Ramoncín: El diablo canta y habla

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«Ahora solo necesito que la gente me deje un poquito. Necesito, sino el perdón de algunos, que no lo tendré jamás, sí la consideración. Solo necesito la consideración»

Situado en los últimos tiempos en el ojo del huracán por su defensa de los derechos de autor, Ramoncín regresa a la actualidad con un nuevo disco, «Cuando el diablo canta…». Juan Puchades conversa con él, en una larga entrevista, de este trabajo, de las polémicas, de su carrera…

 

 

Texto: JUAN PUCHADES.

 

Ramoncín, tras once años sin publicar canciones nuevas, acaba de editar nuevo álbum, «Cuando el diablo canta…» (EMI), en el que sigue mostrando sus ya clásicas maneras de aproximarse al rock. Es cierto que, con el ruido que le ha rodeado en los últimos años, quizá su retorno musical importe a pocos, pues José Ramón Martínez se ha convertido en el enemigo a batir, el objeto del odio de muchos. El hombre que defendía los derechos de autor desde la SGAE, al que se llegó a recibir en un festival a pedradas… Por ello, las entrevistas que estos días se han publicado con él con motivo de la publicación del nuevo disco, y dado el actual estado de cosas en SGAE, han girado alrededor de esos asuntos. Que parecen inevitables, pero no hay que olvidar que estamos ante un creador de largo recorrido, con una sólida obra detrás que avala de sobras su trayectoria musical. Pero SGAE, inevitablemente, está ahí…

Leo las entrevistas que han salido estos días, y más que un disco nuevo, parece que hayas publicado una SGAE…
Sí, tío, es el monotema. La verdad es que lo debatimos un momento con la compañía: «¿qué hacemos, no hablamos de esto? Porque al final voy a tener que repetir en todas partes lo mismo». Ya he dicho lo que tenía que decir, yo no estoy en SGAE, no tengo nada que ver con lo que ha pasado, por lo tanto, espero que, definitivamente, me dejen en paz y se den cuenta de la injusticia que han cometido convirtiéndome en el muñeco del pim-pam-púm de esa historia. Pero, claro, al final, eso se termina convirtiendo en lo que se convierte, y dices, «bueno, venga». Pero se acabó, después de dar la cara cuando pasó lo de junio, que yo no tenía nada que ver, pero lo hice, para poner un poco de sensatez porque no había más que gente diciendo estupideces, los propios de la misma casa… Ahora, se acabó.

¿Recurres al «vamos a hablar de mi disco», como Umbral?
Claro, y yo entiendo que los periodistas tengan ese interés, lo entiendo, porque es algo muy llamativo y cada día sale una noticia, es que es una cosa tremenda toda esa historia. Sobre todo de una institución odiada hasta… ¡yo sé muy bien hasta dónde! Pero, al final, quieres ser generoso y más que generoso terminas que pareces gilipollas.

No tenía intención de preguntarte sobre la SGAE, principalmente porque me parece que estos últimos días ya te lo han preguntado bastante y has respondido sobre ello, así que no sé si hay mucho más que aportar. Además, como dices, continuamente van saliendo noticias, el otro día «ABC» publicó lo de Caco Senante…
Sí, Caco manipulando las elecciones… Yo te juro que flipo en colores, tronco.

A todo esto, les estaban grabando las conversaciones.
Sí, coño, yo estoy grabado con Neri [José Neri, director de la filial digital de SGAE]. Es lo que digo siempre, no hay mal que por bien no venga, porque a mí, con Neri, ¿qué me han oído? «Oye, niño, cuándo vamos a cenar» o «cuándo vamos a comer, cómo te va, qué me cuentas, cómo va esto del programa de televisión que vamos a hacer», las conversaciones de dos personas que tienen una relación personal y profesional que no tiene nada que ver con nada feo. A mí hacía dos meses que me habían soltado algo, me habían dicho que a estos les iban a vigilar, me lo dijo una persona íntima, un amigo de la policía, y le dije «pues no sabes cuánto me alegro», porque, además, yo tenía el convencimiento ese de que cuando vean que ahí no hay nada, ya nos dejarán en paz, y verás qué buen rollo. Un día le digo a Neri «te tengo que contar una cosa, pero te la contaré cuando llegue el momento», y le llamo el día antes de las elecciones, cuando ya había salido la noticia de todo el lío en el «ABC», y le digo «Pepe, ¿has visto lo del ‘ABC’? Ya me contarás, pero, claro, tú como lo tienes todo clarito». Pero yo como el que habla con un amigo: «tú no tienes nada que temer, pero lo mismo alguien ha metido mano ahí en alguna gilipollez de Arteria…». Te lo juro, y me dice «espera, no me lo cuentes por aquí, llámame a casa». Le llamo a casa, y en casa también estaba pinchado, claro [risas]. Le digo «te acuerdas que te dije que había algo que no te podía contar, pues hace dos meses que me advirtieron que esto iba a pasar, pero alegrémonos, porque si de verdad hay alguien aquí con una mierda, pues que lo pillen y se lo lleven». Al día siguiente, día de las elecciones [en SGAE], voy a votar, pregunto por él, baja, hablamos de las elecciones, y le digo «pues nada, Pepe, que gane el mejor. Por cierto, que sepas que me han largado que un juez de la Audiencia Nacional anda con la vista puesta en un par de directivos de esta casa, pero para meterles por lo penal». «No me digas eso». Y le respondo «pero tú no tienes nada que temer, ¿no?». Me dice, «no, no». Y al día siguiente lo veo salir esposado. Es amigo mío. Bueno, era, era amigo mío.

