Said Muti: «Un hotel es un lugar maravilloso para situaciones merecedoras de canción»

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«Me siento más identificado con el rock, pero eso no me limita a la hora de componer»

 

Historias cotidianas y vidas cruzadas en un cuarto de hotel. Ese es el nexo común de Habitación 828, el disco en el que Said Muti transita por el rock clásico, el soul, el blues o la electrónica, entre otros géneros. Una entrevista de Xavier Valiño.

 

Texto: Xavier Valiño.
Fotos: Rubén Grimón.

 

De padre palestino y mi madre canaria, la vida de Said Muti se mueve desde su adolescencia alrededor del rock and roll gracias a sus hermanos, que escuchaban mucha música, desde Genesis, una de sus primeras obsesiones, a bandas de rock británico y americanas. Comenzó a tocar la guitarra por casualidad. Cuando acabó el instituto y entró en la universidad, empezó con los conciertos a guitarra y voz, haciendo pequeños shows acústicos y probando sus canciones frente al público.

En 2013 todo dio un vuelco con la gestación de su banda y con la publicación del primer epé Corazones y ceniceros. Tres años después publicaba De tripas rock ‘n’ roll, con el que se dio a conocer por toda la península, editando el año pasado un disco grabado en vivo que sirvió para ponerle final a esa etapa, En directo desde el Auditorio Alfredo Kraus. Ahora, Said Muti presenta Habitación 828, un ramillete de rutilantes canciones de «soul, rock clásico, blues, indie, electrónica e incluso canción de autor» que hablan de historias cotidianas y vidas cruzadas con el nexo común de un cuarto de hotel, donde todo es posible.

Según lo que nos explica el propio Said, Habitación 828 es un disco diferente. «Considero que no hay que estancarse, y en el riesgo encuentro algo de placer. Me gusta que cada etapa tenga una personalidad y un sonido propio. Cambiar es avanzar. En este caso, se trata de canciones más maduras y contundentes. Me centré mucho en los textos, y encontramos una línea acústica y orgánica donde las canciones quedaban muy bien vestidas. No tengo premeditada la línea de evolución de mi carrera. A ese respecto, me gusta pensar que iré haciendo lo que sienta en cada momento. Dejaré que el devenir tome las decisiones oportunas para cada instante».

En este álbum parece claro que ha optado por un tono algo más acústico y reflexivo, menos visceral. «Me aparté de la vertiente más afilada y eléctrica. Los temas habían nacido con mayor reposo y, sin duda alguna, más acústicos. Las letras tienen otra intención y la visceralidad anterior quedó en un segundo plano. Quería hacer canciones diferentes sin apartarme del todo del estilo en el que llevaba escribiendo este tiempo. No fue un proceso sencillo, pero puedo asegurar que durante esa leve transformación he aprendido mucho. Salir de la zona de confort aporta resultados sorprendentes y te permite investigar sin prejuicios».

 

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«Cada vez que oigo a alguien cantar una canción mía, no puedo evitar sentir un vuelco en el corazón»

 

Su título no se corresponde con ninguna canción del disco, pero no es casualidad y se ha elegido por una razón, con canciones que están interconectadas entre ellas. «Me gusta la idea de englobar todas las canciones alrededor de un marco común. Se trata de historias cotidianas que cualquiera de nosotros ha vivido en algún momento de su vida. El trasiego de esta profesión me lleva a muchas ciudades y, sin duda, un hotel es un lugar maravilloso para que acontezcan situaciones merecedoras de convertirse en canción. Necesariamente no tienen que estar todas las canciones interconectadas, pero sí responden a un momento vital concreto. Cada una tiene su alter ego, su pareja. Era una idea que llevaba atrayéndome mucho tiempo y que, a pesar de que a priori no sea fácilmente identificable, está presente. Hay protagonistas que repiten. Entran y salen en forma de versos copando la canción a su antojo. “Las verdades que conté” y “Círculos viciosos” tienen a la misma actriz protagonista. Por otro lado, hay muchos personajes secundarios con calado, que dan pinceladas concretas en varias canciones».

