Rockola. Discos14/09/2007

Autor:

Rockola. Discos14/09/2007Andrés Calamaro
La lengua popular

WARNER

Todos manejamos las claves que han hecho de Andrés Calamaro el músico en español más influyente y decisivo de la última década: Conocimientos enciclopédicos de la historia del rock y la música popular que son volcados en su obra; completo dominio del ritmo, la melodía y la armonía; enorme pericia instrumental; absoluta versatilidad y falta de complejos para atacar géneros, estilos o enfrentarse a nuevas experiencias; descomunal capacidad para escribir canciones –en palabra y música– que emocionan y enganchan al oyente; una voz superdotada para manejarse en múltiples registros sin perder ni por un momento la personalidad y su conmovedora calidez; periodos de destajismo compositor; magnetismo personal, etc. Pero, generalmente, en esta glosa de aptitudes –y actitudes– obviamos su capacidad para exponerse. Y es que Calamaro se deja en cada obra, literalmente, la piel, entregando trozos de sí mismo que más tarde son analizados con lupa por sus seguidores (¡glups!). Vamos, que se arriesga en cada disco, que se la juega en cada canción para contar su manera de entender la vida y su vida, la música y su música. Y sabe que lo hace. Como seguramente sabe que no hay posibilidad de «compararle con», que salió disparado y hace rato que juega a su propio deporte; inventado por él, tal y como hacen los mitos del rock o la canción popular con los que Andrés se educó. Lo sabe, pero hace como que no, y es de suponer que si alguna vez se regocija en ello, lo hará, como lo hace la gente bien educada, en privado. Gesto que le ennoblece.
    A todo ello hay que sumar que lleva un racha formidable –para algunos discutible, pero innegablemente valerosa– que arranca en 1990 con Nadie sale vivo de aquí, crece exponencialmente junto a Los Rodríguez (1991-1996), se afianza con Alta suciedad (1997), despega como un reactor con Honestidad brutal (1999), se enroca con El salmón (2000) y sus secuelas (oficialmente) inéditas (2000-2003), toma aire con El cantante (2004), se desborda emocionalmente con El regreso (2005), se refugia en Tinta roja (2006), se consolida con El palacio de las flores (2006) y, por fin, bulle sumando todo lo anterior en este La lengua popular en el que enseña el catálogo completo, actualizado a día de hoy. Como queriendo dejar constancia de que el viaje ha tenido sentido, que al rock-marca-de-la-casa todavía le queda larga vida –»Los chicos», «Sexy & barrigón», «La mitad del amor»–; que en una cumbia-pop no desentona una caja de ritmos –»5 minutos más (Minibar)»–; que un himno puede hablar de la muerte como si tal cosa –»Los chicos»–; que el amor y los serenos estados del alma no están reñidos con las buenas canciones –»Carnaval de Brasil», «Soy tuyo», «La espuma de las orillas», «Cada una de tus cosas», «De orgullo y de miedo»–; que las aceradas visiones del presente de su país pueden inspirar pavorosos textos y melodías que explican fenómenos universales –»Comedor piquetero», «Mi Cobain (Superjoint)»–; que la música popular, siempre vista desde el prisma rock, no excluye las cuidadas producciones y la búsqueda de la excelencia musical y sonora –¡qué despliegue de guitarras a lo largo de todo el disco!–. Apartado este último en el que hay que destacar los buenos oficios de Cachorro López, compañero de viaje en esta nueva entrega, responsable de la producción y coautor de algunas músicas.
    Quizás esta Lengua sorprenda en una primera escucha, pero luego crea adicción. Aunque, tranquilidad, que no es ilegal ni perjudicial para la salud. Todo lo contrario: contagia alegría y ahuyenta las penas. ¿Se puede pedir más?
JUAN PUCHADES.