Hablemos del disco, «Cuando el diablo canta…», un título que tiene algo de humorístico, ¿no?
Sí, yo creo que sí. Pero es la línea que tengo que coger en mi vida, creo que «El diablo canta…», con esos puntos suspensivos, es como «algo tiene en la garganta» o «está sin un duro, no tiene blanca»… Pero también, un poco por ese rollo de que cada vez que me encuentro con alguien, qué aburrimiento, te dicen eso de «¿has hecho un pacto con el diablo?», que ya no es que me lo digan las señoras por la calle, es que te vas a una entrevista de radio, y vienen con lo mismo, que he hecho un pacto con el diablo. Es una cosa…

Tus detractores aseguran que te has operado, que te has hecho la estética a tope…
Sí, claro, la polla, me he operado la polla. El que diga eso es un gilipollas, que no está bien de la cabeza. Siempre encontrarán alguna estupidez que decir. Es una cosa horrible. Al final va a ser verdad que en este país lo de cuidarse no vale, aquí lo de levantarse por la mañana, hacer gimnasia, tener una alimentación de puta madre, darse crema, no, no vale, aquí tiene que ser que te operas. Pues no, lo siento, pero no. Que miren a los de tele que se han operado, porque lo malo de esto es que se lo crean y luego vayan y lo hagan ellos. Yo les recomiendo que controlen su vida, vayan al gimnasio, que hagan otras cosas.

Una de las cosas que sorprenden al escuchar el nuevo disco es que tu escritura ha cambiado mucho, ya no abundan aquellos relatos tan directos de antes, ahora es como que las letras permiten interpretaciones. ’10 segundos’, puede ser un ejemplo, que puede tener diferentes lecturas.
Sí, en algunas pasa. Hay canciones más lúdicas, como ‘La puta suerte’, que podríamos decir que casi es un tema como de la época de ‘Barriobajero’ y que lo he recuperado, pues podría ser, podría ser aquello.

Sí, cuando escribías historias más de calle y de personajes.
Eso es, o la misma ‘Canción del diablo’. Pero sí que es verdad que ’10 segundos’ es el conflicto de no decir en quién estás pensando, para mí es producto de unos días en Jerusalén y de un momento en que ves en la tele cosas horribles, de cómo la gente lucha por nada, por cómo se matan por un terreno de tierra en el que no hay ni lagartijas. Uno no podría decir este del bando tal o este del bando cual, porque me parece que todo el mundo lo está haciendo mal. Y sí es verdad que ‘La danza de las polillas’ o ‘Sueños y sombras’ son más a la interpretación de cada uno.

«Te das cuenta que el final de este negocio es ver quién la tiene más larga, quién vende más discos, quién es el número uno, quién tiene mejor mánager, quién cobra más, quién hace más galas, quién está más arriba en las listas»

LAS POLILLAS

En ‘La danza de las polillas’ puede haber algo de descreimiento político, ¿no?
Es que por ahí va la cosa, aunque más que eso es el poder. La gente que nos manda. Cuando ves cómo están las cosas para todos, cómo nos han quitado un cero de nuestras vidas, cómo trabajamos el doble para ganar la mitad, los que tenemos trabajo, y cómo te enteras de que los coches de lujo y los relojes de lujo, las casas de lujo, se siguen vendiendo de la misma manera, que hay lista de espera para comprar el nuevo modelo de Ferrari de no sé qué… O lees esas revistas que te dan en el AVE o en el avión, esas revistas estupendas que las abres y el reloj más barato que sale cuesta seis mil pavos… y se anuncian y se anuncian, pero, bueno, vamos a ver, ¿esto cómo se digiere? Eso me parece que son las polillas, la gente ahí alrededor de la luz, viendo qué puede sacar. Las polillas, si te fijas, lo que hacen es que se ponen alrededor de la luz, y si hay muchas terminan opacando la luz, terminan quedándose toda la luz y tú te quedas a oscuras por culpa de las polillas, es una cosa realmente llamativa, me parece mejor contarlo así.

En algún momento has estado próximo, o cercano, al poder político, ya no digo del real, porque habría que ver quién tiene realmente el poder en esta situación. ¿Cuando has estado cerca de políticos, políticos poderosos, has tenido la sensación de que, realmente, están fuera de la realidad?
Pues a mí me parecía que no. Bueno, vamos a ver, yo sigo tratando con Juan Barranco, no es que sea un político poderoso, es un político importante, ha sido alcalde de Madrid, y senador, y me parece un tío completamente normal. Claro, hay un paso más allá que tú no sabes cómo se manejan, porque ellos tienen que estar en otro nivel, pero es un tío que ha hecho su vida, con sus hijos, con su trabajo, los fines de semana en su casa del campo, que es lo que le mola. O cómo era Tierno Galván, un tío que recibía a las castañeras en el Ayuntamiento a las siete de la mañana, que estaba con todo el mundo.

Trataste a Felipe González cuando era presidente del gobierno…
Sí, el mismo Felipe González. Pero hay una diferencia entre los años 80 y el final, al final creo que los políticos se acaban aislando, por lo que sea, porque comienzan a hacer cosas que están fuera de su ideario, porque se dan cuenta ellos mismos de cuál es la realidad y al final se dan cuenta de quién manda de verdad, que es lo que decías tú, y el que manda de verdad es el dinero. Es decir, en este mundo en el que vivimos, en este mundo que hemos elegido vivir y que ha ganado la batalla a los otros mundos, lo que manda es el dinero. China, que es el único país que queda claramente con un régimen comunista, con el poder absoluto para mantener al ciudadano bajo al yugo, al mismo tiempo es un país absolutamente entregado a la sociedad de consumo, además salvaje. Yo he estado en China y es algo realmente acojonante, tienen lo peor de los dos sistemas, sigue habiendo un chino en una esquina vestido de verde con un brazalete rojo que es como una sombra que controla todo, porque controla a la policía, y al final llega a todo, a las multas de coche, a todo. Es algo acojonante. Al final, los políticos… Fíjate en Zapatero, que yo no estuve en esas cosas, no fui de la ceja, y no lo digo por nada, el que lo haya querido ser, que lo sea, pero entiendo que los primeros años el tío dice «voy a hacer la política que creo que debo hacer», para mi gusto, en algunos casos, política de gestos, y después llamó el del mercado: «Hola, soy el del mercado. ¿Creías que mandabas? No, aquí mando yo, así que tienes que hacer esto, lo otro y lo de más allá». Claro, al final, uno si tiene ideología se mete en la cama y dice «hostia, resulta que yo no mando tanto». Además, el mercado no aparece cuando las cosas van bien, aparece cuando van mal. Cuando las cosas van bien, el mercado va haciendo sus cositas, va trincando, va guardando, va comprando, se lo va llevando, y de pronto las cosas se ponen mal y es cuando aparece el mercado mandando. Yo creo que de ahí esa cara, esa depresión [se refiere a Zapatero]. Me parece que los tíos de los años 80 tenían otra ilusión, Felipe quería, de verdad, cambiar las cosas, e hizo cosas que estuvieron muy bien, los últimos años fueron más jodidos, porque las cosas cambiaron, pero el Felipe más admirado y más adorado, ¡nos mete en la OTAN! Ahora, ¿concebiríamos una España sin estar en la OTAN? Pues no lo sé.

