Rockola, Discos. 9 de noviembre de 2007

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Rockola, Discos. 9 de noviembre de 2007Eagles
Long road out of Eden

EAGLES RECORDINGS/UNIVERSAL

Nunca fueron los Eagles un grupo que se prodigara demasiado, pero 28 años sin grabar un nuevo disco es demasiado tiempo. Sin embargo, tras escuchar este doble Long road out of Eden y sus veinte canciones, parece que la espera ha merecido la pena. Porque sí, a muchos les duele el sonido de los Eagles, su pulcritud, su exactitud, pero ésa es y ha sido siempre la manera en la que esta banda ha entendido la música.
    Esta nueva entrega –y dado su ritmo de producción, muy probablemente la última que nos ofrezcan, por lo menos en estudio–, se abre con «No more walks in the wood», toda una declaración de intenciones: Las cuatro voces de los cuatro Eagles cantando juntas y prácticamente a capella, con enorme delicadeza. Pero, inmediatamente, saltan a «How long», un rock con sabor country que bien podría remitir a sus primeros días, antes de que fueran una banda exitosa y masiva estigmatizada por una canción, «Hotel California», hoy pasto de FMs nostálgicas y recopilatorios para adultos. Varias veces a lo largo del álbum regresan a ese sonido primigenio, pero también se recrean en sus clásicos ejercicios de rock suave y soleado, con sus exactas voces tiñéndolo todo, como recordándonos que estos veteranos se empaparon con ganas los discos canónicos de los Beach Boys y sus armonías vocales.
    A estas alturas los Eagles saben perfectamente lo que quieren, no se van a apuntar a la vanguardia ni van a descubrir nuevos mundos sonoros. Simplemente, se manejan con probada soltura en las claves que dominan, buscando algo así como la excelencia sonora, la belleza sin perder ni por un momento la perspectiva de que una canción debe conmover al oyente. Así, entre una preciosista producción, plagada de elegantes brillos instrumentales (y los vocales ya comentados), Henley, Walsh, Frey y Schmit, dejando muy atrás sus días salvajes (aquellos que cimentaron la leyenda en habitaciones de hotel, fiestas brutales y enormes peleas internas; algo que nunca se trasladó a su sonido), entregan una colección de temas que reflejan su edad actual, reflexionando sobre las relaciones humanas y amorosas, cantándole a sus hijos y alzando la voz contra los dislates de un mundo, manejado desde su propio país, cuyo rumbo no les gusta en absoluto.
    Es cierto que se lo ponen fácil a sus detractores, pero también a sus admiradores: Estos son los Eagles al cien por cien, puestos al día, con más sabiduría que nunca y dominando sus recursos (trucos, los llamarán los primeros, ¡pero qué trucos, señores!) y su versatilidad. Son veinte temas, y se agradecen todos, en un paseo por los diferentes géneros de la música popular estadounidense –rock, pop, soul, jazz, folk, country-rock, funky… incluso aportan un tema con aire de ranchera o se atreven a introducir algunos apuntes africanos en el corte que da título al álbum– pasados por su tamiz, hechos suyos, impregnados de su esencia y su sello. Música hermosa –algunos pasajes resultan sublimes: «You are not alone», «Waiting in the weeds» o el instrumental «I dreamed there was no war» son sólo tres ejemplos– para disfrutarla plácidamente, para paladearla sin prisas pero con los sentidos bien despiertos.
    Si los Eagles han de volver a grabar, que la próxima vez la espera no sea tan larga. Muchos se lo agradeceremos. En caso contrario, si este fuera el último capítulo de su andadura, se habrían despedido ofreciendo lo mejor de ellos mismos, demostrando que siguen vivos y en plena forma.
JUAN PUCHADES.

