Xoel López: «Mi fórmula musical es indescifrable incluso para mí»

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«Nunca me ha funcionado el estancamiento en la creatividad»

 

Tan gallego como ecléctico, Xoel López acaba de publicar Caldo espirito, otro álbum en el que se deja arrastrar, sorprender y fluir a través de ritmos de ambos lados del charco. De sus nuevas canciones habla con Arancha Moreno.

 

Texto: ARANCHA MORENO.
Fotos: SERGIO ALBERT.

 

No falla. Ponerse los auriculares para escuchar un nuevo disco de Xoel López, especialmente en la última década, implica emprender un viaje transoceánico, donde igual puedes acabar escuchando merengue, una armónica dylanita, soul caribeño o pop con ecos de Deluxe. El coruñés no sabe estarse quieto y sus canciones tampoco. Tal es el viaje que él mismo desconoce su propia fórmula, pero sus canciones suenan completamente a Xoel López. Nos reunimos con él en la zona de Moncloa, en Madrid, para tomar un café y reconstruir la gestación de su nuevo disco, Caldo espirito (Esmerarte, 2023), un disco con ese espíritu de Mago de Oz que tanto le caracteriza.

 

En la receta de tus canciones cada vez utilizas más especias e ingredientes de un lado y otro del charco. ¿Cómo se pasa de hacer un pop marcado por los Beatles, en los inicios de la Elephant Band allá por el 2000, a un disco tan ecléctico como Caldo espirito?
Qué pregunta más compleja. Es curioso, porque el resultado final de mi música actual es incluso más sencillo. Quedan canciones sencillas, pero porque son síntesis. Llegar a esa síntesis, que es lo realmente complejo, para mí supuso toda una carrera. Yo mismo no sé lo que hay, no sé cuáles son los ingredientes. Un cocinero los pone; a mí me salen, a veces, del inconsciente. A veces en una letra no tienes tan claro lo que estás diciendo exactamente, incluso te puedes descubrir a ti mismo en ese proceso, y con la música pasa igual. ¿Por qué se me ocurrió esto? ¿Por qué metí este ritmo y no otro? Tiene una razón de ser. Seguramente fue porque te gustó mucho una época, o porque flipas con la música caribeña. Pero a lo mejor flipaste hace quince años y aparece ahora, como llevo muchas décadas flipando con la música… Ya que hablas de recetas, establezco un símil con los caldos, cuando pasa el tiempo están más ricos. Me pasa algo parecido. A veces los elementos de mi música están tan diluidos que ya no sé lo que es patata, lo que es repollo o carne, está todo mezclado. Yo mismo he ido entendiendo cosas con el tiempo. A lo mejor mi hermano me dice que una canción le recuerda a los Kinks, y yo no lo sabía. No tengo una fórmula, más allá de canalizar todo vivido. Toda esa complejidad genera que mi música suene cada vez más personal. Empezó siendo muchas cosas, y ahora es una mezcla tan personal de todas ellas que hay un momento en el que mi fórmula es incluso indescifrable para mí.

 

Hay músicos que imaginan la música en su cabeza. ¿A ti te sucede, o tu proceso se va complicando en el estudio?
Muchas veces sí. He llegado a componer por la calle con el móvil. En tu cabeza lo ves con todo, pero no lo puedes representar en el móvil. Entonces guardo la melodía y alguna nota para ver si me acuerdo de eso que estoy pensando, pero el pensamiento es mucho más complejo. Se traduce con más músicos, con partituras, en un estudio… pero lo puedes ver en tu cabeza primero. Le pasa a un pintor, o a un arquitecto, aunque luego sobre la marcha sucedan cosas y pueda haber variables. Cada vez me dejo sorprender más en el camino. Al principio tenía demasiado claro lo que quería, ahora me dejo sorprender. Con la vida me pasa algo parecido. Amplías fronteras, relativizas cosas… y es bonito dejarse llevar. Luego tendrás que descartar, pero he aprendido a encontrar a la gente en la que confiar. Elijo mejor, por lo tanto puedo fluir más.

