“Tormenta y mezcal”, de Rebeca Jiménez

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DISCOS

“Una de las grandes voces femeninas del panorama nacional, mucho más natural y menos desgarrada en este disco que en trabajos anteriores”

 

rebeca-jimenez-14-02-17

Rebeca Jiménez
“Tormenta y Mezcal”
MAGIC RECORDS

 

Texto: JAGOBA ESTÉBANEZ.

 

“Tormenta y Mezcal” es el tercer álbum de Rebeca Jiménez. Tras “Todo llegará” (2008, Warner) y “Valiente” (2011, Warner), ve la luz el mejor disco de su carrera, muy fácil de digerir (desde fuera de la banalidad), con esa característica voz al piano y unos arreglos muy mimados. La canción que le da título es la encargada de abrir el nuevo repertorio. Un universo adictivo que, sin ser un punto de inflexión respecto a los anteriores, en la primera escucha deja claro que ha mezclado boas de pluma y la seda con el sombrero, las botas camperas y las catrinas. Los aires mexicanos le han sentado a las mil maravillas a la segoviana. La homónima canción es un buen preámbulo para adelantar al oyente la tónica que seguirá el resto del disco: una colección de canciones frescas de medio tiempo, con una inconfundible cadencia de folk norteamericano suavizado con pop nacional.

Un tema que perfectamente podría ser cantado a modo de ranchera da paso al soul, como ofrenda al sentimiento más puro, ‘Love’, donde en el punto álgido de la canción clama a gritos “I need love”, respaldada por un solemne saxo y coros. Canción bandera y autobiográfica para alguien que acumula desengaños. Los coros vuelven a copar protagonismo, pero esta vez a modo de góspel en la positiva ‘Huracán’, una oda a la sinceridad con un alegre acompañamiento de teclados Hammond, donde confiesa que quiere formar una familia.

“Uno solo va a quedar volando a la deriva”, cantaba Andrés Calamaro en la mítica ‘Paloma’, y eso mismo es lo que sucede en ‘Salimos a volar’, una de las mejores canciones del elepé. Un tema muy potente y con mucha personalidad, que empieza desnudo con Rebeca al piano y termina explotando en un gran solo de guitarra eléctrica.

Con una potente melodía marcada por un saxo tenor, cuesta abajo y sin melodramas es el turno de ‘Aventura americana’, una canción de autoayuda, positiva y reconfortante, para esos momentos en los que además de predispuesto, uno está preparado física y mentalmente. Un himno a la vida que aviva el fuego interno que uno sentía de niño. La preciosa introducción de violín da paso a la nostalgia en ‘Hasta el infinito’, donde unos coros angelicales culminan esta balada onírica y esperanzadora, rompiendo la ley de la gravedad. Seguimos manteniéndonos en el cielo con ‘Aerolíneas argentinas’, con aires sudamericanos y letra poco trascendental, que tras varias escuchas reconoces que es un buen tema, alentador y motivante. Vuelta a lo terrenal, de la colaboración con César Pop, y como grito a la crisis en muchos países, donde los gobiernos y altos cargos campan a sus anchas, nace ‘Nadie se salva’, una canción necesaria en los tiempos que corren.

Si abriéramos la puerta de un club del Village en Nueva York, perfectamente podría estar sonando la jazzística ‘Paloma’. Con David Schulthess al piano y unos graves muy potentes, este canto a la añoranza es una canción de despedida con un guiño al cielo, conteniendo las lágrimas. Una pequeña joya con una notable composición que se adivina muy interesante en vivo. La rebelde ‘Te acordarás de mí (Pinche Love)” es una gran canción semi-funk que recuerda a Tom Waits en sus inicios, con cuerdas y vientos estridentes muy marcados.

Tras este viaje por estilos tan misceláneos, el disco se cierra con ‘Tú verás’, una magnífica ranchera con letra clásica y atemporal: si no fuera porque no existe en Google, podría haber pasado por un tema clásico de los grandes del género, de Jorge Negrete o José Alfredo Jiménez. Yo me lo habría creído. Quién sabe si los próximos pasos de Rebeca irán por ahí.

Con esta onda termina “Tormenta y Mezcal”, un disco compuesto desde la reflexión y desde la rabia contenida, con letras sinceras que hablan de la propia artista y de quien lo escuche. Una de las grandes voces femeninas del panorama nacional, mucho más natural y menos desgarrada en este disco que en trabajos anteriores. Y un derroche de calidad musical a cargo del experimentado trío de ases formado por Toni Brunet a las guitarras, Jacob Reguilón al bajo y Toni Jurado a la batería, que bien podría apreciarse al atardecer desde una mecedora sentado en el porche, conduciendo o donde a uno más le plazca, pero lo más importante: apto para hacerlo con padres, hijos o con cualquiera con preferencias musicales muy variopintas. Para todos los públicos.

Anterior crítica de discos: “Que el mañana sea bueno”, de Dolorosa.

 

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