Neil Young
Chrome dreams II
REPRISE

Tras la grabación de Zuma, Chrome dreams debió ser el álbum que Neil Young publicase en 1976. Sin embargo, aquel disco que contenía algunas de sus mejores canciones, como “Like a hurricane”, “Too far gone” o “Powderfinger”, nunca vio la luz. Desde entonces y hasta nuestros días, Chrome dreams, en sus diferentes versiones con añadidos, ha sido uno de los “bootlegs” más codiciados por los fans de Neil Young, y, como no puede ser de otra forma viniendo de este hombre, también uno de esos discos no oficiales que siempre ha encabezado las listas de los más solicitados por todo fan del rock’n’roll junto a los de Bob Dylan, Grateful Dead, Bruce Springsteen o Van Morrison.
    El de ahora es la segunda parte, o mejor dicho, el homenaje a ese “bootleg” tan demandado. De ahí, lo de Chrome dreams II, aunque no comparta temas relacionados con el primero. Pero lejos de ser una mera colección de piezas perdidas, puestas sin sentido, lo que ofrece el último trabajo de Young es un discazo en toda regla, entre antiguas “outtakes” y nuevos temas. Un álbum que canaliza su pasado y su presente, mostrando las dos caras más reconocidas del artista, la de su furia eléctrica y la de su inocencia acústica, que son el yin y el yang con los que ha creado el tótem que es hoy.
    El tema que abre el disco, “Beautiful bluebird”, o “Ever after” se podrían haber incluido sin problemas en Harvest, como esas pistas country-folk donde el espíritu delicado del “songwriter” planea como en los setenta. Entre la armónica y el pedal steel guitar, brotan con fuerza baladas como “Shining light”, recreada en el pop de los cincuenta y rebosante de belleza, y “The believer”, con un ritmo sincopado donde Young se escenifica como un creyente. Porque la fe, entendida como una energía mística y personal y fuera de toda organización religiosa, es el motor temático del disco.
    Young vuelve a sumergirse en su propio mundo de preguntas. Lo canta y lo borda cuando cede a su lado acústico, pero también cuando decide dinamitar el álbum con sus reminiscencias a Crazy Horse, donde cuenta con la colaboración de Ralph Molina, batería de la mítica banda. “Spirit road”, “No hidden path” (14 minutos abrasivos) y “Dirty Old Man” dan buena cuenta de ello. Algunos dirán que Neil Young cuando se pone eléctrico repite la misma fórmula. Puede, aunque siempre hay matices. Pero ni falta que hace. A Coca-Cola le va de maravilla con la misma fórmula guardada bajo llave desde hace décadas. Y este hombre de 61 años esconde el secreto del rock eléctrico bajo solos de guitarra urgentes e imperecederos. 
    El broche es “Ordinary people”, una epopeya eléctrica de más de 18 minutos no apta para adictos a las banalidades comerciales. Grabada del tirón en una sola toma en 1988 con los Bluenotes, esta composición con una sección de viento magistral hace referencia a la gente ordinaria donde se incluyen los camellos, los trabajadores, boxeadores, vigilantes nocturnos y modelos. Lo canta sin tapujos: “En la parte baja de la ciudad, algunos son santos y algunos son unos cabrones”. Póngase, para situar en la geografía musical, un cruce de guitarras, batería y trompetas con Neil Young a la cabeza. Glorioso. 
FERNANDO NAVARRO.

Tarik y la Fábrica de Colores
El hueso y la carne
MUSHROOM PILLOW

Hace un par de años, Sequentialee supuso el lustroso rescate para la comunidad pop de este país de Álvaro Muñoz, una de las mentes compositivas más preclaras surgidas de aquella desubicada generación que sirvió como bisagra entre los anquilosados tótems de los 80 y la dispersa camada indie de los 90. No es que hubiera dejado de hacer discos desde entonces, pero trabajos como On the radio (98) tuvieron una resonancia más bien escasa, por decirlo de un modo suave. Este El hueso y la carne, grabado ya íntegramente en castellano en el Refugio Antiaéreo de Los Planetas –de hecho, Banin aporta líneas de órgano hammond y Eric Jiménez continúa a las baquetas– supone una lógica continuación de aquél, condensando intactas las mismas cualidades que lo definían: el afilado contorno “sixtie” (“Tiene que pasar”, “Anticipo” o “Subir al tren”), la fluidez para tejer estribillos tan incisivos como instantáneos (el de “Tormenta esta noche” se lleva la palma), los saludos reverentes a The Jesus and Mary Chain (“Antes de la niebla”) o esas largas y densas construcciones que acaban imponiendo su ley por terca acumulación de efectivos sonoros, tan de la escuela Planetas (“Nadador”). Y todo, en poco más de media hora. Discos tan rotundos no necesitan más. Sin desperdicio.
CARLOS PÉREZ DE ZIRIZA.

