Wild card: Músicos sin voz ni voto (II). Un ácrata en la corte del Rey Felipe

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«Supongo que según se bajan Sabina y Krahe echándose unas risas a propósito de su propia lucidez se enteran de que aquello no se va a emitir ni aunque las tropas del Pacto de Varsovia cerquen el barrio de Salamanca en plan peli de John Milius»

 

Darío Vico sigue dándole vueltas a la canción social, política y comprometida, ahora recordando el caso del ‘Cuervo ingenuo’ de Javier Krahe: estrenada junto a Joaquín Sabina y censurada por TVE.

 

 

Una sección de DARÍO VICO.

 

 

La pasada semana, en la primera parte de este caótico opúsculo, se extrañaba este humilde plumilla  de que dada la situación excepcional que estaba viviendo nuestra sociedad (que no afortunadamente estado de excepción, aunque todo se andará) ninguno de nuestros amados trovadores hubiera malgastado una milésima parte de su talento en componer una canción sobre ello.

La conclusión que saqué de los amables comentarios de los lectores es que nadie se espera algo así, y por ello hoy quería recuperar una ocasión en que sí sucedió, aunque con el mismo resultado; ninguno. El tema es bien conocido pero yo aún me hago algunas preguntas sobre él, así que voy a tratar de resolvérmelas argumentando (y a esperar los argumentos de los lectores).

Estamos a principios de 1986. Para marzo hay convocado un referéndum (consultivo) con el que el partido en el gobierno (PSOE) quiere quitarse de encima la idea de que ha estafado a sus electores al menos con uno de sus argumentos de campaña, la permanencia de nuestro país de entonces (que no es exactamente el mismo que ahora, salvo geográficamente) en la OTAN. Hay que reconocer que aunque todo el mundo daba por hecho que Felipe y Guerra –ya el equivalente en el PSOE a Jagger y Richards en los Stones– iban a sacar a España de la Organización del Tratado del Atlántico Norte en cuanto el tan cacareado cambio se produjera, la partícula con la que se había defendido esa postura en la campaña electoral del 82 “OTAN; de entrada, no” era un poco supercalifragilística, por no decir directamente espialidosa.

En realidad nadie tenía muy claro si molestaba tanto estar o no en la OTAN, sobre todo en un momento en que en unas “elecciones paralelas” la movida había derrotado clarísimamente a la coalición del jevi y el rock urbano y la gente había optado por convertir el desencanto en un canto al “laissez faire” + “dolce far niente”. Pero ya que lo habían prometido, pues daba un poco por culo que se hubieran desdicho tan rápido y que en realidad el cambio apenas se hubiese notado desde que cayera en desgracia el hijo pródigo del movimiento.

Así que el PSOE del rodillo del 82 estaba en riesgo de perder una elecciones, un plebiscito consultivo y tontusco pero, al fin y al cabo, perder, con las generales a tiro piedra y Fraga incontenible en sus tirantes; hasta tal punto quería el gallego ganarle algo al PSOE (fuera del futbolín del Congreso) que el PP hizo campaña ¡por la abstención! habiendo defendido la permanencia en su programa. Así que a Felipe no le quedó más remedio que pedir el sí, aunque en la papeleta de voto, que contenía tres preguntas que eran un prodigio de circunvalación y retórica, solo les faltaba pedir perdón en el anverso.

A todo esto, Javier Krahe se cabrea. Uno de esos domingos de periódicos de los de antes –cuando uno confiaba en la letra impresa, se empapaba de los editoriales y hasta empatizaba, porque uno creía que podía confiar en una cabecera a la que no le importan un pimiento los que hasta unos días antes figuraban en su mancheta envainándoles un ERE–,  Krahe coge la máquina de escribir, planta unos versos cargados de cabreo e ironía y cuando su amigo Sabina le llama para invitarle a tocar con él en un concierto le dice “Vale, pero vamos a hacer ésto”.

Sabina siempre se jacta de que Krahe le ha sacado de apuros cuando se le ha atragantado una rima (y en algunas situaciones más). Han tocado muchísimas veces juntos desde aquellos tiempos de La Mandrágora y la tele de Tola y (se) han demostrado que juntos no le temen ni a Barrionuevo. Cuando Sabina le dice que se suba al escenario del teatro Salamanca con él para el concierto en el que se va a grabar un disco en directo, Krahe le dice que sí y que se vaya buscando un penacho de indio. Sabina, que sabe que su amigo es un ácrata y un cachondo, le dice que OK. Cuando Javier le lee los versos, Joaquín se parte la caja. Y cuando en la discográfica le dicen que el concierto se va a emitir en directo en RTVE, la tele de José María Calviño, a lo mejor no se acuerda de comentárselo a los disqueros, pero como estamos a once años de la muerte de Franco, a nueve de las primeras elecciones democráticas y a ocho de la constitución, pues ni le da la menor importancia.

