos calor sin herirnos. No es más que la parábola del erizo de Shopenhauer.

Si acaso, acrecientan en este proyecto el piano y la tranquilidad. Las teclas sujetan “Seré tú” y “La distancia del lobo —esta con más guitarras y un impresionante crescendo final—, sólido y atmosférico a la vez. Y también sostienen de manera obsesiva “El buen invierno”. Tanto esta, como la anterior, “Luciérnagas” remedan —quizás sin saberlo ellos— esa música ligera tan melancólica de los setenta, la que nos traían cantantes italianos. Los constantes acordes de la guitarra en “Luciérnagas” son los que sostenían el “Bella sin alma” de Richard Cocciante.

Sí que hay momentos más rítmicos. Los potencian por ejemplo en “La gran belleza”, que toma más cuerpo, pero incluso en esta la voz va cogiendo temblores —sin resultar en ningún momento impostada— conforme los recuerdos pasan. Pero si destaca por algo es por esas notas suaves al principio que en las mejores canciones van convirtiéndose en tensión de crescendo, “Luz de gas” es el ejemplo en que la palabra, dicha casi en susurros, abre la puerta para que escape todo el viento de la emoción en los instrumentos. Es una amalgama bien tejida que a veces —como en “La vereda”, pero en otras muchas también— parece el justo medio que absorbe a Antonio Vega y a Lou Reed.

Pero si hay una canción realmente candidata a clásico es “Asfalto (Libres los animales)”, que trata las relaciones paterno-filiales. La letra está focalizada desde la hija de Ricardo Lezón —Jimena— quien además presta su voz. El piano que comentábamos, fraseos cercanos a Décima Víctima, el tono casi angustioso, el coro… Si la verdadera marca de calidad de una canción es que emocione, esta lo hace a chorros. Quizá La distancia no llegue a ser uno de los discos más prestigiados en esas listas de final de año, pero desde luego “Asfalto (Libres los animales)” luchará por el puesto de mejor canción.

Anterior crítica de discos: King cross, de Jay-Jay Johanson.

 

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