La Casa Azul
La revolución sexual
ELEFANT

Europop, easy listening, bubblegum, punk, tecno pop ochentero, bossa, decenas de detalles que nos recuerdan las producciones musicales “mainstream” de la segunda mitad de los setenta y mucha tecnología son los cimientos sonoros en los que se sustenta La revolución sexual, el nuevo disco de La Casa Azul (LCA), o lo que es lo mismo de Guille Milkyway. Ciertamente, LCA ha ampliado su espectro de influencias. El resultado es un disco ampuloso y algo más denso musicalmente pero, aunque pueda parecer una contradicción, mantiene la frescura de anteriores entregas. Los estribillos pegadizos continúan siendo una de las marcas de la casa pero en La revolución sexual, Milkyway abandona los temas de amor y desamor, los himnos optimistas a las cosas sencillas para cantar a la ansiedad, la hipocondría y la inseguridad. “Todo el mundo necesita respirar / No hay quien pueda permitirse no parar / Demasiada incertidumbre / Demasiada autosuficiencia” canta Guille Milkyway en “Prefiero no”, la canción más punk del disco. “No más Myolastan”, es un grito angustioso de alguien que se siente atrapado por alguna desgraciada circunstancia. Pero lo que hace grande este disco es que esta carga negativa de los textos se aborda con una sonrisa en la boca, con euforia musical que puede ayudar a solucionar cualquier problema vital como en “Esta noche cantan para mí”, donde LCA rinde tributo a esos discos en los que todos nos refugiamos de vez en cuando en busca de un analgésico o un ansiolítico musical. La revolución sexual es un disco para reír y llorar. Para momentos emocionales pendulares. Para cuando estás en el cielo pero también para cuando bajas al infierno.
ÀLEX ORÓ.

Miguel Oñate
Muy personal
ROKANBOLE

Miguel Oñate fue la voz de los míticos Asfalto en los luminosos discos Más que una intención, de 1983, y Cronophobia, de 1984. En la biografía que escribí del grupo no tuve reparos en decir de él que «posee una voz que se maneja bien en lugares antagónicos. Admite la crudeza, pero sabe ser delicado. Podría manejar el escalpelo, pero también un hacha. Su voz recuerda al arrabal, pero también sabe edulcorarse y recordarnos el lujo de las estancias palaciegas». Desde aquel álbum del 84 Miguel Oñate no había publicado nada. Castigaba un local de ensayo y actuaba en directo de forma intermitente descorchando un repertorio que se nutría de producción propia y temas de aquellos álbumes de Asfalto cuya autoría le pertenecía. Sin embargo su maravillosa voz no se podía escuchar en casa, no había ningún soporte que la hubiese guardado para poder disfrutarla en un reproductor. Se acabó el largo castigo. “Habemus” álbum, aunque su autor desdeña las prácticas habituales de la mercadotecnia y sólo se puede conseguir en ciertos bares. Muy personal es el título elegido para dar cobijo a once temas de rock atemporal, setentero, añejo, ajeno a la tiraría del consumo masivo, con olor a tugurio pequeño y atestado, con sonidos que te recuerdan a vaharadas de humo de club de rockanrol en horas intempestivas. Temáticas que fluctúan entre testimonios de la vida noctámbula en los bares (“En el bar de Katy” es probablemente su mejor y más conocida pieza), su condición de juglar urbano, y la reivindicación de la dignidad y los principios inquebrantables como último islote para mantenernos a salvo del naufragio. Le hacen coros los incombustibles José Luis Jiménez y Lele Laina, dos músicos que fundaron y pasaron por Asfalto y luego Topo y cuya habilidad en las voces y en el buen gusto es incuestionable. La voz de Miguel Oñate se mantiene en plena forma. Una voz capaz de romper una cristalera a veinte metros y a la vez arrullar a un bebé.
JOSEMI VALLE.   

Uke
Uke

JABALINA

Un disco de instrumentales, hoy en día, puede recorrer sólo dos caminos: un desmadre enérgico y bailable o una delicada sutileza cinematográfica. La segunda opción es la escogida por Uke en su LP de debut. Roberto Martín vuelve a optar por el formato de dúo tras su contribución con Niza a esa generación que hace ahora diez años dinamitó el pop español. Y se acompaña en este caso de Laura Soriano para dar forma a diez canciones que explotan el juego como valor musical. Un juego que se entiende como la recreación de mundos ficticios, armonías plásticas que tienen el valor de evocar secuencias.
    Un leve esfuerzo de imaginación consigue que al escuchar el disco refloten imágenes: el agradecido género del vals de feria sostiene en “Pajarillo” visiones de farolillos y miradas, un acordeón casi arrabalero evoca esencias de taberna, se adivina la tristeza en el golpear de una pelota de tenis de mesa. Son motivos recurrentes y acrecentados por la magia que saben dar a sus arreglos.
    Alguna voz se escapa en el proyecto. Voces que resultan una excepción y están cercanas a la frialdad con que adornaba sus canciones Décima Víctima. Pero en conjunto, estos particulares “Cuadros de una exposición” beben de la indolencia propia del Mediterráneo, aquella que hace cabalgar imágenes en sensaciones.
CÉSAR PRIETO.