Volviendo a la música: Han pasado trece años desde «Miedo a soñar», once si contamos las cinco canciones nuevas que sacaste en 2000 en la antología «Ángel de cuero», ¿en todo este tiempo, has dejado de componer? ¿Es decir, hay periodos en los que te alejas por completo de la música?
No, no, es imposible, aquí abro los ojos y veo una guitarra, bajo al salón y veo un piano. Está en mi vida. Sinceramente, en el 92, cuando paramos la gira posterior al doble en directo [«Al límite. Vivo y salvaje», 1990], es que no podía más, era terrible, echaba la vista atrás, y decía «¿cómo es posible que del 78 al 92, en catorce años, hayamos grabado ocho discos de estudio, un doble en directo, tres recopilatorios?». No me cuadraba, no sabía qué había hecho con el tiempo, y ya había escrito un par de libros, había hecho cine, teatro… Y te voy a decir una cosa, cuando me fui, pensé que no volvía, además desde un punto de vista optimista, pensaba que qué mejor broche: un disco en directo, entonces los discos eran vinilos y habíamos vendido doscientos mil vinilos dobles. Pero te das cuenta que el final de este negocio es ver quién la tiene más larga, quién vende más discos, quién es el número uno, quién tiene mejor mánager, quién cobra más, quién hace más galas, quién está más arriba en las listas… Es todo una competición con gente a la que, encima, admiras, respetas, de la que eres amigo… pero a la hora de la verdad hay que competir. Claro, no es como la competición deportiva, que si eres campeón del mundo, eres campeón del mundo, aquí no, aquí llegas, eres el número uno, y todo el mundo te cuestiona. Porque es otra cosa, es otro concepto que no tiene nada que ver, al final te meten en una competición para ver quién la tiene más larga, y en esto a nadie le importa si la tienes más larga o más corta. Al final llega un crítico y dice «este es un disco cojonudo, el mejor disco de rock de los últimos diez años», y vende siete copias. Y tú dices «joder, a ver si hago el peor y vendo 70.000».

¿Entraste en esa dinámica, en esa línea de pensamiento?
No, bueno… es que no te da tiempo a pensarlo, cuando grabas como yo grababa en los 80, no tienes tiempo de pensarlo. Por eso me paré, fue aquello de «vamos a ver, yo estoy grabando un disco casi cada año, ¿por qué? ¿Porque quiero? ¿Porque tengo una capacidad creativa arrolladora? ¡¿Por qué?! Porque tengo un manager, una oficina abierta y unos managers». Al final tenía la sensación de que hacía todo eso por todo el mundo menos por mí. De hecho, en 1998, cuando me senté a ver las canciones de «Miedo a soñar» y me metí a grabarlo, lo grabé para mí, y, haciéndolo para uno, vas y haces «Miedo a soñar», con esa canción que a mí me parece un temazo y que disfruto tocando, que la gente acabó entrando en él y que cuando lo toco en directo es una barbaridad y se me pone la piel de gallina. Estaba harto, además, en el 92 hice esa reflexión que creo que nos hacemos todos: «¿esto no es para cuando eres joven? ¿Esto no hay que hacerlo a los 18 o 20 años?» Porque es que cuando los Beatles se separan son unos niños, por mucho que les veamos con las barbas, son unos críos, y cuando Jim Morrison deja a los Doors, tiene 27 años. Los grupos se separan cuando son críos todavía, y las carreras de la gente que admiramos tuvieron lugar en la juventud. Claro, luego hay gente capaz de despachar discos maravillosos con un montón de años, como Springsteen o Bob Dylan. Es decir, hay gente que luego pensamos que a lo mejor hay que seguir y hacerlo mejor, y hay discos en la madurez que nos gustan mucho. Pero, en aquel momento, dije «¡hasta luego! No quiero saber nada de nada». Lo que pasó es que luego entramos en el estudio para hacer «Miedo a soñar», y en el 2000 otra vez para esas cinco canciones, y lo vi de nuevo. Siempre he sabido llevar la bicicleta, he visto los cambios de tecnología, pero al final hay que pedalear, tú puedes tener una bici que te cagas, pero has de tener piernas porque sino no pedaleas, y cuando nos metimos a hacer lo de la Cover Band [disco de versiones publicado en 2009] y vi que la máquina rulaba, que sabía cómo contener los impulsos de todas esas personas que tienen que grabar, decirles lo que tienen que hacer, me di cuenta que todo eso seguía, no diré que dominándolo, que parece presuntuoso, pero veía que funcionaba perfectamente. Si esto es un reloj, yo soy el relojero. Ya no tengo la necesidad de tener un productor, el productor viene muy bien si quieres tocarte los huevos, viene bien para entrar, cantar, tocar con el grupo, te vas, vuelves… a mí ese rollo no me va, es fantástico, no tengo nada en contra, alguna vez lo he hecho, es muy divertido y te lo pasas de miedo. Pero no, estoy en otro rollo, quiero que mis canciones tengan lo que yo quiero, que los solos sean los solos que yo tengo en la cabeza…

Te sigue interesando algo que ya estaba presente en tu primer LP, un sonido intenso, como elaborado por capas. En este nuevo disco sumado a algo distinto en ti, como son las cuerdas.
Fíjate que solo hay violín, que luego repetimos algunos, los staccatos, algunas cosas más.