 

 

Aunque se mueva en las coordenadas del rock clásico, su autor siente que en este disco se ha salido un poco de esa fórmula. “El forastero” es un ejemplo. «En esta ocasión apostamos por sintetizadores y un patrón rítmico que no suele estar presente en mis canciones. Definir los géneros en ocasiones es delimitar demasiado una obra. Cierto es que el lenguaje que uso está en clave de rock. Es la música con la que más me siento identificado, pero eso no me limita a la hora de componer».

Desde fuera parece que tuvo las cosas bien claras desde un principio. «Tenía claro que este era mi lugar y que quería vivir sobre un escenario. Uno se va construyendo poco a poco y, una vez tienes el veneno en la sangre, es muy complicado no querer dedicarte a lo que te apasiona. El camino ha ido moldeándome hasta convertirme en lo que soy ahora. Lo importante es tener claro el horizonte y no desviarse. Quizás he escogido el sendero más largo, pero estoy seguro de que es el correcto. Paso a paso, firme y con el respeto debido a los sucesos aleatorios».

Después de haber dado el salto a grandes y pequeños escenarios, a la península y tocando habitualmente en las Islas Canarias, Muti sigue aprendiendo. «De eso se trata. Hay que estar pegado a la realidad y formarse con conciencia. Es una profesión que requiere mucho esfuerzo, pero la gratificación es enorme. Por otro lado, los músicos hacemos un sin fin de sacrificios personales a favor de nuestro trabajo. Abandonamos muchas cosas por esta pasión que nos mueve. Aun así, lo hacemos con gusto. De lo que más aprendo es del público: siempre he pensado que una vez editadas las canciones dejan de ser mías para pasar a ser de quien las escucha. Es muy emocionante ver y sentir ese apoderamiento. Cada vez que oigo a alguien cantar una canción mía, no puedo evitar sentir un vuelco en el corazón. No obstante, el proceso de aprendizaje no acaba y estoy siempre alerta para “apoderarme” de algún conocimiento extra».

Cuando le pedimos que nos recuerde alguna buena anécdota que haya vivido en el mundo de la música, escoge una que tiene como protagonista a Leopoldo María Panero. «Tengo muchas y variadas. Algunas en sitios a los que no sabría volver y con la sonrisa más pegada al amanecer que a la media noche. Quizás una de las que recuerde con más cariño sea la que me sucedió con el poeta Leopoldo María Panero en mi primer concierto. Fue en la Cafebrería Esdrújulo de Las Palmas de Gran Canaria. Por aquel entonces, la mayoría de los cantautores de Canarias y España pasaban por ese escenario. Tenía un puñado de canciones y me aventuré a cantarlas. No creo que hubiese cumplido los dieciséis. Llegué con puntualidad obsesiva a la hora de mi primerísima prueba de sonido. En la antesala del local estaba Panero sentado fumando su sempiterno cigarrillo. Yo sabía de su existencia, pero nunca lo había visto en persona. Justo cuando entré, me echó un vistazo de arriba abajo, hizo un gesto cómplice con la cara y siguió concentrado en un vaso de leche que tenía junto al cenicero. Leopoldo vivía por voluntad propia en el Hospital Psiquiátrico. Después de un largo periplo, acabó en la isla. En mitad de la prueba, se acercó al escenario, me dio la mano, dijo algo inaudible y después espetó un clarísimo: “Halaaaaaa, ¿pero qué tenemos aquí? Otro cantamañanas”. Después de su particular bautizo, vomitó una cantidad sorprendentemente grande de leche frente a mí. Según tenía entendido, tomaba leche compulsivamente porque pensaba que lo estaban envenenando. Se dio la vuelta y se perdió por la calle Cebrián. Sin duda alguna, fue un original recibimiento al universo de la creación. A partir de ese momento, coincidí con él muchas veces más en la Facultad de Ciencias de la Educación y entablamos una curiosa relación en la que me contaba anécdotas o simplemente recitaba poemas. Era una persona a la que tenía cariño y respeto. Aprendí mucho leyendo sus libros. Un personaje poco habitual, gamberro y entrañable a partes iguales».

 

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