“Repelencias”, de Rafael Azcona

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“Las viñetas de Azcona tratan los mismos temas que traspasará después a sus guiones: la tercera edad, el problema de la vivienda, la pena de muerte y los verdugos…”

 

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Rafael Azcona
“Repelencias”
FULGENCIO PIMENTEL / PEPITAS DE CALABAZA

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

Tiempo ha –estoy hablando de los años 50, la prehistoria casi– se escuchaba mucho una expresión que servía para describir a aquellos infantes con una actitud que amalgamaba la rectitud moral más extrema con un léxico de académico de la lengua: “el repelente niño Vicente”. Supongo que ahora el pareado ha pasado al olvido, básicamente porque ya no hay niños así; pero yo aún recuerdo escucharlo. No eran simplemente repipis, eran repipis con contenido ético. Pues bien, ahora podemos tener en nuestras manos el origen del dicho en el tercer volumen de la obra que Rafael Azcona publicó en “La Codorniz” –para el lector inteligente, rezaba el subtítulo– y que recoge en este caso el humor gráfico.

Ahí tenemos a Vicente, cabezón y pulcramente vestido, que con una frase rimbombante, desmonta actitudes habituales o tópicos. Pero no crean que esto entraña una crítica del estado social, el que resulta ridículo es el propio Vicente, que a fuer de intentar llevar a la vida la lógica más pura, describe unas situaciones absurdas. En el fondo, Vicente no es más que un torpedo en la línea de flotación del régimen, un torpedo que no conseguía ni arañarlo siquiera, pero que llevaba intención. Pensemos que no representaba más que el prototipo de niño ideal del nacional catolicismo, y que si lo que decía era en muchas ocasiones absurdo era porque la dictadura lo era.

De hecho, tenía a su pequeña novia, Amparito, siempre boquiabierta perdida. Solo a él se le ocurría decirle que no van al cine porque un sepelio es más aleccionador. O que debido al problema de la vivienda no podrán tener un piso hasta una edad próxima a la jubilación.

Porque las viñetas de Azcona tratan en el fondo los mismos temas que traspasará después a sus guiones: la tercera edad, el problema de la vivienda, la pena de muerte y los verdugos… Es humor del más negrísimo la presencia de un condenado a muerte que ha de arreglar los plomos de su silla eléctrica. Y por ahí desfilan también beodos, toreros o ciegos en estampas más cercanas a Gutiérrez Solana que a Gila, aunque tengan de los dos. Si contamos que el prólogo del cineasta –también de esta escuela– Santiago Aguilar hace un estudio breve pero con enjundia de “La Codorniz” y sus influencias italianas, que llegan hasta el propio Vicente, podemos tener la certeza de que se trata de un volumen a la vez ameno e ilustrativo.

Anterior crítica de libros: “Derecho natural”, de Ignacio Martínez de Pisón.

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