¿Son violines doblados?
Exacto. El violín tiene algo que le da otras armonías, otras tonalidades, y puede ser dramático. En ’10 segundos’, puede haber cosas muy buenas, pero el violín cuando se mezcla con la armónica es lo que le da todo el sentido dramático a las canciones. Creo que es algo que he estado buscando siempre, en canciones como ‘Hola, muñeca’, ‘Noche de cinco horas’, ‘Marica de terciopelo’ o ‘Miedo a soñar’. Siempre he buscado ese sonido que tú dices que es un sonido de capas, que me parece una buenísima definición, donde haces una cosa sencilla, con tu guitarra, la más simple de todas, soy el que menos toca de todos, con este bajo y esta batería, y hemos conseguido este ambiente, la estructura es esta y la letra dice lo que quiero, y ahora quiero que todo el mundo toque sobre esto, pero con ese sentido, quiero esas guitarras que demuestren la amargura o la alegría de las canciones… Es un trabajo de corta y pega. Tengo la idea en la cabeza del próximo disco, mucho más simple, con una voz y una guitarra o un bajo, me apetece mucho ver las canciones en crudo, pero canciones nuevas, no canciones que ya tienes, que eso se hace muchas veces. A lo mejor es recorrer el camino inverso al habitual: grabar una canción solo con un piano, una guitara y un bajo, y luego, para el directo, encontrarle el sentido eléctrico.

También te atreves con algo poco frecuente en la actualidad, que es meter un par de temas de siete minutos…
Joder, hay dos temas que tienen siete minutos y dos segundos, es algo alucinante, porque mira que es difícil la coincidencia, cuando editamos el disco pregunté sino era un error. Dos temas que duran lo mismo, flipo. Pero también hay temas de tres minutos. ¿Ves? Ese es el tipo de cosas de las que uno se libera, de ese comecocos: hay que hacer un disco de doce canciones, todas de tres minutos. Si tuviera que sacar esto en vinilo sería doble. Yo cuando grabo tengo mentalidad de vinilo, digo «este es el tema cuatro de la cara b, en una cara b de cinco, este es el cuatro, ese tema que escondes ahí. Y este otro es el dos de la cara A», tengo todavía ese rollo en la cabeza, y me alegro de no quitármelo. Cuando hagamos los vinilos de este seguramente habrá que hacerlo doble, porque no cabrán. Pero no me lo planteo, van las canciones que van.

¿Este regreso discográfico es para quedarte o volverá a haber otro silencio de una década?
Antes me preguntabas si tenía muchas canciones, tengo muchas canciones, pero no sirven de nada, el truco ese de «llevo componiendo diez años, tengo canciones en el cajón, puedo hacer lo que me dé la gana, un triple». Y piensas que vas a hacer un triple, y, sin embargo, llegas al estudio y te pones a grabar un tema nuevo que se te ocurrió la noche anterior… Pero es que los temas en los cajones se mueren, los temas en los cajones no valen, eso es música de librería, eso es para ponerlas en el avión, las canciones se pudren, van perdiendo su rollo, no tiene sentido. Mentiría si no te dijera que un título me ha valido, que me ha valido un estribillo, una idea… incluso ha habido un par de temas grabados, uno terminado, que rechacé, porque era un tema obligado: viendo una cosa de maltrato de género dije «tengo que hacer una canción que hable de las mujeres maltratadas», y ya la has cagado, porque si haces eso la has cagado, bueno, pues la quería llevar al disco, y está grabada y al final vi que no tenía el sentido que tenía el disco, era una cosa casi forzada. Al final tienes mucho material, pero ese material tienes que depurarlo. Hay tres o cuatro canciones que hemos grabado que las hemos tocado mucho en directo previamente, ‘Sueños y sombras’, ‘El cuchillo y la herida’, ‘La punta de la aguja’, y se han ido cambiando, y eso nos ha permitido grabarlas en directo en el estudio. ‘En el infierno’, agarré a Paco [Avilés] y a David [Castelló] y les dije «vamos a hacer un tema, mi idea es esta, quiero una cosa pantanosa, ¿habéis oído el tema de la serie ‘True blood’, que es muy pantanoso, muy Nueva Orleans?», y en diez minutos estábamos tocando una canción que estructuramos en un rato y que grabamos el mismo día. Tengo material, pero al final eso es mentira, cuando te pones a grabar, hay que sentarse y grabar. Una canción que hice hace diez años, ya no me interesa ni a mí.

Lo que te preguntaba: ¿has vuelto para quedarte?
Perdona [risas]. Te lo decía por eso, podría entrar mañana en el estudio, sinceramente, y grabar nuevas canciones. Mira, mi idea es encadenar una serie de discos de 2011 a 2020, como los encadené del año 78 al 92, tengo muchas ideas, tengo una banda generosa que entiende lo que quiero hacer, puedo contar con ellos, y tengo esa sensación de que ahora mismo puedo hacerlo. No sé si vamos a poder meternos, como en este disco, en un superestudio durante meses y tener todo el tiempo del mundo y disfrutarlo o si vamos a tener que hacerlo en el salón de mi casa, pero lo vamos a hacer.

«Desde luego, vivo otra existencia, vivo una existencia completamente normal, plena, vivo a gusto, conmigo y mis amigos. Toda esta vida, todo este embrollo de que se ha hecho una madeja, no ha mermado mi relación con la gente que me importa»