Situemos a Sabina para saber lo que se está jugando: su carrera. Un par de años antes, Aute ha pegado al fin el pelotazo con un doble directo, “Entre amigos” con el que hace más o menos las paces con el público y pone a tiro de tocadiscos/radiocasete todas sus canciones dispersas, la misma jugada que Ariola repite  con Serrat –que al tiempo vende bien sus discos de reconversión, “Cada loco con su tema” y “El sur también existe”– y ahora es a Joaquín a quien le toca pasar la reválida de ese examen, porque aunque “Ruleta rusa” y “Juez y parte” se han oído bastante, se han despachado bastante moderadamente para lo que se acostumbraba en la época. Sabina habita también en una tierra de nadie, en una indefinición de género que es bastante jodida y de la que solo le puede sacar, como decíamos antes, un pelotazo de los de los ochenta. Hay que grabar el disco, reventar en tiendas y firmar contratos para el verano como si los ayuntamientos los fueran a cerrar mañana (ya sé que eso ahora no nos suena tan raro, pero entonces, sí).

Hasta aquí todo normal, eso sí, con escenas de campaña electoral dignas de “La Vida de Brian” –y me estoy acordando de la de la brigada suicida– en el exterior.

Y en esto que nos plantamos en el 13 de febrero de 1986 –que no sé si sería martes para más inri– en los ensayos generales del concierto con los de RTVE montando sus bártulos y Aute, Gurruchaga, Ricardo Solfa y otros invitados cantando sus tonadillas en compañía del jefe de la función. Y en esta que llega Krahe, no sé ya si con penacho indio o sin él, le pasa a Sabina uno de estos cacharritos que hacen pedorretas que seguramente compró en alguna feria y se ponen a entonar ‘Cuervo ingenuo’, ingenuos ellos.

Supongo que a la altura del cuarto verso, el regidor marcó el número de Prado del Rey y el director del ente, Jose María Calviño, lo estaría escuchando en directo en su teléfono rojo, y que antes de que aquello terminara Kiz Guerra ya le habría avisado de que le aceptaba la dimisión y el exilio voluntario en Fuerteventura si aquello se emitía. Lo curioso es que Calviño era quien le había dado bola a (Fernando García) Tola con “Si yo fuera presidente”, un programa revolucionario (es que aquello era revolución televisada ciertamente) en el que precisamente el gran descubrimiento habían sido Sabina, Krahe y Pérez, con lo del ‘Telespañolito’ y todo aquello.

Para Calviño aquello debió ser un tremendo «double dip» en lo profesional y lo ideológico, pero se la encalomó. Es una pena porque hay que recordar que él fue quien le dio luz verde a proyectos como “La edad de oro” y “La bola de cristal”, que hoy sigue siendo un asombro que se emitieran, y me temo que no volverá a suceder nada parecido, que durante su égida se emitió el directo de los Smiths en el Parque del Oeste para toda España, cosa que según Luis Troquel –y yo prácticamente ni se lo discuto por lo magnífico de su reciente artículo en el «RDL»– le cambió la vida a una generación de españolitos, y se tragó, impasible el ademán, el sapo de las Vulpess en el programa de Carlos Tena, al que eso sí, volatilizó tras un editorial de «ABC» en el que por primera vez en la historia del simpático periódico entonces monárquico se reproducía una letra de un grupo punk. Calviño, por cerrar la historia, acabó defenestrado tras las elecciones, enfrentado hasta a su amigo Balbín, conductor de “La Clave” y su primer jefe de informativos, y quizás con ganas de montar una perfomance a lo Peter Finch en “Network” en la jornada de reflexión de 1986.

Pero volvamos al escenario del teatro Salamanca, donde supongo que según se bajan Sabina y Krahe echándose unas risas a propósito de su propia lucidez se enteran de que aquello no se va a emitir ni aunque las tropas del Pacto de Varsovia cerquen el barrio de Salamanca en plan peli de John Milius.

Pese a todo (supongo que en ese todo entrarían diversos grados de empleados y mandos intermedios de Ariola arrojándose a sus pies, primero, quemándose a lo bonzo después) Sabina decide que al día siguiente se calza el penacho y canta la canción, cosa que hay que loarle. Supongo que los de RTVE en algún momento se plantean la posibilidad de mandar al de Úbeda a tocar a una estación del metropolitano (la más cercana, Prícipe de Vergara, hasta muy poco antes General Mola) y dar en lugar del concierto una reposición de “Once pares de botas”, pero temiéndose una campaña de descrédito peor que la enfermedad deciden algo bien raro; como tienen el guión, en cuanto el de barbas se suba al escenario, las cámaras miran para otra parte y se corta hasta que se baje.

