Víctor Coyote: «Los sitios de donde eres te crean una especie de amor-odio»

Autor:

«Al Museo Thyssen le propuse relacionar una serie de cuadros con una serie de canciones mías. Me parece interesante comparar cosas que en principio no tienen nada que ver»

 

A propósito de su nuevo libro y de una serie de conciertos muy especiales en el Museo Nacional Thyssen-Bornemisza, en los que ha cantado a obras de arte dedicándoles letras y melodías, Carlos H. Vázquez se reúne con él en Madrid para que le cuente más a fondo. Estos son los pasos más recientes de Víctor Coyote.

 

Texto: CARLOS H. VÁZQUEZ.
Fotos: ANTONIO ALAY.

 

Llega Víctor Coyote en bicicleta al encuentro. En la editorial Autsaider Cómics dicen de él que es un hombre que lo hace bien todo, exceptuando el día que le vieron aparcar su coche: «En eso no es tan bueno». Ellos le publican Entresijos. Barrios, estampitas y persons de Madrid (Autsaider Cómics, 2023) a este gallego, músico e ilustrador, que en realidad es «uno de los madrileños más ilustres de la capital». El tomo recoge historias dibujadas de la Villa que Víctor ha estado publicando en la revista M21 (hoy conocida como Eme 21 Magazine).

Del típico español al típico madrileño solo hay un paso que, en este caso, conlleva un paseo por el Museo Nacional Thyssen-Bornemisza. Allí, en tan ilustre galería, Víctor ha cantado “La cumbia de milagro” a Nubes de verano (de Emil Nolde), “Joven de cuello vuelto” al Retrato de David Lyon (de Thomas Lawrence), “100 guitarras” al Paisaje sudamericano (de Frederic Edwin Church) y “Yo, que creo en el diablo” al Cristo con la cruz a cuestas (de Derick Baegert). Nadie como Víctor para dibujar el skyline de Madrid a tres tintas.

 

Empezaré citando la página de la piscina: «16:10. Busca el móvil. Llama a seguridad: “Hay alguien sospechoso”. Soy yo, que estoy dibujando». ¿Se te puede considerar un voyeur?
Yo creo que todo el mundo que hace una actividad artística tiene los ojos y los oídos atentos. Entonces sí, se puede considerar un voyeur. Si por voyeur entendemos el lado erótico o pornográfico del término, pues también. Hay artistas que su inspiración a lo mejor está en la filosofía zen; tienen una cosa que está por encima o les interesan solo los triángulos isósceles… Pero creo que hay muchos artistas que sacan material de la vida y, evidentemente, son voyeurs o escucheurs.

 

Presenciando un partido de ecuavóley te vieron hacer fotos y no se quedaron muy convencidos de la idea cuando se la contaste…
Sí, pero no pasó nada. Era una gente que estaba —yo creo— apostando o algo así, y entonces se mosquearon un poco. Por otro lado, lo de mosquearse cuando alguien está haciendo fotos me parece lo más normal del mundo. Si ahora viene un fotógrafo y quiere hacerme una foto, a lo mejor le digo «¿qué haces?». O sea, me parece normal que se mosquearan, no creo que sea una cosa muy extraña.

 

Hablando de observar, hace unas semanas estuviste en el Museo Nacional Thyssen-Bornemisza tocando delante de los cuadros. ¿Cómo surgió aquello? Es otra manera de ser voyeur
Voyeur y muchas cosas más. Yo, que soy piragüista, cuando bajo un río veo las cosas que hay porque es de puta madre. Y prefiero bajar ríos que nadar en una piscina, porque ves siempre lo mismo, aunque puedes cambiar de piscina. Y lo del Thyssen, yo había hecho una cosa que era un mural rotulado para una exposición y les propuse hacer esto: relacionar una serie de cuadros con una serie de canciones mías, más que nada para ponerme a la altura de los grandes pintores (risas). A mí siempre me parece interesante comparar cosas que en principio no tienen nada que ver. Hay veces que las comparaciones de mundos diferentes aportan puntos de vista que son propios de otra cosa, eso hace que mires el mundo de una manera un poco distinta. La gente que está centrada mucho en el fútbol, por ejemplo, nunca compararía a un determinado jugador con el cuidado de los huevos de los pingüinos en el Ártico (o sí). Ese tipo de transvases de unas cosas a otras a veces funcionan y a mí me parece que son enriquecedores porque hacen que la cabeza te vaya de un sitio a otro. Había cosas que las relacionaba más por la pasta de pintura y otras cosas con el personaje que sale en el cuadro, con lo cual no se trata siempre de comparar cosas, digamos, equivalentes.