UNA CARRERA DE POLÉMICAS

¿Has quemado muchos puentes, como cantas en la canción así titulada? ¿Es ese tema en el que más te retratas del nuevo disco?
Sí, sí señor, cómo me conoces, Juan. Sí, tronco, los he quemado todos, te lo juro, ahora solo necesito que la gente me deje un poquito. Necesito, si no el perdón de algunos, que no lo tendré jamás, sí la consideración. Solo necesito la consideración. El paso ese de ya está, usted se ha hinchado a darme, por fas o por nefas, es lo mismo; es lo que decías antes, «este está muy bien, este se ha operado», ya basta. Consideración. Porque yo, desde luego, vivo otra existencia, vivo una existencia completamente normal, plena, vivo a gusto, conmigo y mis amigos. Toda esta vida, todo este embrollo de que se ha hecho una madeja entre el artista, SGAE, el de la tele, toda esa madeja no ha mermado mi relación con la gente que me importa. Yo estaría jodido si mis amigos me hubieran vuelto la espalda, estaría jodido si mi gente me hubiera dicho «te estás equivocando, te has equivocado». O si hubiera notado que la gente no va contigo porque no conviene, o va porque conviene. Yo me siento con mis amigos, con mis músicos, con mi familia y digo «venga, soltad por esas bocas, decid lo que haya que decir. Porque esto es una cosa que os prometí el primer día que me dediqué a esto, y no ha cambiado». Yo no tengo un endiosamiento ni escucho solo a los que me dicen las cosas bonitas, no, soy de los que recibe sin compasión, tengo hijas ya de treinta y pico años que son críticas conmigo. Tengo un chaval de 17, una niña de 15, yo vivo una vida donde la gente me dice lo cree. Y créeme, enfrentarse a Vicente el Serni, de mi barrio, no es fácil. Esa gente que te puede cantar las cuarenta de verdad, y que te puede afectar, solo reconozco, y no quiero volver al monotema, que me advirtieron, y no les hice caso. No les hice caso y lo he pagado carísimo. Han estado a mi lado para lo que hiciera falta, pero no les hice caso porque yo estaba en una cosa que pensaba que era gloriosa: defender los derechos, defender el rollo, defender a la gente, tener la sensación de que ayudas a un colectivo… Posiblemente, tenía algo de estupidez, y muchos me dijeron «tío, te estás exponiendo a que te lluevan las hostias, la gente no es generosa, y cuando tengan que sacar la cara, te van a dejar de lado». Claro, ahora lo entiendo todo, cuando hace tres años, que ya no estaba en la SGAE, y llamaba y hablaba con un señor en particular, que ahora sale mucho, y le decía «oye, tío, ¿vais a salir a dar la cara por mí? ¿Vais a salir a decir que yo ya no estoy en esto? ¿Que esto es cosa vuestra, que no tengo nada que ver?». Me decía «no sé, no conviene, no sabemos, porque van a pensar que tal…». Claro, ahora lo entiendo, que le den hostias a este y mientras nosotros haremos lo que nos pase por los huevos. Si se fijan en este, no se van a fijar en nosotros, esa es la clave. Tengo la suerte, que me siento un privilegiado, de tener a una gente capaz de decirme lo que piensan y que, al mismo tiempo, hayan mantenido su fe en mí.

Lo tuyo es, cuando menos, curioso, porque desde el principio de tu carrera te persigue la polémica: se podía entender lo impactante que resultó, en la España del momento, aquella actuación en «2×2», el progama de TVE, con el rombo en el ojo y cantando ‘Marica de terciopelo’, pero luego empieza el asunto de los huevos en directo. Cuando en 1981 sacas «Arañando la ciudad» recuerdo que comienzan a aparecer entrevistas duras en las que se te cuestiona muchísimo; luego llega el «Lingo» y ya se te cuestiona por todas partes… Seguramente las entrevistas más agresivas que he leído con un músico español han sido contigo, con ganas de ir a por ti. Y eso ha seguido, por decisiones que has tomado tú, porque tú eres el que aparece en tertulias, eres que el ha ido a «Operación Triunfo», luego SGAE… la polémica siempre ha estado ahí. Quizá en un primer momento la polémica te pudo beneficiar, pero, ¿crees que estas polémicas, finalmente, han merecido la pena?
Creo que no hacía falta ni al principio. Cuando canté ‘Marica de terciopelo’ en «2×2» ya teníamos el contrato firmado con la compañía, iba a grabar cuatro discos seguidos, teníamos todas las fechas ocupadas hasta no sé cuando, pero creo que cuando a uno le ponen un título o un sambenito, dices lo mismo que dice otro, pero en tu caso es polémico. Una de las cosas que leía estos días era «otra polémica de Ramoncín: ‘Yo en abogados no me he gastado dinero, porque lo hemos ganado todo'», acojonante, dentro de una entrevista me preguntan si todo este lío me ha costado mucho dinero en abogados, y respondo que afortunadamente no, porque lo hemos ganado todo, y eso lo interpreta alguien como otra polémica de Ramoncín, vamos, no ha trascendido, menos mal. Pero ya no es algo que tú puedas controlar, se te escapa, y luego es verdad que tengo unas características especiales, es decir, a mí me suda y me paso por el arco del triunfo si a cuatro fundamentalistas les gusta o no que esté en una tertulia de la tele, lo siento mucho, al que le guste, bien, y al que no, que apague la tele. Esa hipocresía me da igual, porque ese es un mundo en el que me quieren, me respetan y me pagan por hacerlo.