 

En tu caso, el viaje es constante. La migración está en tu ADN, pero al mismo tiempo también están tus raíces. Este disco lo cierras con una canción en gallego, “Xiana”. ¿Esa mezcla de conceptos es la que mejor te define, musicalmente hablando?
Sí. “Fort da” habla de una relación de idas y venidas, eso que cuenta Freud de su nieto tirando el juguete y recogiéndolo. Es algo que hago mucho con mi propia música: me meto en una cosa y la dejo, vuelvo y la dejo. Tengo esa relación con algunos elementos de mi música, y siempre que vuelvo es distinto. Vivo un poco así. No soy un gallego que se quedó en Galicia, soy un gallego que viajó pero siempre extrañó, la famosa morriña; entonces vuelvo. Vuelvo, pero no me quedo. Viví en Buenos Aires cinco años, llevo en Madrid un montón de años… Tengo esa relación guadianesca con mi lugar de origen. Hay elementos que no pierdo, como seguir al Depor, vínculos que necesito, cabos a tierra. En muchas cosas noto esa relación de idas y venidas, que también es muy gallego: subir y bajar…

 

“Elevarte caer”, como tu canción.
Creo que nos pasa a todos. Tenemos relaciones de idas y venidas con algunas cosas, de amor y odio. A veces es simple movimiento, el cambio. Nunca me ha funcionado el estancamiento para la creatividad. El movimiento es fundamental. Y no solamente hacia un lugar nuevo, a veces es irse para volver y verlo de otra manera. Es un viaje eterno, constante. En “Patagonia”, una canción de 2015, hablaba de cómo te cambia el viaje, y que al regresar tus ojos ya no son los mismos, ven todo de una forma diferente. Más allá de los lugares, en este caso las músicas, son los ojos y los oídos que traes. Tú puedes volver a los Small Faces ahora y nunca serán los de tus quince años. Así con todo. Por eso es un ir y venir constante, que no terminará nunca.

 

«Cada vez me dejo más sorprender en el camino»

 

Hablando de viajes, el disco también lo has fraguado entre diferentes localizaciones: los montes gallegos, Guadalajara… ¿Cuáles han sido los viajes físicos?
Hice una cosa que no había hecho nunca, eso de cogerse una cabaña, tipo Bon Iver. Me apetecía. Las variables te condicionan y juegas con ellas. Si haces esta entrevista aquí, es de una manera. Si la hacemos en una cabaña en Toledo es de otra. Tú tienes una forma de hacer las entrevistas hasta que un día decides saltártela, y te das cuenta de que pasan cosas nuevas. Yo juego con esas variables: «Nunca grabé maquetas en una cabaña, vamos a hacerlo». Y me encantó la experiencia.

 

Entonces, ¿fuiste a grabar las maquetas?
No fui a componer, fui a poner sobre la mesa. Primero empecé con un técnico de sonido y uno de mis músicos, una cosa muy en petit comité, sin productor. Ahí desarrollé canciones que tenía terminadas, otras que tenía un trozo… fui tres días. Luego lo escuché y vi lo que me parecía una mierda, lo que tenía interés… un plano de situación. Compongo de forma habitual, es mi forma de vida, pero un disco te obliga a ordenar: cuánto es válido, cuánto merece la pena desarrollar… entender qué tenía. Me gustó la experiencia, hice una cosa en un estudio en Madrid, luego una sesión en mi casa y luego fuimos a una casa rural en el medio del monte, en Ourense. Fue un verano que hubo muchos incendios y nos pilló cerca. Tú juntas a cinco músicos ahí, en un pueblo en medio del monte, y el grado de intimidad es mucho mayor que si lo haces deprisa y corriendo en Madrid. Estábamos en plan Gran Hermano: dormíamos juntos, nos traía la comida una señora de la casa de al lado… pero la servíamos nosotros, había una convivencia. Luego nos tomábamos unas cervezas. Teníamos todo montado en el salón, con la ventana abierta: las moscas, el sol, la vaca… y la sensación era muy bonita, te permitía soñar.

 

¿Era un estudio de grabación o lo reconvertisteis en uno?
No, lo convertimos. De ahí no hay casi nada en el disco, pero hicimos las demos casi definitivas. Fue un proceso largo, un lujo. Normalmente no tengo tanto tiempo. Es lo bueno de llevar dieciséis discos, que no tienes la prisa de los primeros, cuando tienes que afianzar tu carrera. Fue el disco más cocinado a fuego lento, junto con Atlántico. Bastante meditado, con muchos procesos, muy bonito de construir.