 

¿Hemos pasado del típico español al típico madrileño, volviendo a Entresijos?
Bueno, lo de Entresijos sale un poco como encargo, en el sentido de que hay una revista en la que dibujo y la revista es sobre Madrid (M21). Entonces voy haciendo cosas sobre Madrid y al final sale un recopilatorio, cuando al principio pensé que iba a tener poca unidad o algo así. Pero cuando juntas todas esas cosas, el estilo y la manera de verlas es ya la unidad. Es evidente que no es una guía de la A a la Z, ni lo pretende, es una cosa random donde sale Caño Roto y sale no sé qué, pero no sale el Museo del Prado, tampoco tiene que ver con que lo que no salga sean cosas que a mí no me gustan (a mí el Museo del Prado, evidentemente, me gusta). Por otro lado, soy muy gallego, pero me siento bastante madrileño porque llevo muchísimo más tiempo viviendo aquí que en Galicia. Tengo mucha relación con Galicia porque voy mucho allí y tengo muchos intereses intelectuales, familiares, emocionales… Me gustan también los dos estilos.

 

«Hay artistas que su inspiración a lo mejor está en la filosofía zen, pero también los hay que sacan material de la vida»

 

Como veníamos hablando, pueden ser cosas comparables.
Claro. Y no me parece que tenga que decir que soy un ciudadano del mundo para que me gusten las dos cosas. Yo me veo bastante madrileño en determinadas cosas y bastante gallego en otras. Y, además, los sitios de donde eres te crean una especie de amor-odio. Por ejemplo, hay cosas de Madrid que detesto y hay cosas de Tui, de mi pueblo, que detesto; igual que hay cosas que amo. Pero esas cosas pueden, con el tiempo, ir cambiando de polaridad.

 

¿Cuál fue el primer lugar de Madrid en el que te instalaste al llegar?
El primer sitio fue un colegio mayor en el que estuve unos meses (mi hermano ya estaba aquí). Después estuvimos en Aluche, pero muy poco tiempo, y más tarde en Canillejas. En realidad, el orden sería Antonio López, Marqués de Vadillo y Canillejas.

 

¿Qué es «la bola de fuego de Canillejas» que se menciona en la carpeta del disco Las calientes noches del barrio?
Era una tontería de hoja de promo. Como Las calientes noches del barrio estaba muy influido por Prince, en lugar de decir «el genio de Minneapolis», pues dijimos lo de «la bola de fuego de Canillejas», que es más bien por el rollo rock and roll de las grandes bolas de fuego de Jerry Lee Lewis (Great balls of fire).

 

Has hablado de Agamenón (de Nené Estivill) y de Periquita (de Ernie Bushmiller). Curiosamente, al comienzo del vídeo “La estación del amor” (del disco Las calientes noches del barrio) apareces leyendo un cómic de Periquita.
Periquita es un cómic que me gustaba mucho cuando era pequeño. Leía fundamentalmente Pulgarcito, donde salían Mortadelo y Filemón. Después llegaron cómics de Novaro, la editorial mexicana. Ahí había muchas cosas americanas, tebeos de Gene Autry, de Roy Rogers y vaqueros, de Superman, de Periquita… A mí Periquita siempre me gustó mucho. Tiene un dibujo muy limpio que influyó en Mafalda (Quino). De hecho, hubo una ilustración que hice hace tiempo para Rolling Stone, como una caricatura de The White Stripes, en el estilo completamente de Periquita. Incluso había cogido unos muebles de esos tebeos para esa ilustración de The White Stripes.

