El oro y el fango: El saludable sentido autocrítico

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«Hay que echarle un par de bemoles para clasificar, y en público, la obra propia, contraviniendo los dictados del sentido común artístico: no te busques líos, prietas las filas y la obra ni mentarla como no sea para declarar lo maja que es toda ella y lo mucho que la quieres»

 

Unas listas de Mikel Erentxun clasificando su propia obra, llevan a Juan Puchades a preguntarse por la poca sinceridad de los músicos a la hora de reconocer cuáles son sus mejores, y peores, trabajos.

 

Una sección de JUAN PUCHADES.
Ilustración: BORJA CUÉLLAR.
Sería momento sublime escuchar a un músico, en plena campaña de promoción, lanzar aquello tan deseado y transgresor de «mi nuevo disco es un bodrio, una patata, no vale para nada, es horrible». Ya, sí, es imposible que lo oigamos: por malo que sea un disco y que su autor esté convencido de ello, dirá que es lo mejor que ha grabado nunca, o algo parecido. Lo mismo pasa con los novelistas, los cineastas o los actores: todos cierran filas ante la promoción de su nueva criatura.

Con los músicos, incluso, la cosa va más lejos, y cuesta muchísimo sacarles cuál es el mejor disco de su carrera, o qué opinan de aquel de hace quince o diez años. La respuesta suele ser que que no tienen perspectiva para hablar de ello, que no los escuchan: Jaime Urrutia, que si tiene el día propicio puede ser sincero hasta el desconcierto, se salió, aquí mismo, del guión establecido confesando que suele oír los discos de Gabinete Caligari. ¡Bien! Porque, ¿qué pasa? ¿Qué problema hay?

Lo bien cierto es que, sin necesidad de recrearse constantemente en la obra propia, tanto en tiempo real o con distancia temporal, uno es perfectamente capaz de reconocer y analizar si ha hecho algo excepcional, bueno, normalito, regular o malo, y no es difícil apreciar cuál es el mejor disco y el fácilmente olvidable. Pero no, todos ejercen como padres ante sus hijos, que pese a que sepan que Manolito es un hijoputa de cuidado (aunque su madre sea una santa) siempre dirán que es un chico estupendo, el hijo deseado, el más bueno, el más guapo, el más limpio (esto antes se decía mucho, ahora ya no tanto).

Por ello me ha sorprendido la sinceridad de Mikel Erentxun, quien hace unas semanas publicó en su blog unas listas bien llamativas: un «top ten» de discos propios, otro de álbumes de Duncan Dhu y un tercero de canciones de sus discos solistas. Entiendo que con esas listas quiso establecer, a su entender, cuáles son los que considera mejores discos y temas, ordenándolos como tales. Y aunque es cierto que no entra en detalles respecto a la selección (que habría sido material de primera) y que en primera posición de álbumes solistas se sitúa el más reciente (y coincido con él), le honra internarse sin ayuda de nadie en semejante huerto (que despertó los comentarios de sus seguidores, a favor o en contra de las clasificaciones) pues hay que echarle un par de bemoles para clasificar, y en público, la obra propia, contraviniendo los dictados del sentido común artístico: no te busques líos, prietas las filas y la obra ni mentarla como no sea para declarar lo maja que es toda ella y lo mucho que la quieres.

Desde luego, Erentxun ya nos ha dado materia para una próxima entrevista. En todo caso, a los que visitamos con cierta frecuencia su blog (es de los más curiosos de entre los músicos españoles: comenta brevemente conciertos, películas que ha visto y los resultados de la Real Sociedad), no nos extraña este desnudarse en público: es habitual que, mensualmente, publique la lista de canciones que suena en su Ipod: listados que, de tan chocantes, no dudo que sean reales: porque juntar (este mismo mes de octubre) a Josh Ritter, Band of Horses, La Habitación Roja, Belle and Sebastian, Teenage Fanclub, Bruce Springsteen, Radio Futura, Smile, Richard Hawley, Nacho Vegas, Calexico y Allen Toussaint (¡incluso a los mismos Duncan Dhu! ¡Ole sus cojones!) en una misma selección solo puede obedecer a la verdad. A Erentxun, parece, le gusta elaborar listados –lo que a mí, personalmente, que soy incapaz de preparar más lista que la de la compra (muy aseada, eso sí), sin arrepentirme inmediatamente de lo seleccionado, no deja de asombrarme enormemente– y seguro que con ello denota ser un tipo ordenado, pero en esas personales de sus discos y canciones, me pareció ver un muy recomendable ejercicio reflexivo, no sé si autocrítico (su opinión en esto sería crucial), pero sí muy sano: solo siendo consciente de dónde acertaste y dónde no, de dónde ha estado tu punto más alto y dónde el más bajo, podrás encarar tu obra futura. Ojalá cundiera el ejemplo de la sinceridad en el gremio artístico.

Anterior entrega de El oro y el fango: Los Rolling Stones están extinguiéndose.

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