Punto de partida: Marc Gili (Dorian) y The Cure

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«Me enamoré para siempre de ese sonido tan tenebroso y claustrofóbico como rebosante de sentimiento y de honestidad»

 

A finales de los noventa, el vocalista y compositor de Dorian, Marc Gili, tenía claras dos cosas: que iba a dedicarse a la música y que The Cure era una de las bandas de su vida. Lo primero es vox populi desde hace casi dos décadas, tiempo que lleva dedicado —con una imparable actividad discográfica y escénica— a Dorian, que acaban de reeditar uno de sus discos clave, La ciudad subterránea. Pero, probablemente, nada sería igual si no hubiese escuchado un disco que supuso un punto de inflexión en su vida: Disintegration, de los británicos The Cure. Aquí nos cuenta por qué.

 

The Cure
Disintegration
FICTION RECORDS, 1989

 

Texto: MARC GILI / EFE EME.

 

Mi disco elegido es Disintegration (1989), de The Cure. Soy fan de la banda desde los trece años, edad en la que Three imaginary boys (1979) —que fue el álbum de debut de los de Robert Smith— se cruzó en mi camino gracias al hermano mayor de un amigo del colegio. Entre esta obra y Disintegration van diez años, tiempo suficiente para que The Cure se convirtiera en una de las agrupaciones más influyentes de los años ochenta y de las décadas posteriores.

Tengo casi todos los discos relevantes de The Cure, algunos en cedé y otros en vinilo. Si la memoria no me falla, adquirí Disintegration en la tienda Revolver de Barcelona a finales de los noventa. Para entonces la música ya se había convertido en mi vida, y tenía claro que iba a hacer todo lo que estuviese en mi mano para dedicarme profesionalmente al noble arte de hacer canciones.

Disintegration es, desde mi punto de vista, la gran obra maestra de The Cure, pues resume todo o casi todos los parámetros de su sonido y de su estética. Antes de obtenerlo ya me había obsesionado con Seventeen seconds (1980), Faith (1981) y Pornography (1982). Cuando hablo de obsesión, lo digo en serio, escuchaba esos discos todas las semanas, al regresar del instituto, encerrándome a oscuras en mi habitación. Por medio de ese ritual adolescente empecé a penetrar en los recovecos más oscuros y retorcidos del sonido de The Cure. Qué extraños sonaban los arreglos de bajo y guitarra de esa banda, qué fríos y cautivadores los sintes, qué distantes y paquidérmicas las baterías. Me enamoré para siempre de ese sonido tan tenebroso y claustrofóbico como rebosante de sentimiento y de honestidad.

Y sin embargo, con el paso del tiempo, Disintegration es el álbum que más he escuchado de ellos en todas las etapas de mi vida. El motivo es que, posiblemente, sea su obra más completa y las más equilibrada, aunque su compañía de discos, en la época, consideró que era un suicidio comercial, debido al regreso de la banda a la oscuridad y la densidad de su sonido original, tras el éxito «pop» de su álbum Kiss me, kiss me, kiss me (1987). Bien, al final Disintegration terminó vendiendo millones de copias, siendo además un éxito en Estados Unidos. Moraleja: no escuches a tu discográfica, escucha a tu corazón.

Volviendo a lo que decía al principio, lo cierto es que Disintegration es, quizá, el disco más equilibrado de The Cure. Por un lado, en conjunto, el álbum no resulta tan claustrofóbico como sostenía su compañía de discos, ya que contiene hermosas gemas como “Love song”, “Pictures of you”, “Lullaby” o la majestuosa apertura que es “Plainsong”. Estas joyas pop actúan como perfecto elemento de aire y descompresión entre piezas que sí son deliberadamente oscuras, como “Closedown”, “Last dance” o “Fascination street”, una de las composiciones más complejas y perfectas de toda la carrera de la banda.

La grandeza de Disintegration se sostiene pues sobre un equilibrio perfecto entre las luces y las sombras, constituyendo la cuadratura del círculo del sonido de The Cure. El concepto de contrapunto entre aire y asfixia, entre brillo y oscuridad, entre gozosa ensoñación y pesadilla, alcanza aquí su máximo grado de tensión y desarrollo, pues está presente en todo el disco.

El mundo del pop no volvió a ser lo mismo tras Disintegration. Robert Smith alcanzó aquí su máximo grado de madurez compositiva y logró hacer la obra maestra que siempre había perseguido. Para Dorian el álbum fue una gran fuente de inspiración, sobre todo en nuestro tercer disco, La ciudad subterránea (2009), que hemos reeditado recientemente en cedé y por primera vez en vinilo.

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