 

Dices que no sueles tener tanto tiempo para hacer tus discos. ¿No te marcas tú mismo tus plazos? Pareces un músico bastante libre, en ese sentido.
Sí… es difícil contestar a esa pregunta. A veces te lo marcas sin darte cuenta. Al final es tu profesión. Si viviese de las rentas a lo mejor tardaría el doble en todo. También por volver a girar, y la necesidad de trabajar. No siempre se dan las circunstancias para tener a la gente trabajando para el proyecto durante tanto tiempo. El productor no podía cuando yo sí, y al revés, o las agendas de los músicos, que son complejas. En algunos casos tuvo que ser así, y pensé: «Bueno, así tengo más tiempo para madurarlo». Pude dedicarle más tiempo. No digo que sea mejor o peor. A lo mejor mi próximo disco es todo lo contrario: inmediato, en directo, en un estudio en Nueva York. Espero probar muchas fórmulas antes de hacer mi último disco.

 

Tu proyecto es individual, pero suenas a «solista colectivo».
Es verdad. Hay algo ahí un poco contradictorio. Sí me considero un solista colectivo, me parece una muy buena definición que nunca había pensado [ríe]. Incluso mis bandas en directo tienen mucho protagonismo, funciono a modo de cantera, entra gente joven que luego tiene su carrera… Lo relaciono con el Mago de Oz. Hay algo de camino y de encuentro con otro. La Caravana Americana, toda mi experiencia en América tuvo que ver con eso. Es algo que traigo del Camino de Santiago, porque hice un documental para National Geographic y eso lo llevé a América, la idea del camino, del Mago de Oz, caminar y conocer gente, lo que te enriquece y aporta. Es una forma de vida. Esa simpatía por el otro es heredada, en mi familia siempre hubo mucho interés, diverso y ecléctico, por todas las culturas del mundo. Esa curiosidad por lo desconocido, lo diferente, me ha hecho evolucionar y ampliar mi propio mundo.

 

¿Y qué personaje eres en el Mago de Oz?
Me imagino que Dorothy [ríe], porque es mi Mago de Oz. Pero he sido el Hombre de Hojalata de otras vidas, y el León sin valor. Qué bonita pregunta.

 

Hablando de esos intercambios creativos, en este disco colaboran Domenico Lancellotti, Lucas Piedra Cueva, Leo Aldrey, Adrián Seijas y Campi. ¿Cómo se hizo el collage?
Lo bonito es que cada uno es de su padre y de su madre. Domenico es brasileño, compañero de pupitre de Moreno Veloso, el hijo de Caetano. Fueron los sucesores de Caetano, Gilberto, el tropicalismo… de la generación de los noventa, dos mil. Vi a Domenico tocar en la sala Arena, de Madrid, hace un millón de años. Tenemos muchos amigos comunes, tuve una banda en Río de Janeiro… Ahí apareció La Caravana Americana. Él tiene una mentalidad muy particular. Leo es un venezolano que vive en Barcelona. Estábamos todos un poco descontextualizados, eso era bonito. Luque es uruguayo. Adrián Seijas es más joven, era fan de Deluxe y luego entró en mi banda, lleva muchos años. Campi es de Barcelona pero vive en Madrid, viaja con Drexler por todo el mundo. Era muy Mago de Oz, cada uno tenía un rol y era un personaje en sí mismo, con mucha profundidad y entidad. El elemento común es que todos son multiinstrumentistas y tienen mentalidad de productores y compositores. Me sentía con los míos, tengo una visión muy global de las canciones. Era como el Café Gijón, pero en el estudio y sobre música. Esa fórmula la creó Campi, productor del disco conmigo. Fue muy acertado.

 

Hablando de encuentros, hace poco has tocado en Coruña con Deluxe.
Y también están ahí, de alguna manera. Seguro. Hay temas que la gente me dice que le recuerdan a Deluxe. No sé, puede ser un ciclo, que hay un momento en el que vuelves a cosas o que al tocar con Deluxe desperté partes en mí. El movimiento genera cosas, recuperar una cosa del pasado te va a afectar en el presente, inevitablemente.

