091: Del barro a la eternidad

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“¿Momentos para enmarcar? La armónica a lo Lee Brilleaux con la que salió José Antonio en el instrumental de arranque de rigor, ‘Palo cortao’. La vuelta filtrada por blues de ‘Debajo de las piedras’”

 

Dos noches para la historia de 091: un doble concierto en la Plaza de Toros de Granada ante 15.000 personas, justo veinte años después del concierto de despedida en Maracena. A la primera actuación ha acudido Eduardo Tébar.

 

091
Plaza de Toros de Granada
13 de mayo de 2016


Texto y foto: EDUARDO TÉBAR.

 

091 escriben este fin de semana el capítulo mayor de su gira de resurrección. Dos veladas en la Plaza de Toros de Granada. Justo veinte años después de aquella despedida en Maracena. Una maniobra repleta de heroicidades a contracorriente. Regresan con público multiplicado, a pesar de que sus discos no estaban en las tiendas. Anoche, incluso la lluvia (presente durante toda la semana, y tropo literario predilecto de la banda) decidió parar a las diez en punto. Momento en el que José Ignacio Lapido, Tacho González, José Antonio García, Jacinto Ríos y Víctor Lapido tomaron, en este orden, el escenario en el que minutos antes ejerció de telonero Víctor Sánchez. Sintonía de duelo en el oeste. Suspense cinematográfico. Y un nimbo de plata que asomó entre los nubarrones en ‘La noche que la luna salió tarde’. Hasta los pequeños detalles redondearon una cita histórica para el rock granadino.

Los Cero van a meter a más de 15.000 personas en el espacio taurino con ambos conciertos, que serán lanzados por Warner en cedé y deuvedé. Para hacerse una idea: los últimos que llenaron este recinto en la capital andaluza fueron Depeche Mode y Bruce Springsteen (11.000 asistentes), en 2005 y 2006. Solo REM y Roger Waters superaron estas cifras en la misma década. Y hay que remontarse a “El rock de una noche de verano” de Miguel Ríos para recordar un evento similar protagonizado por un artista español (sin contar festivales, claro). Ingredientes propios de los gigantes: pantallas inmensas a los lados, derroche de luces y sonido. La encomiástica devoción que se le profesa a 091 parte de algo tan humano como la emoción compartida. Sus dos álbumes de tributo (dato insólito en el rock nacional) se urdieron en tiempos de foros digitales y listas de correo. De ahí a la ruidosa página de Facebook que nunca cejó en su empeño de pedir la vuelta. Durante tres lustros, los recitales de Lapido en solitario acaban con una proclama: “¡Ceeeero! ¡Ceeeero!”.

También sorprende la impronta de una banda que nunca alcanzó la primera división del éxito y que no conoció superventas, si bien es cierto que plantaron las bases de la escena granadina y se profesionalizaron antes que nadie en los ochenta. Resulta milagroso que un grupo de profundo arraigo poético haya calado tan hondo en la calle. En una sociedad tan poco presta a las metáforas. En un mundo en el que la poesía respira en cuartos acolchados, en la intimidad de sociedades secretas. En una civilización apolillada. ¿El secreto de 091? La conjunción perfecta de melodía, textos sugerentes y empaque rockero.

Anoche tocaron treinta canciones en dos horas y media. Una gozada para el fan, porque esto no lo verán en los certámenes veraniegos. Bordearon toda su discografía, con destacada atención al periodo 91-95. Sonaron las piezas emblemáticas y ofrecieron dádivas al fan insistente. Se les percibió mucho más rotundos y menos fríos que en el bolo privado que sirvió de ensayo general en la sala Industrial Copera en diciembre. Un rodaje que cada cual ha vivido a su manera. Tacho, como quien dice, ha reaprendido a darle a la batería. Jacinto tira de posturas de manual y rompe el hieratismo de sus compañeros; cualquiera juraría que lleva veinte años paseando el bajo por locales. Es en las guitarras donde aceran un rock robusto, que hermana la tradición añeja de la Invasión Británica, el punk y el aseo melódico. Los hermanos Lapido se retroalimentan: al clasicismo de José Ignacio le sienta bien el azogue espídico de Víctor ‘Chico’. Y luego, la imagen impoluta: José Antonio, el ‘Pitos’, privilegiado por la genética (¡este domingo cumple 55 años!) y correcto de voz (se dejó la garganta en ‘Huellas’).

Ni siquiera el barrizal en el que se convirtió el ruedo empañó la fiesta. Fiesta más espiritual que física: la media de edad de la ceromanía supera con creces los 40. ¿Momentos para enmarcar? La armónica a lo Lee Brilleaux con la que salió José Antonio en el instrumental de arranque de rigor, ‘Palo cortao’. La vuelta filtrada por blues de ‘Debajo de las piedras’. La oportuna ‘Esperar la lluvia’ (la única de su debut). Los fraseos de guitarras de ‘Si hay tormenta’. La faceta acústica en la magistral ‘Nubes con forma de pistola’. El garaje reluctante de ‘En la calle’. La demoledora ‘Nadie encuentra lo que busca’, reinventada con arreglo de Víctor Lapido. El trote a lo Credence de ‘El baile de la desesperación’. El medio tiempo clímax de ‘Cómo acaban los sueños’. Y ese chascarrillo flamenco subido al ritmo de locomotora de Bo Diddley de ‘La vida qué mala es’. Un cancionero frondoso. Una crónica de la existencia donde el realismo y el escapismo a menudo se dan la mano. Rock exquisito, incluso en el barro.

 

 

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