Lo que no sé muy bien es cómo entonces hay una grabación del momento en “Esta no es la vida privada de Javier Krahe”… que se puede ver a discreción del curioso espectador en unos doscientos youtubes. El caso es que no se emitió, que es lo que importa y lo que en principio debía haber importado; Krahe recordaba que lo que más le divirtió es ver al alcalde Juan Barranco agarrapatado en una butaca del teatro mientras el respetable aplaudía a rabiar los primeros versos… y sobre todo aquello de “Hombre blanco hablar con lengua de serpiente”.  Pobre Barranco, que no pudo superar la estela del viejo profesor, un Tierno que vendió al PSOE su PSP a cambio de una alcaldía que su sucesor acabaría entregando al ¡CDS!

El concierto fue un éxito, aunque al día siguiente los medios no controlados por las fuerzas del nuevo orden cargaron duramente contra la censura, más contentos que unas castañuelas porque en todas partes cocían habas; en «ABC», en la sección de opinión se reproducía la letra entera y se catalogaba a Krahe como un genio y a ‘Cuervo ingenuo’ como la canción del año.

Pero no fue así.

Durante mucho tiempo se especuló con que el PSOE le había puesto en la lista negra y sus ayuntamientos le habían anulado varias actuaciones y negado a contratarle. Lo cierto es que, por esa regla de tres, los consistorios peperos tendrían que haberle ofrecido el oro y el moro, pero tampoco fue así. De la misma manera que Sabina se hinchó a vender plastiquitos (“Joaquín Sabina y Viceversa en directo” fue uno de los discos del año) y a firmar galas, y cimentó al fin su imagen como un personaje más allá del bien y del mal, Krahe, que había finiquitado su contrato con CBS, no firmó otro hasta un par de años después, con el asunto de la OTAN más superado que la Guerra de la Independencia.  Y claro, sin disco, sin discográfica y sin canción (que sólo apareció en el álbum de Sabina) no se comió un colín, cosa que le dio igual porque el ya sabemos que es muy suyo.

El PSOE “ganó” el referéndum de la OTAN un mes después con un raspadísimo 52% a favor, y Felipe empezó a peinar canas y a fardar de ser estadista, aunque la filiación atlanticista no le estalló a él en la jeroma sino a otro estadista, Don José María Aznar, casi veinte años después, con todo aquello de las Azores que desembocó en lo que desembocó.

El PSOE ganó las elecciones de aquel año gracias a cuatro goles de Butragueño en los cuartos de final de un mundial contra una Dinamarca de las buenas, dicen los expertos (políticos y futbolísticos). Aquella noche preelectoral el cambio parecía encarnarse, simplemente, en la promesa de una selección que aún no era la roja.

Y no quería acabar esto sin destacar que aunque todo el mundo habla de aquella canción y de la OTAN, hay otros versos que la ligan con el presente, muchos más duros y jodidos de admitir por un gobierno progresista con una década de democracia a sus espaldas:

“Tú no tener nada claro
 / Cómo acabar con el paro,
 / Tú ser en eso paciente
/ Pero hacer reconversión
 / Y aunque haber grave tensión / 
Tú actuar radicalmente. /
Tú detener por diez días / 
En negras comisarías / 
Donde mal trato es frecuente,
 / Ahí tú no ser radical,
 / No poner punto final,
 /Ahí tú también ser paciente.”

Y es que Krahe no solo leía la letra gorda del periódico; a lo mejor se había calzado una pieza de opinión en «El País» (qué periodicazo, aún entonces) de José María Bandrés  (qepd) en el que el político vasco comparaba la ley antiterrorista que había entrado en vigor en enero de 1985 con “un estado de excepción encubierto”, y que se “remixó” años después con la famosa “ley de la patada en la Puerta” de Corcuera, que si te ponías, era tan grave como la recordada de peligrosidad social del franquismo a poco que te fumaras un canuto en tu terraza y te pillaban las fuerzas de seguridad del estado, previa escena a lo SWAT.

En una situación mucho más estable que la que ahora vivimos, Krahe, que por otra parte era y es un «bon vivant» sin más aspiraciones, le echó un par de huevos y escribió una canción que, le costara o no su carrera, dice mucho de él. Qué diferencia con músicos como los que hoy van a una editorial, se encuentran fuera una manifestación en protesta porque van a despedir a la mitad de la plantilla, y se van de allí tan contentos porque van a reportajear su nuevo disco, por cierto, muy reivindicativo.

La próxima semana seguiremos hablando del gobierno (y del caos).

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