Porque, seamos claros, tú vas a las tertulias por dinero, ¿no?
No, bueno, además de. Vamos a ver, por dinero te vas a «La granja de los famosos», por dinero te vas a «Supervivientes», no, no, esto es otra cosa, porque el dinero de verdad está en otras ofertas, que te llaman y respondes «no, de verdad, lo siento mucho, ¡olvídate de mí!» [risas]. El dinero no está en ir a una tertulia, en la tele el dinero está en otro sitio. Gané mucho dinero cuando el «Lingo», pero es que era presentador e hicimos un montón de programas, y de muchísimo éxito. A ver, ¿quién diría ahora que yo hiciera el «Lingo» estaba mal? Objetivamente, ¿quién lo podría decir? Coño, es que creo que nadie, porque la gente dice «cómo molaba el ‘Lingo'», que abrió ese camino que luego siguió la televisión de algunos espacios que son concursos pero son culturales. Y luego no hablemos de lo nuestro, el fundamentalismo en el rock, perdona que te diga, pero en este país no se cura ni aunque les maten, es una cosa acojonante. Aquí es una cuestión de que tengo que parecer una cosa aunque me convierta en un falso auténtico. ¿Cómo se hace esto? Pues es este es el uniforme del falso auténtico, esta es la actitud del falso auténtico, que pasa por decir «yo no leo libros, a mí no me importa la piratería», que son esas cosas que dicen algunos. Y, vamos a ver, «¿usted cree que no voy a escribir un libro porque a usted le molesta, o no voy a ir a la tele porque a usted le molesta, o no voy a ir a una tertulia? No, hombre, no, no me jodas, porque, además, ¿usted quién es? ¿Usted se porta bien con su familia, es un trabajador, es una persona honrada, paga a Hacienda, no pega a sus hijos?». ¡Venga ya! Es que me toca los huevos. Yo fui a una entrevista en 1978 para «Interviú», que te la hacían con muy mala leche tres periodistas, entre ellos el gran Luis Cantero, gente así, que luego los tratas con el tiempo y es otra cosa, estaba Susana Estrada y lo primero que me dicen es si me tiraría a Susana Estrada, y dije que no, «pérdoname, Susana, pero no»; educado como he sido toda mi vida, y la siguiente viene uno y te hace la pregunta del siglo: «perdona, chaval, ¿tú qué lees, qué estás leyendo en este momento?», y me quedo mirándolo y digo, «‘El diccionario filosófico’, de Voltaire, ¿y tú, qué estás leyendo?». Al final eres un bicho raro. Y la tele para mí es un medio que vive al margen de los demás medios, pero tiene una cosa fundamental, ¿no te gusta? No la veas. No puedo entender que haya gente que dice «he visto un programa horrible de ‘Sálvame’, que se insultan», ¿y para qué lo ves? Porque yo no lo he visto. A veces me encuentro gente que me dice, «te vi en un programa que tal. ¿Por qué haces eso?», lo hago para que tú lo veas. Hay gente que ha montado bares, otros su dinero lo han metido en empresas, y yo he decidido que a mí me gusta jugar a eso. Es que no me cabe en la cabeza, tendría que ser otra persona para no estar maquinando ahora mismo un formato de televisión, o si no estuviera pensando que esta tarde voy a ir a una tele, a una mesa de debate donde me siento habitualmente, tendría que ser otra persona.

También eso quiere decir que eres producto de la sociedad española, porque en el rock anglosajón, el mercado habría sido mundial, y el éxito se habría multiplicado por muchísimo y te habrías dedicado exclusivamente a la música, ¿no?
Es que no tiene nada que ver, en el rock anglosajón, si el éxitio económico me hubiera permitido… porque el éxito es económico.

Sí, me refiero a eso, al éxito económico.
Si «Como un susurro», pero sajón, me hubiera convertido en un éxito mundial, pues seguramente habría invertido eso, porque me habría sentado a escribir, y habría invertido el dinero en rodar una película o en hacer una función de teatro, claro que sí. Habría sido todo de otra manera, porque eso te permite vivir de otra manera. Son las terribles comparaciones, a cualquiera de nosotros cuando ganas algo de dinero te miran de aquella manera y no nos damos cuenta del que ha ganado Bruce Springsteen. Springsteen ha ganado en estos últimos años diez veces más que todos los rockeros juntos españoles, pero así como suena. Y digo diez, pero son cien o mil [risas]. Aquí la gente no se da cuenta… Todo esto me da mucho que pensar y hablo mucho de ello. No me arrepiento, porque intento no arrepentirme de nada, pero cuando yo estaba grabando «Arañando la ciudad», en Inglaterra, y empecé a conocer a esa gente y trabajé con Vic [Coppersmith-Heaven], y me decían «quédate aquí»… Joder, es que en un disco español toca ni más ni menos que Boz Burrell, la voz del disco «Island» de King Crimson, el bajista de Bad Company, el bajista que acompaña a Roger Chapman en «Family», ese tío ha grabado conmigo. Y allí me decían «¿por qué no hacemos estas versiones en inglés, tú que lo hablas más o menos bien?, luego, cuando pase el tiempo, lo hablarás mejor». Y yo les decía, «no, chicos, veníos vosotros a vivir a España, que aquello es el paraíso, eso es la California de Europa. No hay que estar en Londres, hay que estar en Madrid, que es donde van a pasar las cosas». Si alguien llega a decirme cómo iba a estar la España y el Madrid de mediados de los 90 hasta aquí, pues no me habría venido. Pero, bueno…

La gran putada, en los últimos tiempos, cuando internet supura ese odio hacia a ti, es que parece que, incluso, se arrasa con tu obra para arrasar contigo, ¿no?
Sí, bueno, claro, cuando alguno dice «este es el de ‘Litros de alcohol’, que es lo que has cantado anoche en el bar», no se lo creen, responden «qué va, qué va, será de otro, o se lo habrá quitado a otro». Es muy triste, sinceramente, ese es el lado más amargo de toda esta historia, pero no me puedo quedar aquí sentado llorando, tío. Esto es lo que hay, te toca y te toca, y algo habrás hecho mal tú también, no puede uno estar todo el rato pensando que la gente es muy mala y que no tiene razón, algo has hecho mal, no has entendido la idiosincrasia de aquí, por eso me arrepiento de esas cosas que digo… Antes me hablabas de las entrevistas agresivas, es que venían a echarse un pulso conmigo, pero te voy a decir una cosa, el noventa por ciento de esas entrevistas agresivas, en el cara a cara no lo eran.

