Medio siglo del homenaje de Enrique Morente a Miguel Hernández

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«Empecé a liberarme de una serie de miedos, de advertencias: que si la pureza, que si los cánones»

 

Medio siglo cumple Homenaje flamenco a Miguel Hernández (1971), la primera gran obra que fundó un lazo irrompible entre el flamenco y la poesía, adelantándose casi dos años al disco que Joan Manuel Serrat le dedicaría al poeta de Orihuela. Por David Pérez Marín.

 

Texto: DAVID PEREZ MARÍN.

 

«Yo, a los que más le debo es a Miguel Hernández y a García Lorca, porque son los que me aficionaron a la poesía». Enrique Morente.

 

Enrique Morente fue el primer flamenco y el máximo exponente del género que dialogó más de cerca con la poesía culta, siendo esta una de las piedras angulares de su obra y afianzándolo, durante toda su trayectoria, como el gran cantaor de los poetas. Desde entonces, Morente nunca se separó de la poesía ni la poesía de él. Tras Miguel Hernández, trabajó las composiciones de poetas como Rafael Alberti, Dámaso Alonso, Gustavo Adolfo Bécquer, José Bergamín, Luís Cernuda, Miguel de Cervantes, Leonard Cohen, San Juan de la Cruz, Javier Egea, Juan del Encina, León Felipe, Federico García Lorca, Luis García Montero, Pedro Garfias, Nicolás Guillén, Ibn Hazm, José Hierro, Santa Teresa de Jesús, Fray Luis de León, Antonio y Manuel Machado, Al-Mutamid, Francisco de Quevedo, Luis Rius, José Val del Omar, Lope de Vega y María Zambrano. Incluso en poemas de Pablo Picasso.

Homenaje flamenco a Miguel Hernández, disco que editó en 1971, supuso un cambio formal y sustancial con sus trabajos anteriores y marcó la senda de la adaptación de la poesía culta a los palos del cante jondo. «Que mi voz suba a los montes / y baje a la tierra y truene, / eso pide mi garganta / desde ahora y desde siempre». Desde ese «ahora y desde siempre» le correrá por las venas la poesía a Enrique, y la necesitará como el propio respirar. Y con ese quejío ronco y eléctrico sube a los montes y truena en la tierra doliente de “Sentado sobre los muertos”, arañándonos el alma por romances en el corte que abre el disco.

En Homenaje flamenco a Miguel Hernández encontramos cuatro letras populares y tres poemas de Hernández: “Niño yuntero” por malagueñas, el ya nombrado “Sentado sobre los muertos”, por romances, y la eternamente dolorosa y bella “Nanas de la cebolla”.

Morente ya venía interpretando la poesía de Miguel Hernández en peñas, festivales y círculos universitarios. Por ejemplo, en el Colegio San Juan Evangelista de Madrid a finales de 1969, donde hizo dos malagueñas y un verdial tomando las letras del poema “El niño yuntero”, o al año siguiente en el homenaje flamenco que se le rindió a Miguel Hernández en la Facultad de Medicina de Granada, a mediados de mayo de 1970, donde cantó “Andaluces de Jaén” por Peteneras y “El niño yuntero”, desgarradora malagueña que canta el hambre y penurias que pasaban los propios hijos de Miguel.

Curiosamente, en la edición mexicana de Homenaje flamenco a Miguel Hernández aparecía un cuarto poema del escritor alicantino llevado a lo jondo por Morente: “Aceituneros” por peteneras. Esos “Andaluces de Jaén” eran demasiado reivindicativos para los censores franquistas, que lo prohibieron y eliminaron del álbum en la edición española, siendo sustituido por “Con la raíz del querer” por soleares: «Yo no quiero más comer / porque me estoy manteniendo / con la raíz del querer».

Años después, en una antología de Enrique Morente editada por su discográfica española, por fin vieron la luz esos “Aceituneros” morentianos.

 

Conocimiento y renovación del flamenco

A principios de los setenta, Enrique ya tenía las bases bien aprendidas y su propia balanza preparada para poner, de un lado, el conocimiento de la tradición, y del otro la renovación del flamenco a base de una continua búsqueda de su propia voz en el arte. Comenzó esta década de respetuosa y creciente separación del academicismo junto a la guitarra de Manolo Sanlúcar, con el que fraguaría un fructífero tándem, despertando, poco a poco, las vanguardias flamencas.

Otro momento clave en 1971, con el disco de Hernández en el horno, fue el viaje de Enrique a México acompañado de Manzanita. La libertad que encontró en la capital azteca le marcó profundamente, aumentando la estancia programada de poco más de un mes a ocho. Actuaron una larga temporada en el tablao Matapechos y tejió un gran lazo de amistad con los poetas Luis Rius, Ángel González y un amplio círculo de literatos que le calaron en su ser. Así lo comentaba el propio Morente: «Empecé a liberarme de una serie de miedos, de advertencias: que si la pureza, que si los cánones. En México, Manzanita y yo empezamos a inventar ritmos nuevos, a tocar la guitarra y a cantar de otra forma. De un modo que se descubre, pero que no se aprende».

En esta efervescencia constante de 1971, volviendo al Homenaje flamenco a Miguel Hernández, con el toque de Parrilla de Jerez y Perico del Lunar (hijo), junto a sus primeras adaptaciones de poemas, encontramos también dos novedades más: una soberbia bulería por soleá, “Dios te va a mandar un castigo”, y “El carro de mi fortuna”, su estreno por tangos a fuego lento (tangos-tientos), un palo que hará suyo a lo largo de su carrera y que perfeccionará como pocos cantaores.

 

El canto doliente y libre que hiere y sana

Las armonías y melodías puras del canto doliente de Morente en cada una de las adaptaciones de Hernández encierran y transmiten una jondura que hiere y sana. Solo es necesario escuchar un pequeño fragmento de “Sentado sobre los muertos” o las “Nanas de la cebolla” para sentir cómo confluye la pureza con la renovación de un género que, acercándose a su tiempo, se estaba adelantando al mismo. En 1971 el cante de Morente ya soñaba despierto con ser el arte libre que es y será para siempre.

En la contraportada de este imprescindible Homenaje flamenco a Miguel Hernández del que celebramos 50 años podemos leer las palabras de Juan Ibáñez (propietario del tablao Matapecho de México):«Morente canta el cante. Morente no mata el cante. Lo busca, lo respeta y lo renueva. Lo mueve. El arte de Morente va al tiempo y viene del tiempo; fiel a sí mismo ha creado su estilo en la búsqueda de la pureza, no del puritanismo. No es un “cantaor sirviente”, es un artista».

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