Un gusano en la Gran Manzana: Contra Mississippi

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“Comprendo el sentir general, entre la vomitona reaccionaria y el cabeceo de quien acude a un funeral y no sabe cómo iniciar el ritual de las condolencias, tras comprobar que el teatro Apollo ha programado la actuación de un holograma con forma de Billie Holiday”

 

La nueva y controvertida canción de Steve Earle, la fantasmagórica programación del teatro Apollo de Nueva York y la verborrea incontrolable de Keith Richards animan el gusano neoyorquino de Julio Valdeón.

 

 

Una sección de JULIO VALDEÓN.

 

 

–13 de septiembre
De alguien muy valiente el lenguaje castizo dice que los tiene enormes, y aunque dudo que la valentía pueda comprobarse midiendo el radio de las gónadas hay que reconocer que, si siquiera en sentido metafórico, Steve Earle los tiene más grandes que una Gibson Jumbo como la que rascaba Johnny Cash (otro que no era precisamente tímido o cobarde). La última demostración de su osadía, en puridad sentido cívico, compromiso intelectual con la justicia, indiferencia al qué dirán de los neutrales y arrojo frente a ciertos cánceres, incluidos el patrioterismo, el belicismo y el nacionalismo. Vea y escuche, si alguien duda, su nueva canción, ‘Mississippi, it’s time’, encuadrada en el movimiento que puja para que el estado de Mississippi busque la dignidad en el arcón familiar y a cambio guarde allí y para siempre la abyecta bandera confederada, que para oprobio suyo, y del resto del mundo, sigue feroz, orgullosa y viscosa, ondeando en sus edificios oficiales.

 

 

–16 de septiembre
Es frecuente y aburrido que alguien diserte sobre la muerte del arte actualmente existente. La explicación más obvia es que quien juzga atisba su propia muerte e intenta minimizarla a base de extender la peste. No soy yo. Son los otros, los músicos, pintores o poetas, quienes ya no hacen nada de mérito, atrofiados por la inminencia del final, etc. Esta cantinela, frecuente en el ámbito de la crítica musical practicada en la barra de nuestros bares dilectos, recibe justificada munición favorable tras repasar las listas de éxitos. Al menos, hasta que el espeleólogo del detritus comprende que, por regla general, la mierda siempre ha gozado de buena salud. No se destruye. Repta impasible y atraviesa océanos de tiempo como el «Drácula» de Coppola en busca de la gentil Mina Harker.

Pero comprendo el sentir general, entre la vomitona reaccionaria y el cabeceo de quien acude a un funeral y no sabe cómo iniciar el ritual de las condolencias, tras comprobar que el teatro Apollo ha programado la actuación de un holograma con forma de Billie Holiday. ¿Tan mal está el percal, diremos con justa ira, que incluso el templo del rythm and blues y el soul, ante la escasez de intérpretes valerosos, ha resuelto proyectar una diapositiva de la leyenda? Pues hombre. Es muy posible que no haya demasiadas cantantes del fuste, la elegancia, la clase, el dramatismo crepuscular, la risueña tristeza y la voz de terciopelo que eran propios de la gran Holiday, pero solo porque portentos así son raros. Nace, con suerte, un puñado al siglo, y ni siquiera. En realidad no es el blues el que boquea, es el propio teatro. En un ejercicio metaliterario, y ante la imposibilidad de emocionar a nadie con una programación coherente y robusta, el Apollo proyectará en el escenario su propia y vieja gloria. La de los días en que era algo más que una atracción turística. Que tenga la forma y hasta el talle o la gardenia de Billie no engañará a nadie.

 

 

–18 de septiembre
Lo mejor del nuevo disco de Keith Richards, a falta de escucharlo, han sido sus declaraciones de las últimas semanas. De Jerry Garcia al rap no ha dejado títere con cabeza o torso. Aunque el veneno haya que tomárselo con la pizca de sal que aconseja el gracejo gamberro del pirata supremo, se agradecen sus ejemplos de chula franqueza y su afán por no someterse a los dicterios de una corrección que alcanzó hace tiempo los campos de la música.

 

 

Anterior entrega de Un gusano en la Gran Manzana: La loca del juzgado y el político jeta.

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