Mark Olson
The salvation blues

HACKTONE

La inmensa mayoría de los fans de The Jayhawks están de acuerdo: la banda de Minneapolis nunca sonó tan exquisita y trascendental como en Hollywood Town Hall y Tomorrow the green grass, cuando Mark Olson era el alma del grupo, con permiso de Gary Louris. Una verdad que para alguno podría ser motivo de polémica pero que se testifica mejor que nunca en The salvation blues, el último trabajo de un hombre que lo tenía todo y lo dejó por seguir su camino.
    De eso, hace ya doce años y parece mentira que hasta hoy no se pueda hablar de un disco en solitario, con todos los rigores, de Mark Olson. Porque The salvation blues es más Olson que cualquiera de los publicados anteriormente con los Creekdippers, la banda que formó bajo la influyente presencia de su ex esposa Victoria Williams.
    El álbum, grabado en un rincón perdido de Joshua Tree, es un tesoro de country moderno. Se puede decir que el viento del desierto por el que habita el espíritu de Gram Parsons ha volado ligero hasta el estudio de grabación de Olson, donde ha facturado su obra más honesta y emotiva, en la misma línea que él siempre se ha marcado. Pero, para los que no crean en poderes sobrenaturales, habría que añadir que el ex Jayhawks se rodea de lo lindo. Cuenta, por primera vez, con un productor ajeno de la talla de Ben Vaughn (Los Straitjackets, Ween) y con la colaboración de un conocido: nada más y nada menos que Gary Louris. Factores todos ellos que apuntalan el talento de Olson.
    En once pistas, afronta con intensidad el suicidio de su padre en “Keith”, o canta con belleza a ese vínculo de la inocencia y Sandy Denny, la gran voz de Fairport Convention, en un corte que lleva por título el nombre de la musa del folk británico. Aparte de su ex mujer que coescribió el tema “Winter song”, otra presencia femenina, esta vez tangible, es la de Cindy Wasserman. La vocalista del grupo Dead Rock West acompaña en la preciosa “Clifton bridge”, un tema que fue escrito sobre una servilleta al más puro estilo novelista de café y cigarrillo. De hecho, los meses previos al disco los gastó el autor en recorrer parte de Europa y entrar en contacto con una pareja amiga de escritores, que le aconsejaron y alojaron en Gales tras la depresión por la ruptura de su matrimonio. Así, “My one book philosophy”, descarnada balada final al piano, es su declaración personal después de todo. Y, como no puede ser de otra forma, el gusto por las segundas voces y armonías alcanza su clímax con Gary Louris. “Poor Michael’s boat”, rescatada de los tiempos de Hollywood Town Hall, saca lo mejor de esta sociedad que revive, queriendo o no, el innato poder de atracción de su comunión musical.
    Por ello, y sin duda, Mark Olson hizo de los Jayhawks algo especial, simplemente porque él es especial, siempre a su manera, bendita manera.
FERNANDO NAVARRO.

Carlos Cros y Los 400 Golpes
Escucha los latidos

LUCINDA RECORDS/SUBTERFUGE RECORDS

Los Selenitas grabaron dos álbumes que les procuraron fama de desenvuelto grupo pop de esencia retro. Fue encasillado. Parece que Carlos Cros, bajista y cantante de ese cuarteto barcelonés, no quiere que le suceda lo mismo en su carrera en solitario, y la inaugura con este trabajo variado, aseado y grabado junto a músicos curtidos en bandas como Tea Servants y Fine! Su singular voz y un permanente sustrato pop es el común denominador de una grabación que arranca con una chica mandando al cantante a la mierda en una intro que recuerda a Astrud, aunque no sea tecno pop, y sigue con detalles rockanroleros de los M Clan domesticados, retales latinos, guiños a Dylan, baladas de arreglos soul y hasta un tango. Hay más rock and roll fresco y moreno, en la onda de Los Ronaldos, en clave reggae evoca a Amparanoia y en el apartado lírico resulta cuando menos contradictorio, capaz de ponerse ñoño entonando frases de pegajoso romanticismo para, acto seguido, espetar cosas como “más de una perra me ofrece cariño y comprensión”, y “no sé qué pasa que a donde mire siempre hay un coño al que mostrar mi devoción”. Lo dicho, Escucha los latidos resulta así una tarjeta de presentación variada y aseada cuya portada nos hace recordar a Eduardo Manostijeras.
IGOR CUBILLO.

Estampie
Best of Estampie (1986-2006)

GALILEO MUSIC

Estampie nacieron en 1986, cuando ni siquiera la música medieval jugaba un rol de mención dentro de los estirados círculos de la Música Antigua. Veinte años después, esta formación alemana está plenamente abierta a la causa etnográfica y se atreve incluso a retar a los puristas mezclando en sus espectáculos cántigas y anónimos con bailarines de kathak y las guturales voces de Tuva. Aunque su repertorio lleva piezas de Alfonso X El Sabio, Guiot de Dijon, Hildegard von Bingen o Carl Orff, no observan ningún tipo de correlación histórica o academicista. Muchas son especialmente contundentes, como cuando entran en el coro (habitualmente femenino) sus fornidas voces masculinas, caso de “Gol”, “Estampie V”, “Qui sunt hi” u “Oh fortuna”. Ahora parten piñón con los valencianos L’Ham de Foc, con los que ya han salido de gira y grabado un disco que verá la luz este otoño. Y hay transferencia, como se desprende de su reciente querencia por la percusión, que contribuye a desperezarles. Te gustarán si te gustan Dead Can Dance, Malicorne o las grabaciones del sello Prikosnovenie. Como anécdota, decir que este recopilatorio incluye “Palästinalied” (”Nu alrest”), un “clásico” de 1229 de Walter von der Vogelweide que Javier Ruibal cantó en impecable alemán en el primer trabajo de Radio Tarifa.
GERNOT DUDDA.