 

El Xoel López de 2023, en vivo, es una fiesta que ya se palpa en las canciones nuevas. En el disco denoto la celebración que puede multiplicarse en el escenario, aunque también me parece difícil trasladar tantos instrumentos y capas a las tablas.
Yo también lo pienso. Casi siempre me complico la vida en los discos, el anterior también era difícil llevarlo al directo. Nos hemos hecho expertos en adaptar, tenemos la experiencia de “Fort da” y “Elevarte caer”, que las hemos llevado al directo en una versión un poco más cruda. Tengo esa incógnita, a ver con qué me encuentro en los ensayos. El reto es llevar al directo una idea que es de estudio.

 

«He aprendido a encontrar a la gente en la que confiar, ya elijo mejor, por lo tanto luego puedo fluir más»

 

Es interesante, porque últimamente parece que la música se compone pensando en cómo va a sonar en el escenario, y eso determina mucho lo que se hace en un estudio. Y lo limita.
A mí nunca me gustaron los discos en directo. Me gustan los conciertos, voy a muchos, pero no me gusta escucharlos en casa. Mis referentes hacían lo mismo. Los Beatles que más me gustan son los de «Strawberry fields», son los más interesantes para mí, más artísticos, y eso no lo pudieron llevar al directo. Tengo esa mentalidad: voy a hacer mi obra, que es el disco. Si lo puedo llevar al directo tal cual, lo llevo, y si no, lo adaptaré, o no lo tocaré. Lo separo. La experiencia del directo es una y la del disco es otra. Hay veces que el disco es una carta de presentación para el directo, pero en mi caso no. Yo entiendo la obra aislada.

 

¿Eres una rara avis, en ese sentido?
Creo que no, hay bastante gente que lo hace. Hay una tendencia hacia lo contrario, pero quiero pensar que todavía somos bastantes los que pensamos así. En contraposición a esto, este disco sí que está condicionado por haber tocado tanto estos años. Tú lo apuntabas: tiene un punto un poco de directo, de energía, de fiesta, aunque mis canciones más escuchadas en las plataformas no son las más festivas. La gente tiene un gusto para el directo y otro para escuchar en casa. A mí me pasa igual. En directo me gusta bailar y en casa escuchar a Nick Drake.

 

El título, Caldo espirito, tiene mucho que ver con tu forma de hacer música. ¿Cómo se te ocurrió esa mezcla de conceptos italogallega?
Estaba en mi habitación de la infancia, en Coruña, en casa de mis padres, y me vino. Tenía la idea de algo caliente en mi cabeza, quería que el disco sonase cálido, que tuviese madera, grave, que diese calor. Lo atribuí también a lo que siento a veces: el mundo es un poco frívolo, las redes sociales… esta sociedad tan mercantilista se olvida de que somos seres humanos con corazoncito. Esta época es poco espiritual, en muchos sentidos: mucho postureo, pecamos de impostar, de ser superficiales socialmente… El título tiene que ver con eso: calor frente a la frivolidad y espiritualidad frente a la vida superflua. Lo de pasarlo al italiano y al gallego tiene que ver con jugar, que es lo que hago con los discos. Las canciones las compongo en casa de forma íntima y luego me lo paso bien, pruebo cosas, juego. Con el título hice lo mismo: lo compuse de forma emocional y luego jugué con él. En mi cerebro fue: «¡Qué guay!» [risas].

 

Todos esos conceptos los planteas también en la primera canción, “Albatros”.
Quería que la impronta quedara ahí, de primeras. El disco habla de muchas cosas, pero es un disco crudo, no es idealista. Muy real.

 

Hay mucho desencanto en casi todas las canciones.
Sí, como el descubrimiento de una realidad que a lo mejor no quise ver en otras épocas de mi vida. Hay un poco de Lars von Trier ahí, light, como una crudeza de decir: «Mira, a veces la vida es así, es lo que hay. No todo es lo que parece, no todo es cojonudo». La vida me llevó a hablar de eso. Uno canta sobre lo que tiene que mejorar o trascender, o aprender, entonces me salió eso. A lo mejor era una cuenta pendiente que tenía con mi parte más ingenua, más idealista. Esa parte de mí creció a través de las canciones, pero no me representa al cien por cien. Las canciones no son un reportaje de tu vida, son una parte. Quizá la más conflictiva o la que tuviste que resolver. Cuando estoy una semana estupendamente, y pienso que todo el mundo es maravilloso, no lo reflejo. Es una parte que sentí que tenía que transitar para exorcizarla, que es lo que hace la música.

