Ordinary man, de Ozzy Osbourne

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DISCOS

«Un disco dignísimo que regurgita con contundencia el legado de Ozzy»

 

Tito Lesende analiza con escalpelo el debut solista de Ozzy Osborune, uno de los protagonistas de su último libro, Los 100 mejores discos de rock en directo.

 

Ozzy Osbourne
Ordinary man
SONY, 2020

 

Texto: TITO LESENDE.

 

Casi todo el mundo tiene un tío loco en la familia, excepto quienes tenemos varios. Este espécimen se identifica sin dificultad: suele conducirse fuera de patrones sociales de consenso, entre la extravagancia y la temeridad, y desarrolla a menudo síntomas de egocentrismo, majadería o insalubridad a cholón. Ozzy Osbourne es el tío loco del rock y, como no tenemos que vivir con él, nos hemos divertido aplaudiéndole la chifladura durante el último medio siglo. Desde el debut de su banda, Black Sabbath. A través de su devaneo con las drogas duras y blandas. En su posterior carrera en solitario, en la que ha venido practicando un hard rock oscuro con brillos de metal, barroco al principio, pero comercial siempre. Nos hemos acostumbrado a Ozzy alcoholizado, ahora de vuelta con los Sabbath, ahora no. Ozzy decapitando aves, descubriendo músicos, satánico, decrépito, empastillado, sanguinolento, por momentos parodia de sí mismo, otras veces lúcido, con olfato empresarial. Y, desde hace unos años, Ozzy finalmente venerado, superviviente, entrañable tarado, pionero de un estilo, madre y padre del cordero negro.

Hoy, el inglés John Michael Osbourne cuenta 71 años. Ordinary man es su primer álbum como solista en una década y su obra más interesante, quizá, desde Down to Earth (2001). Se ha publicado tras el anuncio de que el artista sufre, desde hace tiempo ya, la enfermedad de Parkinson. Además, Osbourne ha conocido una sensación inédita: a estas alturas, tras 50 años de carrera, ha grabado un disco sobrio.

 

La grabación

Ordinary man surge de la asociación de Ozzy con el productor y guitarrista Andrew Watt, de filiación rockera pero cuyo bagaje más notorio son sus grabaciones para figuras del hip hop como Cardi B o Post Malone. Watt y Osbourne dieron forma al álbum en unos días y casi sin darse cuenta. Para montar un repertorio solvente, el productor llamó a unos amigos: Duff McKagan (Guns N’ Roses) y Chad Smith (Red Hot Chili Peppers) se ocuparon de casi todas las bases. El propio Andrew Watt se hizo cargo del trabajo de guitarras. Ellos tres, junto con Ozzy, armaron las canciones. Los ayudó con la parte melódica Ali Tamposi, autora de éxitos para artistas como Kelly Clarkson, One Direction, Rita Ora o Camila Cabello. La combinación de todo esto ofrece un stoner rock moderno y sobreproducido; una potente y profesional patada a seguir con el carisma de Ozzy Osbourne al frente.

A modo de colaboración, por el estudio se pasaron un par de celebridades de la guitarra: Slash (Guns N’ Roses) y Tom Morello (Rage Against The Machine). Y, por último, algunos nombres de la reciente escena pop y hip hopera estadounidense: Happy Perez, Billy Walsh o Charlie Puth, además del ubicuo Post Malone. Sin embargo, nada de lo mencionado en este bloque aporta valores significativos al producto.

 

Sonido y repertorio

Entonces, ¿es Ordinary man un buen trabajo o qué? En líneas generales, es un disco dignísimo que regurgita con contundencia el legado de Ozzy. El líder suena fuerte, con sangre, en forma. Su voz se manifiesta fundamental y sobresale con naturalidad: esta es la mejor noticia posible, no nos despistemos. El mayor logro de Watt es haber espoleado al tío loco para obtener de él una interpretación viva y, en cierto modo, rejuvenecida. Pero se echa de menos a un guitarrista con personalidad; al propio Zakk Wylde, escudero titular del artista, que no tomó parte en la grabación porque aparentemente las sesiones no fueron programadas. Pero Andrew Watt carece de la autoridad de Wylde (¡para qué acordarnos de leyendas como Tony Iommi o Randy Rhoads!), así que trata de compensarlo con una suerte de milhojas de guitarras, capa sobre capa, hasta componer un muro sónico tan inapelable como, en realidad, soso.

El disco se abre con “Straight to hell”, que manifiesta los primeros guiños a Black Sabbath: la exclamación “Alright now!”, característica del clásico “Sweet leaf”; y la cadencia rítmica seca de las estrofas, heredera de “War pigs”. En la misma línea, la pegada del bombo de “Goodbye” parece querer introducir, en realidad, el viejo “Iron man”; y la armónica de Ozzy en “Eat me” sugiere una cita a “The wizard”.

“Scary little green men” sabe más al Ozzy de los ochenta, menos misterioso y oscuro, pero muy dado a morder murciélagos o palomas hasta terminar protagonizando su propia caricatura en un reality show. Aquí y en todas partes, el ejército de guitarras clónicas apabulla con su contundencia y volumen, pero genera cierto alivio a la cabeza cuando el tema concluye. Ninguno de los músicos participantes parece capacitado para el matiz, esa es la verdad.

Así las cosas, conviene resaltar los dos temas que se escapan al guitarreo general: los medios tempos “Holy for tonight” y “Ordinary man”, que sí ofrecen una idea melódica completa, arreglos de cuerdas y, en general, hechuras de canción. De “Holy for tonight” se ha dicho que parece inspirada en los Beatles, pero esa sería una referencia perezosa para cualquier melómano educado. En “Ordinary man” aparece Elton John al piano y a la voz y no solo no está de más, sino que aporta serenidad y peso al conjunto. Ambas canciones continúan la estela de otras anteriores, como “Goodbye to romance” o “Dreamer”, que trabajan la faceta más sutil del artista y se agradecen siempre.

El disco termina con un dúo divertido e innecesario de Ozzy y el rapero Post Malone. Un cierre estrepitoso para un álbum de lírica fúnebre, testimonial, decadente o tremendista. En un análisis global, se trata de un disco resultón, con algunos buenos ganchos, al que no se pueden imputar apenas canciones memorables, pero tampoco malas canciones. Conviene celebrarlo desde la prudencia, porque nos devuelve a Ozzy en forma, aunque todo lo demás sienta mejor cuantas menos preguntas te haces.

Ordinary man es una obra correcta que dos medios tempos elevan al notable, con una ejecución magnífica del actor principal y un sonido rock tan sobreproducido y comprimido como la propia fotografía de portada. Cabe desearle a Ozzy Osbourne que la salud lo acompañe y pueda celebrar su ansiado concierto en Madrid el próximo 22 de noviembre. Comprobaremos, entonces, el comportamiento de este nuevo repertorio en manos de su banda habitual.

Anterior crítica de discos: Futuros valores, de Pablo Und Destruktion.

 

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