Un verano invencible, de Unidad y Armonía

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DISCOS

«Hay un equilibrio entre la abstracción y la luminosidad que todavía potencia más el aire de imágenes que se captan al vuelo y perviven»

 

Unidad y Armonía
Un verano invencible
CASA MARACAS, 2021

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

Los avances aeronáuticos de los últimos años han hecho que Unidad, un módulo espacial de la NASA, se acoplase a la Estación Espacial Internacional. Algún tiempo después, el módulo italiano Armonía alcanzó la misma estación. Ligados quedan, pues, Unidad y Armonía. Módulos, como el nombre de un grupo que allá por los primeros setenta intentó una fusión de texturas flamencas con rock sinfónico y a quienes el grupo granadino que presenta este disco brindó un homenaje en 2014, reseñado en estas mismas páginas.

En realidad, el tributo fue un proyecto de Miguel Martín, de Lori Meyers, que imantó a diez grupos de su ciudad para llevar adelante una justa reverencia a un grupo que sigue un tanto olvidado. Y de paso, se apropió del nombre del proyecto para otra de las bandas que canaliza sus composiciones y que en Uno de estos días, de 2018, ya dio muestras de su buen hacer, y en este Un verano invencible lo reafirma. No es un disco temático, en el sentido de que todas las canciones giren sobre los mismos aspectos, pero sí que se enredan en los mismos ambientes. Partamos de que su textura sonora es plástica y cinematográfica.

Así, “Rayos de sol” —la única grabada en plena pandemia, las otras son anteriores— ofrece el empaque inicial, comienza con un inicio abstracto —a la manera del krautrock—, como de imágenes componiéndose, para dar paso de inmediato a un final que sabe a tranquilidad, a playa desierta. Que camina como sintiendo la calidez. Esos olores vuelven en algunas instrumentales —el disco posee varias— como “Domingo de Ramos”, en la que se adivinan callejones mediterráneos abiertos, llenos de azul, quizás el mar de fondo. También instrumental es “Aunque sabíamos que no estábamos volando”, que da un plano general, cerca del desenlace, con instrumentos que se abrazan sin que sus líneas converjan.

Y es que hay un equilibrio entre la abstracción y la luminosidad que todavía potencia más el aire de imágenes que se captan al vuelo y perviven. Son esas canciones que durante un minuto tardan en arrancar, pero que después se muestran maravillosas. “El principio y el fin” o la oscuridad, desarrollada sin contención, de “Extraño” son de este calado.

En ocasiones, se deriva hacia lo bucólico. En “Somos excusa” abre una travesera el aire y siempre que esto ocurre la ambientación es pastoril, entre el barroco clásico y Vainica Doble. Luego llegamos a un puente que es una preciosidad de cuerdas, lleno de tensión emocional. Cuando entra el piano, la belleza ya es particularmente excepcional. Con todo esto, el espíritu de los Módulos setenteros no se recoge, pero es que no se trata de un disco revival, y únicamente “Esa luz” —versión del grupo argentino Los Espíritus— se podría asimilar al pop sesentero, más atenta a sus estructuras. También aparece en “Soy una nube”, otra versión, de un dúo de hermanas españolas residentes en Colombia, Elia y Elisabeth, que pasaron desapercibidas en los setenta. La convierten en flamenca por la presencia de Estrella y Soleá Morente, con quien Miguel Martín también ha colaborado y, en los fondos, los arreglos cuentan hasta con palmas para hacer cuadrar el marchamo pop con el susurro rumbero.

No se trata de un disco que beba de sonidos antiguos. Es mucho más amplio en el tiempo su espíritu. De hecho, “El mar no es más que un pozo de agua oscura”, que adapta un poema de la poetisa uruguaya Idea Vilariño, es un ejemplo de cómo hay que tratar la psicodelia en nuestros días. Así que, al fin y al cabo, da la impresión de que es el disco que habrían hecho los Módulos de empezar en 2021.

Anterior crítica de discos: Rorschach test, de Jay-Jay Johanson.

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