 

El refugio de la música. En “Albatros” cantas: «Ya tan solo quiero escuchar canciones hechas con el corazón».
En esa canción está todo. Es la filosofía del álbum, lo que siento ahora de la vida en muchos sentidos. Hablo del individualismo en el buen sentido, que cada uno tenga su propia opinión, señala la hipercomunicación que hay… Creo que todo el mundo en algún momento quiere tirar el puto móvil, apagar la tele, dejar su ciudad y volar como un albatros por el océano, sin paredes y sin límites. La canción habla de eso: necesito salir un tiempo, volar como un ave, tiempo para reflexionar, que hay poco en este mundo tan ajetreado. Es una pequeña reflexión de filosofía de vida.

 

«Si ya sé que yo no pertenezco a este tiempo», cantas también en “Albatros”. Al hilo de esto, ¿a qué tiempo pertenece Xoel López?
¡Es que no sé si alguna vez estuve dentro! [ríe] Muchas veces siento que no, creo que le pasa a todo el mundo. Muchas veces no me identifico con el global. Se tiende a simplificar a través de los medios, como si hubiese solo una opinión o dos, pero es todo más complejo. Yo me establezco en esa escala de grises, en esas complejidades.

 

Hay muchos paisajes en este disco, muchas imágenes que hacen ilusión a la montaña, al mar, a los glaciares, a las hogueras… ¿Para ti es imprescindible que todas las canciones tengan un paisaje físico que impregne lo emocional?
No lo había pensado. La naturaleza aparece siempre, mis canciones más escuchadas son “Lodo”, “Tierra”… me dicen que haga “Fango” [ríe]. Es el inconsciente, no sé si tiene que ver con buscar la tierra, que significa raíz, en contraposición a lo flotante, a lo que se desvanece y se lleva el viento. Yo no soy un árbol, me gusta pensar que puedo moverme, pero puedo ser hoja y raíz.

 

¿En tus canciones también es imprescindible que haya un paisaje emocional a la vista, o lo escondes?
Creo que soy especialmente claro, pero es relativo, porque hay mucha metáfora. Hay una estética que tiene que ver con lo que has vivido. Si viajaste a La Patagonia, te vienen a la cabeza lobos marinos que representan cosas. Un amigo me dijo que estaba pintando y, al volver a su pueblo, se dio cuenta de que estaba utilizando los colores del campo, de su casa, de su infancia… todo esta ahí. El imaginario que cada uno tiene aparece de las formas más sorprendentes y aleatorias. A veces me dejo llevar y ya está. Pero mis letras tienen un grado de sencillez, no soy especialmente críptico. Tengo compañeros que lo son más. Me gustan las letras que se pueden entender

.

 

¿Qué preparas para presentar el disco en Madrid?
Voy partido a partido. Lo tengo en mente, me toca la ardua tarea de mezclar canciones de todos mis discos, ver si dejo alguna fuera que pueda recuperar el año que viene… Va a ser complejo, porque hay que quitar algunas de las de siempre. Y si pides ayuda es peor. Va a haber algunas colaboraciones, va a ser un concierto especial, donde no vamos a escatimar en ideas, en presencia de gente, en momentos diferentes. Quiero que sea poliédrico, largo, donde pases por muchas fases. Algo para mi público. Venimos de mucho festival, y no hay nada mejor que tocar para tu gente directamente.

 

Siempre he pensado que te quedaría bien explorar la música francesa e italiana. ¿Tienes pensado mirar hacia ese otro lado en el futuro?
Me encanta, lo tengo un poco pendiente. El otro día le pasé el disco a David Quinzán, que compuso parte del disco anterior conmigo, algo que no había hecho nunca, y también ha compuesto conmigo una canción de este, “Glaciar”, el resto son mías. Y me dijo que le parecía muy italiano. Algo de italiano siempre tuve, porque aparece. Me han propuesto cantar canciones mías en italiano porque quedarían bien, aunque nunca lo he hecho. Soy muy fan de Franco Battiato. En mi casa se ha escuchado toda la vida música muy ecléctica, yo en mis inicios era muy british, muy mod, y acabé inevitablemente yendo hacia lo que se escuchaba en mi casa. De la música francesa mi gran referente es Serge Gainsbourg, y lo he tocado muy levemente. Te tomo el testigo. Me parece un camino para abrir un poco más, incluso cantar en otros idiomas.

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