Libros: “Los amantes de Hiroshima”, de Toni Hill

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“Los objetivos del género policíaco se solventan con creces: cabos que se abren mientras otros se cierran, un ritmo de crucero, misterio final y la sensación tras cerrar el libro de que uno ha estado realmente viviendo en esas calles, entre esa vida”

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Toni Hill
“Los amantes de Hiroshima”
DEBOLSILLO

 

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

 

Toni Hill concluye con “Los amantes de Hiroshima” la trilogía que abarca las investigaciones del inspector argentino Héctor Salgado y los flecos que quedaron pendientes en anteriores entregas. Residente en la ciudad condal, Salgado tiene un hijo adolescente, una exmujer desaparecida y una maldición muy real que se cierne sobre él tras solventar un caso de prostitución. En esta ocasión se enfrenta a un enfermizo asunto ocurrido cerca de las pistas del aeropuerto de El Prat. En una casa abandonada que los aviones cercan e inhabilitan, aparecen los restos de Cristina y Dani, una joven pareja que había desaparecido hacía años durante unas vacaciones.

Para solucionarlo, el inspector y su ayudante Leire –con la que había tenido una relación amorosa– bajan a las calles, investigan en su ambiente musical –ya que Dani estaba en un grupo–, en los talleres de escritura a los que asistía Cristina y en las escuelas de pintura, ya que en la casa han aparecido unos coloristas y expresivos murales. Es una novela muy barcelonesa, en definitiva, con la Zona Franca, el Ateneu o la Salamandra en primer plano y con los robos de recién nacidos y la ocupación de la Plaza de Cataluña del 15M como telón de fondo que la conecta con la pulsión social. Un marco ambiental en el que también se despliega la vida cotidiana, sentimental, el peso del mundo que cuelga sobre los agentes, paso esencial de la novela del género negro en el siglo XXI, aunque no de forma tan acusada como en las narraciones escandinavas.

Los personajes resultan finamente marcados, aunque los más interesantes no son los que cuentan con más presencia en la novela, y por ejemplo ese trastornado Ferrán, amigo de los fallecidos al que todo parece inculpar, es desplazado en sus perfiles por Nina, la antigua amiga de Cristina que se ha casado con uno de los miembros del grupo musical y que en los interrogatorios va creciendo poco a poco como ente narrativo.

Es una obra que se deja leer muy bien, los temas del amor y la muerte –que aparentemente son los que intenta desarrollar– aparecen con sordina, pero si ocuparan espacio ya no sería una novela policíaca, no es su misión; sin embargo, los objetivos de género se solventan con creces: cabos que se abren a la par que otros se cierran, un ritmo de crucero, misterio final y la sensación tras cerrar el libro de que uno ha estado realmente viviendo en esas calles, entre esa vida. Debe de ser por esto por lo que ya están vendidos los derechos a una productora para rodar una miniserie.

Anterior crítica de libros: «Vainica doble», de Marcos Gendre.

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