 

¿Qué ha sido del Caramelo’s, la discoteca donde se rodó “La estación del amor”?
Ni idea. Sé que era una discoteca que estaba en la calle de la Palma.

 

«En Entresijos. Barrios, estampitas y persons de Madrid he tratado de hacer narrativa»

 

Te pregunto esto porque el edificio conocido como La Pagoda, que sale en Entresijos, fue demolido en 1999 y también has hablado del cambio de los bares con la gentrificación. ¿Para ser «modernos» hay que demoler y cambiar?
No, no hay que demoler y cambiar. Lo que pasa es que es ley de vida que las cosas cambien. Y las cosas cambian, claro.

 

¿A peor?
Pues unas veces a peor y otras veces a mejor. Hay datos objetivos. Vamos a poner un ejemplo bastante concreto: yo creo que el camarero madrileño de toda la vida era un camarero eficiente, gracioso (cuando le cogías el punto, porque era chulo) y, dentro de esa chulería, tenía un respeto de cojones. Y el camarero de ahora, del centro por lo menos, es más de vender cosas a los turistas. Hay muchos hispanos (tengo una gran debilidad por Latinoamérica, como todo el mundo sabe), pero la unión del camarero hispano o latinoamericano con las consignas del jefe para vender a los turistas da un camarero peor. Sin embargo, hay un montón de latinoamericanas que cuidan a señoras mayores, que es un trabajo sacrificado. Yo no digo que una gente tenga que estar dedicada a una cosa, pero en este caso son de un trato exquisito. De ahí se concluye que hay unas cosas que van a mejor mientras que otras van a peor, como pasa en todos lados.

 

¿Dónde vería ahora mismo Mariano José de Larra su reflejo y dónde estaría su latido al levantarse en el Parque de San Isidro?
Yo creo que se iría con los reguetoneros, que son los que están allá al lado y los que salen en el cómic. Hablaría con ellos.

 

¿Y hablaría con los conductores de la EMT?
Yo creo que sí, que también hablaría con ellos.

 

¿Cómo es la historia del chivo en la EMT? En realidad, Peret ya cantó esta historia anteriormente.
El proceso fue el siguiente: fui a hablar con ellos porque querían hacer una sección de historias de la EMT en el M21 y me empezaron a contar a anécdotas. Una de ellas era la del chivo. Según me dijeron, una vez un gitano se montó con un chivo, entonces me acordé y les mandé la canción de Peret. El hombre de la EMT me contestó que no lo sabía y que a lo mejor alguno se lo había inventado a raíz de esa canción. Pero vamos, que se queda en una historia que no sabes muy bien de dónde sale. La canción de Peret es una versión del puertorriqueño Rolando Laserie que se titulaba “El pasajero Cuña”, porque Cuña se llamaba el chivo. Un paisano llevaba un chivo y quería montarlo en el autobús, pero como no le iban a dejar, entonces le puso una gorrilla. No sé si eso sucedió o no sucedió, pero podría haber pasado perfectamente. En realidad da igual que haya sucedido o no.

 

¿Al final es todo como se cuenta?
Hombre, no, pero sí que influye. Evidentemente, en la literatura sí es todo como se cuenta. Y en música, ¿lo importante qué es? ¿Tocar bien un instrumento? Pues tocar bien un instrumento, hacer letras que estén bien, que la música no sea un coñazo… Sí es verdad que es un poco como se cuenta. Por otro lado, desde el principio en esta revista (M21), intenté que todo tuviera un sentido narrativo. Me planteé hacer dos páginas en este rollo de tres tintas, aunque fuera cambiando, y que siempre tuviera una narración. Hay cosas que son más descriptivas porque la historia es el entorno, pero a mí me gustaba que no fuera una colección de ilustraciones, sino que hubiera historias. Y yo, en Entresijos, he tratado de hacer narrativa.

Artículos relacionados