The Cult
Born into this
ROADRUNNER

The Cult siempre fueron a los grupos de rock lo que Bowie a los solistas. Esto es, una formación camaleónica, capaz de continuar sorprendiendo tras años de interrumpida carrera. Algo curioso es que, pese a su disfraz grupal, el conjunto siempre ha sido el proyecto de dos mentes, la del guitarrista Billy Duffy y la del vocalista Ian Astbury, quienes sirviéndose de múltiples mercenarios se han ido ocupando de esculpir una trayectoria brillante fuera del tópico y la obviedad.
    Tras unos años de parón discográfico, los dos ingleses nos presentan este Born into this, un verdadero ejemplo maestro de cómo elaborar un disco de rock en pleno siglo XXI: actual, agresivo y mordaz. Entre guitarras afiladas y elaboradas, bases de cierto gusto bailable y voces de las que ya no se escuchan, Astbury y Duffy nos presentan una colección de canciones que quitan el aliento y no dan ni un momento de respiro. Se trata de rock moderno, que corre peligro de caer en tierra de nadie, pero que, sin duda, supone un triunfo artístico.
JUAN JOSÉ ORDÁS FERNÁNDEZ.

Manuel Comesaña
El baile de los vencejos
AG MÚSICA/FACTORÍA AUTOR

El de Manuel Comesaña es un caso paradigmático. Músico profesional desde hace más de 25 años, es sin embargo ahora cuando este vigués se ha animado a realizar su primer trabajo como compositor. La música por encargo (publicidad, cortinillas de continuidad para TV, programas infantiles, etc.) mantuvo dormida su capacidad de creación de cara a desarrollar un lenguaje propio, que indudablemente lo tiene. El baile de los vencejos es una obra concienzuda que a primera vista parece confinarle en el plácido mundo de la Música Instrumental Contemporánea (lo que tiene también un punto de halago), pero a la sucesión de sus grandes ideas, planteadas con muy buen gusto, creatividad y olfato de sabio minucioso, sabe hacerse gozar al margen de géneros y etiquetas. Un trabajo escrito a partitura hasta la última coma y ejecutado primorosamente por músicos que están entre lo mejor de nuestros sesioneros: Ove Larson al trombón, Manuel Machado a la trompeta, Aleix Tobías a la percusión, Jennifer Prado al piano… Piezas como “El baile de los vencejos” o “La espera” tienen un aire a Philip Glass, cuyo minimalismo es celebrado sobre todo por la parte hipnótica. “Tango un muñeco” es un tema dedicado a su hijo que, sin pretenderlo, acabó siendo tango y muy bello, por cierto. Y como tampoco se trata de interiorizar ni intelectualizar en exceso, ha querido incluir una pieza divertida e irónica como “Dalle!”, que a golpe de bombo, tuba y yunque tiene mucho de pasodoble, de Nueva Orleans o de las bandas orquestales que tocan en pueblos y templetes. Si hay una categoría a la que pertenece es a la de los discos elaborados y artesanales, donde todavía se sigue reflejando –hasta el último oboe– el trabajo de cada uno de los músicos que tocan. Y un último detalle crucial: la masterización, realizada en los míticos Sterling Sound de Nueva York, que lo convierte también en un trabajo único por su sonido.
GERNOT DUDDA.

Soda Stereo
Me verás volver–Hits & más

SONY BMG

A modo de complemento a su actual “comeback”, la banda argentina edita un completo recopilatorio de su carrera, una interesante vista atrás cargada de argumentos de peso para hacerse con ella. De sofisticada portada y raquítica presentación, el LP muestra algunos de los más emblemáticos temas de la formación cuidadosamente remasterizados, haciendo parada en cada una de sus etapas y permitiendo disfrutar de cada una de ellas con un sonido homogéneo (muchas veces la remasterizaciones no son ningún truco publicitario). Soda Stereo nunca fueron un grupo anclado en la tradición argentina, su sonido siempre fue absolutamente “anglo” e internacional, aunque personal y efectivo.
    Dado su ajustado precio y la escasa información que aporta el libreto, uno de los valores añadidos del lanzamiento es el acceso mediante código digital a un álbum en vivo conformado por diez temas grabados en su primer concierto de regreso. Una buena forma de poner en la calle un producto asequible y una mejor manera de tentar a los fanáticos. Ahora, a esperar disco en directo oficial, artefacto en el que muchos de los temas aquí incluidos brillarán aún más.
JUAN JOSÉ ORDÁS FERNÁNDEZ.