PJ Harvey: el majestuoso regreso de la garza blanca

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Frágil y majestuosa, PJ Harvey ofreció un recital que orbitó en torno a la densidad existencial

 

La diva del rock noventero ofreció un concierto entre la intimidad teatral y la crudeza eléctrica en las Noches del Botánico, el pasado 7 de junio. Allí estuvo María Canet.

 

Texto: MARÍA CANET.
Fotos: VÍCTOR MORENO.

 

La garza blanca se mueve entre la fragilidad y la grandeza. Sus finas patas pisan con temor el suelo, como si este abrasara; no parecen ser capaces de sostener, ni siquiera, el peso de un alfiler. Pero entonces ocurre: estira su largo cuello y, orgullosa, despliega unas amplias alas blancas. Un simple movimiento convertido en una aparición divina, como el paso de PJ Harvey en la octava edición de Noches del Botánico.

El gris enturbiaba el cielo de la noche del viernes cuando la británica se disponía a desplegar sus alas sobre el escenario del Real Jardín Botánico Alfonso XIII, en una de las citas más señaladas —las entradas se agotaron en apenas unas horas el día que se pusieron a la venta— del ciclo de conciertos que anima el verano en la capital. Lejos de la imagen de oscura diva del rock con la que destacó en los noventa, Polly Jean Harvey aparecía vestida de blanco virginal sobre el escenario para entonar “Prayer at the gate”, tema que abre su último disco, I inside the old year dying (Partisan Records, 2023). Un cántico de pájaros anunciaba que la ceremonia daba comienzo. La garza reina, tanteaba el terreno, vulnerable, con su registro más agudo. Su hilo de voz, tan quebradizo como hipnótico, convirtió la primera parte del recital en una ceremonia íntima y teatral, protagonizada por ese último trabajo con temas como “Lwonesemo tonight”, “The nether-edge”,“A child’s question, july” o “I inside the old I dying”. Arropada por su banda —donde destaca su inseparable John Parish, junto a quién entonó “Autumn term” en el inicio de la velada— su fina figura se movía por el escenario inquieta, delicada, pero a la vez firme y erguida. Con “A child’s question, august” parecía abrazar a los fantasmas de su pasado, mientras que al entonar “I inside the old year dying” miraba directa a los ojos de la muerte.

Salvaje y elegante, la garza blanca brilló como un milagro en la noche.

 

La atmósfera introspectiva y etérea que ofreció con la primera parte del repertorio, adquirió un carácter eminentemente terrenal en el segundo acto. Una frontera marcada por “The colour of the earth”, que los músicos que la acompañaban interpretaron a modo de cuartero folk, con fuerte poso irlandés. La frontera entre infancia y madurez, entre vida y muerte, se difuminaban al tiempo que la electricidad ganaba pulso.  La garza desplegaba sus alas mientras sonaban los primeros acordes de “The glorious land”; la delicadeza abría paso a la majestuosidad. Su voz ya grave, rotunda, agrietaba la tierra con fuerza magmática al entonar “The words that maketh murder”, “50ft queenie” o “Black hearted love”, que sacudieron al público a modo de urgente recordatorio: la reina del indie rock noventero aún no ha abdicado. La mística “The garden” se fundía con el entorno, ese jardín botánico donde flores y plantas desprendían un embriagador aroma ya entrada la noche. De la inmensidad de la naturaleza, a la intimidad de una habitación al interpretar “The desperate kingdom of love” con la única compañía de su guitarra; el crisol de escenarios a los que es capaz de trasladar la artista en hora y media resulta infinito.

PJ Harvey ya no medía sus pasos, se estremecía, agitaba su cuerpo, perfecto conductor de electricidad con “Man-size” y “Dress”, antes de propiciar las últimas descargas con los himnos “Down by the water” y “To bring you my love”, las más aclamadas de la noche, tras las que agradeció brevemente a los allí presentes su cálida acogida. El último aleteo en forma de bises lo constituyeron “C’mon Billy”, oscuro lamento folk que brilló cuando el cielo ya anunciaba la medianoche, y “White chalk”,preciosa letanía acuosa endulzada con la armónica con la que Polly Jean acabó de desangrarse. Un sacrificio, la entrega de sí misma sin reserva alguna, que fue supuso un redondo final para su catártica ceremonia.

Frágil y majestuosa, PJ Harvey ofreció un recital que orbitó en torno a la densidad existencial bajo la luz de diferentes prismas: de la delicadeza de las atmósferas etéreas, a la crudeza de las guitarras en bruto. Salvaje y elegante, la garza blanca brilló como un milagro en la noche.

Las entradas se agotaron en apenas unas horas el día que se pusieron a la venta

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