Nobel
Cada momento es el mejor

GAS-OIL RECORDS

Quizás el cuarteto vasco sea el último reducto en la música independiente del pop hecho con pulcritud y efervescencia, aquel destinado a narrar estados de ánimo con melodías directas y emotivas. Lo que se viene haciendo desde Buddy Holly, vamos. Y lo resuelven poniendo energía en los coros, delicadeza en unas baladas como hace tiempo que no se escuchan y ajustando el violín a los moldes del pop con total rotundidad.
Canciones con su cuota de inocencia, sus guitarras densas y sus múltiples influencias, fundidas hasta hacerse invisibles. Del ye-yé a la Nueva Ola, de los sesenta a las chicas indies, su música se cose a estos patrones y consigue resultados chispeantes o tiernos. Las tonadas de siempre que vuelven a salir a la calle peinadas y limpias, que vuelven a ser crujientes y redondas. Catorce temas con el vitalismo de la que da título al conjunto, el aire casi soul de “Así se recompone” o una delicada versión de la “Habanera del primer amor” que conserva esa extraña y agria melancolía de las Vainica.
    Un disco que no es desde luego perfecto, pero que trasmite cercanía y sensibilidad. Y eso ya es más que bastante.
CÉSAR PRIETO.

Mandy Moore
Wild hope

Firm/EMI


Lo más normal es enchufar la tele en la sobremesa de un sábado y ver la
típica película estadounidense de la adolescente que quiere convertirse
en estrella del pop y lo consigue. Lo más normal es que una vez que
alcanza tal triunfo todo el mundo entiende que ha cumplido su sueño.
Pero, ¿qué pasaría si esa rubia tonta no lo fuera tanto e hiciese el
camino a la inversa? En otras palabras, ¿existe la historia al revés?
La respuesta es sí, y la protagoniza Mandy Moore.
    Es cierto que su perfil es de casting: cara bonita, sonrisa
de caramelo, pelo rubio y cuerpo delicado. Y su currículum vítae es
tremebundo: cantaba el himno nacional en cada evento deportivo de la
escuela al ganar el concurso National Anthem Girl, antes de
convertirse en la “hermana pequeña” de Britney Spears y Cristina
Aguilera en el sello Epic o girar con los Backstreet Boys. Aún más, ha
estado en el reparto de series y películas de dudosa calidad, la última
de ellas, Hasta que el cura nos separe, junto a Robin Williams.
La verdad, un poco más y no hay por donde cogerla. Sin embargo, Mandy
Moore, a sus 23 años, parece que se acaba de empeñar en cargarse el
cuento de hadas por amor al arte.
    El conflicto de esta historia se llama Wild hope, su primer
álbum al margen de las cadenas del estrellato. Grabado en Woodstock, la
nueva carta de presentación de la buena de Moore es una amable búsqueda
de redención a través del folk y el pop meloso. Sin el carisma de
Lucinda Williams o la naturaleza de Cat Power, sin la fuerza de Ani Di
Franco o el lado oculto de Neko Case, el trabajo de Mandy Moore se
caracteriza por la fuerte dosis de sencillez bien entendida y, sobre
todo, de sinceridad. También por una voz de nota alta que en boca de
frases inteligentes y con sentimiento puede hacerte pasar una buena
tarde de domingo lluvioso.
    Con una acertada producción y la colaboración de la neo-folkie
Rachael Yamagata y el dúo Weepies, Moore abandona el pop cursi de sus
comienzos, cuando cantaba rimas fáciles y estúpidas de prefabricación,
por el pulso personal consigo misma. “Extraordinary” es el mejor
ejemplo de esta retrospección, donde se prepara para su nuevo paso
artístico. Ella quiere ser dueña de sus composiciones e involucrarse en
su obra hasta el punto de bajarse del carro de la fama o rechazar
contratos mientras no se la valore como artista. “All good things” o
“Looking foward to looking back”, dos de los mejores temas, cuentan con
la medida instrumentación que desprende todo el disco.     A veces,
recuerda a Norah Jones, pero dada al folk, o a Fleetwood Mac, como en
“Nothing that you are”. Y siempre con su sello, el de chica demasiado
joven y bonita que ha sufrido los mangoneos de la industria y ha
aprendido la lección, o, como ella prefiere, el de mujer con algo que
decir.
Por ahora, este segundo acto de Mandy Moore es admirable y atípico, y
parece con fuerza suficiente cómo para cambiar toda la historia. Ganas
no le faltan.
FERNANDO NAVARRO.


