80 años de El extranjero, de Camus, uno de los amuletos de Bowie

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«En ese ejercicio de libertad creativa absoluta y desprejuiciada, sin límites, sin restricciones y totalmente despendolado es donde brilló Albert Camus. Igual que, en la música, lo hizo David Bowie. El máximo representante del arte camaleónico»

 

Con motivo del 80º aniversario de la publicación de El extranjero, de Albert Camus, traemos al presente su trasfondo para descubrir de qué manera influyó en la obra de David Bowie. Una serie de planteamientos filosóficos y corrientes de pensamiento que el Duque Blanco también dejó plasmados en algunas de sus canciones.

 

Texto: SARA MORALES.

 

Es curioso, Albert Camus (1913-1960) siempre huyó de las etiquetas con las que sus coetáneos y la historia han asociado su obra, las mismas que todavía hoy nos siguen sirviendo para definir su legado. En su tiempo, le apodaron “el profeta del absurdo”, estigma que rechazó desde las páginas de El enigma y en varios de sus artículos periodísticos. Él no seguía la corriente del absurdismo, confesó en varias ocasiones; las situaciones que planteaba en sus escritos tiraban más hacia un realismo individual que, sí, se distanciaba bastante de una representación exacta del mundo, pero cobraba su máximo sentido en la libre interpretación del individuo (ya fuera a través de sus personajes o del ser humano en general) con su propio pensamiento y su percepción de la realidad. Tampoco se sintió nunca demasiado cerca del existencialismo, a pesar de que esta corriente, en su versión alemana, influyera de un modo evidente en su manera de pensar y de escribir. Los razonamientos filosóficos de Nietszche y Schopenhauer fue de dónde comenzó a beber Camus y, aunque era más afín a los planteamientos del concepto de libertad propuestos por los germanos, que al nihilismo del primero y el pesimismo del segundo, lo cierto es que la influencia de ambos sobrevuela constantemente la obra del francés.

En ese ejercicio de libertad creativa absoluta y desprejuiciada, sin límites, sin restricciones, sin clichés que hicieran de techo y totalmente despendolado en el plano filosófico-literario es donde brilló Albert Camus. Igual que, en la música, lo hizo David Bowie. El máximo representante, en la historia contemporánea, del arte camaleónico, de la progresión y el experimentalismo musical. Dos tahúres pues, cada uno en lo suyo, del libre albedrío y de la responsabilidad individual.

 

Diferente al resto, venido de otro lugar

El extranjero, la primera novela de Camus, ha cumplido este 2022 ochenta años. Publicada en 1942, continúa representando una de sus obras más provocadoras, por encima incluso de La peste (1947), al poner sobre la mesa el desgarro de un contexto oscuro y gris (la Europa de la Segunda Guerra Mundial cuando lo escribe Camus, la Argel de la época colonial en la trama) y la pérdida de valores y de fe que sufre el ser humano. Todo ello se personaliza en la figura de Meursault, protagonista de la historia, que encarna una profunda apatía por todo lo que le rodea hasta el punto de sentirse extranjero de su propio entorno y de su propia vida. Exactamente como se sentía un jovencísimo Bowie cuando asistía a los primeros años de su despertar cultural desde el barrio de Bromley, en Londres, en plena resaca de posguerra, cuando se adentró en el coro de la escuela y comenzó a tocar la flauta despuntando en imaginación y dotes muy por encima de la media. También en el baile.

Un marciano que más tarde, a base de anhelos, agitación y melodías poéticas, se cuestionaría la existencia en otros planetas a través de una canción, “Life on Mars?” (1971). Un ser de otro mundo, llamado Ziggy Stardust, que hasta había vendido el suyo propio un año antes con aquel álbum eterno, The man who sold the world (1970). Un extraterrestre que, por sus versos abstractos, también fue tildado de resguardarse en lo absurdo, pero cuya postura supo defender alegando —y repitiendo una y mil veces— que el que escucha (o lee) también debe poner de sí mismo para llegar a comprender. Y ahí volvemos a la teoría de Camus: la libre interpretación del individuo aguarda más realismo que la realidad impuesta o evidente, aunque solo sea porque es la de uno mismo, la que siente y la que le conmueve o le lleva a tomar partido.

Rebeldes ante lo establecido —”Rebel, rebel”, 1974—, ante lo que acontece, en una visión muy particular de las situaciones que nos rodean. Una lectura de los hechos que, como la de Camus y la de Bowie, denuncian en primera instancia una sociedad que parece olvidar a las personas. De la deshumanización y la humanidad sabía mucho el Duque Blanco, por eso le vimos convertirse en tantos Bowies como quiso, a la vez que se iba deshaciendo de cada uno de ellos, aunque posiblemente nunca lo hiciera del todo. También por eso se enfrentó en primera persona (“Next day”, 2013), y menos críptico que de costumbre, a los pesares y las angustias de las sociedades, llámense religiones, políticas o económicas. De todo eso está plagada también la herencia del escritor.

 

La muerte, el fin último

Meursault, el protagonista de El extranjero, no denota ninguna empatía por nada —la muerte de su propia madre no parece siquiera conmoverle—, pero esa lejanía, esa frialdad deshumanizada es la consecuencia del mundo al que asiste. Pasividad, escepticismo y un planteamiento apático de la existencia, como resultado de haber hallado y experimentado una diferencia tan abismal entre el ideal —lo que busca el ser humano— y lo real —lo que encuentra—, que la decepción es devoradora. Frustrante.

A Bowie, durante su carrera, le vimos merodear, aunque sin esa distancia de Meursault y con una gran sensibilidad, por las mismas preocupaciones que plasma Camus en su novela. “Modern love”, canción del álbum de 1983, Let’s dance, entre destellos souleros y new wave, no deja de ser una pugna entre Dios y el hombre. Entre las dudas y la fe, entre el sentido idealista frente al sentido terrenal, ya sea ante cuestiones trascendentales o ante hechos más banales. Da igual, se trata, al fin y al cabo, de la decepción del ser y estar, que diría Camus.

¿Y la imponente “Lazarus”, con la que Bowie se despidió del mundo y de todos nosotros? Pues otra oda espiritual, sobrecogedora y desgarrada, en una charla con la muerte, de tú a tú, durante los últimos vestigios de vida ¿Existencialismo? Totalmente. La etiqueta de la que siempre renegó Camus pero a la que recurrió, sin pretenderlo, una y otra vez. Etiqueta y asunto recurrente también en las canciones del músico inglés que, en esta declaración de intenciones, tomó un cariz ciertamente religioso, al igual que el protagonista de El extranjero se llega a plantear si la felicidad se encuentra o no en las creencias y en la religión, o en la confianza en una sociedad cuyos mecanismos dejan fuera las necesidades del alma humana.

No cabe duda de que Sir Bowie leyó a Camus, se sabe que esta novela se encontraba entre las predilectas de toda su obra. Del mismo modo que la creación de realidades paralelas (o percepciones e interpretaciones, más bien) salva a Meursault de un mundo que no le agrada y no termina de comprender, Bowie levantó un universo propio, distópico y muy personal, aunque en él tuvimos cabida todos, para salvarse de la alienación real. Y lo hizo desde el principio. Desde aquel álbum de debut y homónimo de 1967, pasando por Outside (1995) y terminando con Blackstar en una oscura y eterna estela. «El arte es el vehículo del pensamiento», repetía constantemente Camus. Unas palabras que Bowie asumió durante toda su carrera, para ponérnoslo en bandeja a los que nos quedamos en tierra aquel 10 de enero de 2016.

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