¿Lo aparentaban en la transcripción?
Eso es, el noventa por ciento llegaban con su magnetofón y te hacían sus preguntas, y luego transcribían «me he sentado delante de este tío y le he dicho…». Yo he visto cosas publicadas, que si me las preguntan en directo, le calzo una hostia, directamente, ¿quieres rock and roll? Toma rock and roll. A ver si tienes huevos de decirme eso a la cara; claro, que no hace falta, porque se para la entrevista y se le envía a su casa. Eso te lo comes, te callas, no puedes decirlo, en fin, qué vamos a decir ahora de las transcripciones en la prensa escrita. Es que han pasado treinta años y ves los titulares de los periódicos y esto no ha cambiado nada, haces una reflexión larga en la que dices «yo podría demandar a la SGAE» y el titular es «voy a demandar a la SGAE». Eso no ha cambiado, sigue igual, y cada día peor, porque ahora se multiplica por la red. «Voy a demandar a la SGAE», y al día siguiente me llamaba todo el mundo para preguntarme. Joder, ¿pero cuándo he dicho yo que voy a demandar a la SGAE? Todo eso, al final, te lleva a decir no hablo con la prensa escrita, solo hablo con gente a la que conozco, gente seria que sé que van a transcribir lo que digo. Es que es imposible interpretar todo lo que yo estoy diciendo ahora, hay que asumir que forma parte de esto. Y hay mucho amarillismo, y no solo en la prensa amarilla, en los diarios hay cosas realmente muy muy pero que muy llamativas. Yo voy a la radio, y salgo nuevo, llegas a la radio y pum pum pum, pero lo de la radio no trasciende, solo entre la gente que lo oye en ese momento. Nadie te escucha, tío, tú has ido demostrando cosas, y dices «mire usted, yo he hecho esto por una cuestión moral», «¡Se lo lleva! ¡Se lo lleva!» No hay manera, oiga, déjeme en paz, ¿he hecho algo malo? No. ¿Me he comportado deshonestamente? No. Pues ya está, déjeme en paz. Ya uno espera el perdón: «te perdonamos, vale, te has equivocado en la vesanía de la defensa, te has colado en esto, pero te perdonamos porque, efectivamente, no has metido la mano en el cajón», que es sobre todo por lo que te insultaban, nadie dice «este tío defiende esto porque cree en ello, es un cabrón». No, era «este tío defiende esto porque se lo lleva». Claro, porque no te puedes meter con alguien que defiende los derechos de un colectivo, al defensor de los derechos de los fabricantes de bolsas de plástico no le dicen que es un hijo de puta porque se lo lleva. Pero, a ver, si yo no me lo llevo, ¿por qué se mete usted conmigo? No lo entiendo.

Quizá algunos ya no lo recuerden, pero llenabas pabellones y plazas de toros, ¿donde quedó aquel público; quizá están descargando pelis y discos, y cagándose en tu sombra?
No, creo que no, creo que eso está al margen de mí, eso es un sufrimiento de todos, cuando digo todos me refiero a la industria, toda, los que escribís, los que cantamos, la industria propiamente dicha me parece que cometió el mayor error de su vida el día que decidió prestar atención al consumidor y abandonar al aficionado. El aficionado está siempre ahí, yo ahora me encuentro a gente que durante este tiempo han estado siguiéndome en lo que han podido, y algunos a escondidas, como el que fuma [risas], «voy a fumar donde no me vea nadie», que es una cosa realmente curiosa. Yo creo que el conflicto fue que un negocio que se había producido entre el año cincuenta y poco y mediados de los 90 a base de vinilos, con la gente vendiendo 14.000, 17.000, 30.000 LPs, y de pronto apareció un formato en el que unos vendieron un millón, y ya el que no vendía un millón era una ruina. A mí no me pilló, porque saqué el doble en directo cuando empezaba eso, no había empezado del todo. Pero es algo espectacular. En los años en que grabé «Miedo a soñar», que a lo mejor vendí 12.000 discos, la gente vendía un millón de discos. Pero, claro, esos del millón, salvo honrosísimas y fabulosas excepciones que han logrado que sus carreras se convirtieran en más internacionales, ahora también tienen que vender 7.000 u 8.5000, y parece que con eso no hacemos nada. ¿Por qué? Porque nos olvidamos del aficionado y empezamos a pensar en el consumidor, cuando el consumidor encontró una manera más fácil, más rápida y más barata de consumir… es lo que hay. Pero, además, se puede comparar con cosas que te asombrarías, con el salmón. El salmón que es una cosa que la gente compra de las Islas Feroe en unas tablas que valen una pasta, de pronto se convierte en una cosa que se pone en los bocadillos, y como se pone en los bocadillos, se produce en piscifactorías y todo el mundo tiene salmón, y luego quedará el exquisito que se comprará salmón de aquel otro. Pues la manera de solucionar todo esto es volver al aficionado, porque con 17.000 discos vendidos de «Arañando la ciudad», tocábamos todo el año, y llenábamos todos los sitios y la gente tenía el disco en cinta de casete que le prestaba otro, porque había más gente que discos vendías. Luego llegamos a un montón de discos después de tocar, porque tocabas y la gente lo veía y lo compraba y lo movía. «Barriobajero», que ahora parece que es mi obra cumbre, ¡es que vendimos siete mil discos de salida! Pero es que así se hacía una carrera, yo y todos los demás, con estos números. Pues la solución es esa, volver a encontrar al aficionado, al tío que se compra un disco y luego va y se compra una entrada para verte. Yo voy a tocar allá donde quieran que vaya y adaptándome como cuando empezaba: ¿cuánta gente quiere verme en Peñaranda de Bracamonte? ¿350 personas? ¿Podemos ir, nos salen los números? Pues 350. Hace años llenamos la plaza de toros, pero ahora no, a lo mejor, yendo a tocar para esos 350 el año que viene hay 700 y al próximo podemos llenar la plaza de toros. Hay que tomárselo así.

¿Como un empezar de nuevo?
Claro, cometeríamos un error si pensáramos que el negocio está mal para alguien como yo, que tengo que recuperarme personal, profesional, musical y emocionalmente, no es así, gente que no ha tenido ningún conflicto, cero conflicto, y les está pasando eso, no pueden tocar, tocan en sitios pequeñísimos, cuando pueden. Hablo de gente que ha seguido haciendo música, un año y otro año. De los que cuando les han preguntado no se han metido en líos. O están teniendo que tocar en festivales, porque esto se ha jodido. Tenemos la culpa todos y tenemos que hacer algo todos por remediarlo.