Varios
Creatures from outerspace

URANUS RECORDS

La carrera por la conquista del espacio, que protagonizaron Estados Unidos y la Unión Soviética desde los años cincuenta hasta la llegada del hombre a la Luna en 1969, inspiró ilimitadas fantasías sobre seres de otras galaxias que no tenían otro objetivo que destruir la tierra y a sus desdichados y sufridos habitantes. En el cine, este miedo a lo desconocido se tradujo en descacharrantes films de serie B. En el rock también hubo un subgénero con canciones dedicadas a monstruos verdes, abyectos robots y héroes espaciales varios. Creatures from outerspace recopila 20 de estos temas grabados a finales de los cincuenta y principios de los sesenta sin poder precisarlo con más exactitud por la falta de créditos de la que adolece este disco de vinilo (verde, claro). Incluye temas de primitivo rock and roll y de pop vocal como “Martian hop”, de The Ran-Dells, una canción que estuvo en el Top 40 de los EEUU en el 63, o “Bo meets the monster”, de ese gran monstruo llamado Bo Diddley. También hay concesiones al pop infantil como “Witch doctor”, de David Seville, un tema pionero en la utilización de efectos sonoros para imitar voces de niños. Todo ello, le da un cierto aire bizarro y cafre a un disco muy agradable y divertido de escuchar. Es más, a mi hijo Max, de cuatro años, le ha encantado y desde hace varios días me lo pide sin cesar. Mucho mejor estos marcianos de pacotilla que los “Pitufos maquineros”, palabra.
ÁLEX ORÓ.

Elliott Smith
New moon

DOMINO/PIAS

Su quebradiza voz tenía la rara virtud de evocar, en pocos segundos, decenas de motivos melódicos clásicos tan bien aprehendidos como capaces de alterar la epidermis. Y no le hacía falta más que una guitarra acústica para acompañarla y dotar a sus temas de la suficiente entidad. Así fue durante sus tres primeros álbumes (de lo cuales, Either/Or, de 1997, es el mejor), y así lo recoge esta compilación de descartes de aquella época, registrados entre 1994 y 1997. Lo que se hace patente a lo largo de este doble es que, más allá del apetito de la industria por seguir sacando partido al filón de un cadáver joven –nada que ver, aun así, con la impune explotación de otros casos similares que todos tenemos en mente–, Elliott Smith andaba tan sobrado de buenas canciones que prácticamente cualquiera de estos 24 cortes podría haber formado parte de su discografía oficial sin desentonar lo más mínimo, incluida esa versión del “Thirteen” de Big Star que solía tocar en directo, aquí recuperada. Su figura sigue revalorizándose con el paso del tiempo.
CARLOS PÉREZ DE ZIRIZA.

Mi Generación
Mi Generación
WAH-WAH RECORDS

El quinteto barcelonés Mi Generación es uno de esos grupos malditos del pop español que merece la pena recuperar. Su primer single “Toma tu parte de felicidad”, es una de las joyas ocultas del pop psicodélico español con su chirriante guitarra, su órgano asesino y su abrasadora sección rítmica, que lo han convertido en pieza cotizadísima en el mercado del coleccionismo. Pero Mi Generación no fue grupo de un solo disco. En 1971 grabaron un LP homónimo que obtuvo una escasísima repercusión comercial. La banda catalana dejaba atrás los sonidos de los sesenta para entrar en la nueva década con una propuesta que les acercaba más a formaciones como Crosby, Stills & Nash. Preciosas armonías (periodistas de la época las calificaron en su día como las mejores del país), rock acústico y de tinte californiano, letras que nos transportan al sueño hippie de principios de los setenta y alguna veleidad sinfónica son los principales avales de este grupo que quedan plasmados en temas como “Otro sueño” o “Solo estás y estoy”. Wah-Wah Records ha tenido el acierto de reeditar en vinilo el primer single (con una reproducción de la portada original), este LP y también un segundo larga duración grabado en 1972 que quedó inédito tras la desbandada que hubo en el grupo para que sus miembros cumplieran la mili. El segundo trabajo (que no tiene título), se antoja como un disco de oportunidades perdidas. Podría haber sido la consagración del grupo gracias a composiciones como “El amor dijo”, “Evasión” o “Gentes” que reinciden en las potencialidades sonoras del quinteto.  Se agradece mucho el esfuerzo de sellos como Wah-Wah a la hora de licenciar los derechos de grabaciones tan injustamente olvidadas como estas, pero se agradecería todavía más si se incluyera algún tipo de información adicional sobre el grupo (nos consta que ha colaborado con el sello) y la carpeta fuera de mejor calidad. Todo ello contribuiría a que el esfuerzo de gastar casi 30 euros en este doble LP  y single fuera más liviano.
ÁLEX ORÓ.