¿Te arrepientes de aquella retirada del 92?
No, porque no habría grabado este disco de ahora, ni «Miedo a soñar». No, no estaríamos hablando tú y yo ahora porque habría publicado un libro de poemas, pero no un disco, estaba hasta los huevos, pero además era para estarlo. Es que… Había un tipo en mi compañía de discos que cuando me faltaban unos días para grabar «Fe ciega», que ya venía Jerry Marotta desde Nueva York, ya estaba todo cerrado, Gary Barnacle, el saxofonista que había grabado con Paul McCartney… Era «Fe ciega», que veníamos de ‘Como un susurro’, del disco «La vida en el filo», podíamos irnos a grabar a Town House, creo que muy poquitos en este país hemos tenido la suerte de haber podido grabar en estudios tan importantes como esos. Cuando tenía todo eso previsto, el tío, el director artístico de la compañía, me llama al despacho, me siento con él, y poco más o menos me dice que el está muy contento con ese éxito, pero que él tiene que ver con ello, que ha hecho un esfuerzo… y estaba con las parábolas, así que le digo «a ver, ¿qué es lo que me estás diciendo?». «Hombre, coño, que estaría muy bien…». Así, como estamos hablando ahora, y le digo «¿me estás diciendo que te dé algo?». «Vamos a ver, no exactamente, pero había pensado que, quizá, un regalo…» Le pregunto que qué regalo, y me responde que una moto. ¡El tío me dice que quiere una moto! Durante un segundo pensé «ahora es cuando me levanto, me avalanzo sobre este tío, le como las orejas, le saco el corazón, y mañana todo el mundo dice que me he vuelto loco y que soy un salvaje». Era eso o enviarle a tomar por culo y todo ese disco se acaba, en un milisegundo estás pensando en eso. Al final, le digo «¿y qué moto quieres?». Ya el tío se relaja: «no, nada, un Vespino». Yo pensé, 60.000 pelas: «¿no te importa que me busque la vida? Porque a lo mejor en cuentro alguna…». «No, tranquilo, faltaría más». Salí de allí y dije, este se va enterar, fui al barrio y pregunté a Tilín «¿dónde se compran ahora motos robadas?». Aquel me dice, si es ahora, al barrio del Lucero. Vamos allí, preguntamos, aparece el «vendedor de motos»: «¿qué quieres?» «Un Vespino», «no, tronco, yo para ti tengo una Yamaha». «No, hombre, que no es para mí, que es para un regalo».  Me pregunta si la quiero con papeles, le digo que sí, pago 60.000. Le hicieron los papeles y llego y le digo «toma, tu moto». Con la esperanza de que estando en Londres, grabando, hubiera llamado alguien, la mujer, y hubiera dicho «oye, que le han cogido con la moto, y es robada». Para yo poder decir «mira, es que los ladrones van en motos robadas». Pero no. Esto que te estoy contando, es una puta verdad, y este mismo tío se inventaba facturas para cobrar dinero de ensayos de grupos que luego, cuando tenían que grabar, no les permitía que se pasaran un solo día de estudio, te podía obligar a pagar un día de estudio si te pasabas, y él decía que les proveía de equipo o de un local, para llevárselo. Esto el director artístico de una multinacional. Y te podría contar como estas, unas cuantas. Por eso dije hasta aquí he llegado. Entonces ya iba a mis programas de Hermida, y me parecía mucho más honrado todo eso, que ibas allí y te decían «hoy vamos a hablar de la dictadura de Chile», y al lado estaba Camilo José Cela, Francisco Umbral, Fernando Fernán Gómez, es que, claro…

En dos meses cumples 56 años, y en el horizonte, por tanto, está esa cifra que impresiona un poco, los 60, ¿cómo lo llevas, cómo te planteas el futuro?
Creo que cuando hablamos del tema y hago esa reflexión, soy el más exagerado de la gente con la que vivo. Y alguien te recuerda que Mick Jagger tiene casi 70, Springsteen 65 cuando tú los cumplas, o más. Y sí, digo, ya, eso es muy bonito, pero me la suda, me va a tocar a mí. Pero me dicen que estoy muy bien, y esos saben que es a base de ejercicio [risas], de ejercicio y de cuidados intensivos. No lo sé, la verdad es que cuando cumples 50 años te dicen que estás en tu mejor momento, pero, psicológicamente te ocurre una cosa, que empiezas a restar en lugar de sumar: ¿cuándo se murió mi viejo? Con 70. ¡Hostia! Lo malo no es pensar que dentro de cuatro años uno cumple 60 años, lo peor es pensar que dentro de 30, si estás aquí, tienes 86. Piensas en los treinta años que han pasado, que dices «no jodas, ¡que han pasado treinta años! Hostia. Si de los 80 hace treinta años». Claro, ves la vida de otra manera, y uno piensa en cómo llevar eso, en cómo solucionar las cosas que no dependen de ti, la salud, el aspecto que vas a tener. Y, con todo lo que dicen y dirán, yo no soy de los que cuando tenga la cara llena de arrugas me voy a poner un careto como todo esos que parecen que les han puesto una goma detrás y les han dado la vuelta. A lo mejor si inventan algo que es la hostia, vale, pero de momento toda la gente que se hace eso se les queda una cara de lo peor, un ojo p’allá, la oreja para otro lado. Hay que apechugar, mira, el jefe [¿Springsteen?] tenía toda la frente que se le caía el ojo y se lo ha arreglado como se lo han arreglado, ni lo sé ni me importa, pero a él sí que se lo han hecho de puta madre. Y sobre todo, si despacha buenos discos, me importa bien poco lo que se haya hecho. La verdad es que, personalmente, como encima no soy creyente, uno piensa que va a llegar un momento en que te vas a hacer mayor, pero mayor de verdad, bueno, pues de puta madre, porque la alternativa es muy chunga, la alternativa es haberlo dejado hace mucho tiempo por el camino, y eso me da mucha pena. La alternativa para los que han elegido el otro camino, pues lo siento mucho, porque esto, todo el rato, tiene recompensas. Yo tengo vivas a mi madre biológica y a mi madre adoptiva, a mis dos madres, una tiene 80 años y la otra 86 y las veo y están bastante bien, en sus cosas. En el caso de mi madre adoptiva hemos pasado un traguísimo amargo del todo, porque se murió mi hermana mayor hace dos años, y sobre todo el disgusto ha sido para ella, para una mujer de 84 años tener que vivir eso, algo terrible, y hablo con ellas de eso, y les digo «fíjate, la edad que tengo», y me responden «¡pero si eres un niño!». Claro, es normal, yo veo a mis hijas de 30 y me parecen criaturas, y la de 15 me parece un bebé. Es decir, el conflicto que tenemos del tiempo, es muy relativo, amargo, pero no hay alternativa, porque, nos pongamos como nos pongamos, dentro de cincuenta años, no quedamos ni uno. No pasa nada, es lo que hay.

 

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