Marwán: «Sabía que podía llegar más lejos, y creo que lo hemos hecho»

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«A veces he sido demasiado complaciente por miedo a que no me quisieran»

 

Volviendo a la esencia: así se presenta Marwán en El viejo boxeador, el nuevo disco que publica con Sony y en el que ha compuesto varios temas con Luis Ramiro. Un trabajo que desgrana en esta charla con Carlos H. Vázquez.

 

Texto: CARLOS H. VÁZQUEZ.
Fotos: DAVID PALACÍN.

 

Pues aquí está Marwán con su séptimo disco, El viejo boxeador (Sony, 2020). Tiene nariz romana y el pelo ensortijado, igual que su padre, que también parece un fajador: «En la portada aparecemos los dos con capucha y tenemos pinta de boxeador», cuenta. Pero alega que es un apéndice que viene «de familia», no por haber tenido ningún combate. «Es una nariz árabe, pero curiosamente la familia de mi madre también la tiene así y es española». Es inevitable observarlo como un púgil que defendería el cinturón de campeón del mundo por los refugiados, por toda la gente que necesita igualdad, por el feminismo, por una educación y por una sanidad mundial. «Por los grandes problemas que aquejan al ser humano. Por eso me fajaría yo como Dios».

 

Tiene Marwán (no hay que olvidar la tilde) en “El planeta desconcierto” una bonita canción, de las que van aumentando la intensidad y acaban cinco minutos después por todo lo alto. Dan ganas de cerrar los ojos y quedarse en los primeros versos del tema: «Nuestro mundo ha cambiado / Hoy lo llaman el planeta desconcierto / La esperanza se murió en plena calle / Esperando una señal / En las tablas de Moisés / Hoy aparecen otro par de mandamientos / El primero es una frase de Coelho en una frase de Instagram». Pero uno se acaba quedando hasta el final, porque cada nueva estrofa viene con un lap steel, unos coros o un gigantesco arreglo de cuerdas. Seguro que habrá quien decida morirse escuchándola en bucle.

 

¿Es El viejo boxeador un disco conceptual?
No, no lo es. Aunque sí tiene una línea argumental en casi todas las canciones o un nexo común, que es la idea de resiliencia, de seguir adelante, la idea de las segundas y terceras oportunidades… Siento que estoy viviendo una de ellas en cierto sentido, que me estoy renovando y siempre recupero la ilusión. Mi familia es un ejemplo de superación. Mi padre [Salman Abu Tahoun] es un refugiado palestino que pudo venir a España y se encontró con muchos problemas aquí después, aunque al final tuvo una familia bonita y una vida próspera en paz. Pero el disco responde más al momento que estoy viviendo ahora. Mis paisajes interiores era un álbum en el que yo estaba muy golpeado, pero en este yo golpeo más. El anterior es muy triste, por una etapa muy apesadumbrada que estaba pasando, por determinadas cosas que había descubierto dentro de mí, cosas que me habían pasado con personas… Y se me fue por el lado del desamor en muchos sentidos, no solo a nivel de pareja, sino a nivel de amistad. Y El viejo boxeador es el disco de un nuevo descubrimiento y de sentir que las cosas buenas vuelven. Para mí, la mayoría de las canciones tienen esa doble lectura. Incluso si son canciones de amor como “Seguiremos”, que habla sobre que la humanidad debe continuar. Curiosamente es una canción prepandemia, pero parece pospandemia. O “La reina del Jäger”, que habla de una historia que diez años después tiene su reválida. O “La pareja interminable”, que trata sobre una pareja que se quiere mucho pero tiene desencuentros, aunque, como dice la primera frase, están condenados a entenderse. O “5 gramos de resentimiento”, que habla de una persona que logra superar su miedo a enfadarse… A veces, he sido demasiado complaciente por miedo a que no me quisieran, y en esa canción lo suelto todo y me doy mi derecho a enfadarme y a cagarme en lo más sagrado. Así nace el disco.

 

¿En qué época nace?
Empecé a componer un año después del anterior, que salió en 2017. Hice unos veinte temas y me he quedado con estos diez, cinco de ellos los he hecho con Luis Ramiro. Me apetecía lograr nuevas sonoridades, hacer unos acordes y que él buscase la melodía o hacerlo todo juntos. Me apetecía llegar un poco más lejos, porque sentía que me estaba repitiendo un poco y, para mí, Luis es de los mejores compositores de España y un gran amigo. Sabía que podía llegar más lejos y creo que lo hemos hecho.

 

También está Nach.
Sí. Con él ya había hecho “Necesito un país” [en Apuntes sobre mi paso por el invierno]. Y la que sale en este disco [“5 gramos de resentimiento”] también la compuse con él.

 

¿Cuál ha sido el modo de trabajo con Luis Ramiro?
Luis y yo hemos hecho varios encierros, algunos en Madrid, otros en Portugal… Nos encerrábamos en una casa, en un chalet o en un Airbnb y nos poníamos a componer. También nos íbamos al estudio de Pedro Guerra, que nos lo había cedido. Las cinco canciones que hicimos nacieron en nueve días. Con “La reina del Jäger” nos sentamos, nos pusimos… y a las dos horas estaba terminada tal cual la oyes en el disco; “El viejo boxeador” fueron dos sentadas, una noche y otra; “La pareja interminable” la empecé al piano con Alejandro Martínez y luego hice la letra con Luis también en dos sentadas. Después estuvimos probando muchas más cosas, pero se quedaron fuera. Fue mágico, había una conexión total entre Luis y yo. A veces, componiendo con gente aparecen los egos, pero con Luis no hay ego; es un hermano para mí, confía en mis criterios y yo confío en los suyos. Es un disco muy fresco. Las letras son muy naturales, no suenan rebuscadas.

 

¿Cómo lo has hecho con Nach?
Con Nach siempre he compuesto yo todo y le dejaba un hueco de música para que él pudiera meter su rapeo y componer su parte. La canción se la di producida. Una de las cosas que más me gusta de Nach es que lo conozco mucho y sé cómo son sus canciones, que empiezan abajo y acaban más arriba. Eso es brutal. Lo hicimos en “Necesito un país” y lo hemos hecho en “5 gramos de resentimiento”.

 

 

Das a entender en “El viejo boxeador” que nunca cambiarás. ¿Cómo se puede no cambiar si lo que buscamos es no repetirnos?
Me refiero a que nunca cambiaré mi esencia. Uno evoluciona en torno a su esencia, y lo hace, principalmente, quitándose capas para llegar a ella. “El viejo boxeador” habla de volver a tu esencia, a volver a ser quien eres, de hacer únicamente lo que amas. En la vida pueden ir cambiando las cosas que amas, o pueden ir depurándose, puliéndose o sumándose cosas, pero por éxito no voy cambiar mi forma de componer, escribir o crear. Me fui a Sheffield a hacer este disco para no encajar, para hacer un disco precioso. Soy un artista, creo que todo artista tiene dentro un niño interior, y yo quiero satisfacerlo. No estoy para satisfacer ninguna moda ni traicionarme para vender más. ¡Hay canciones de cinco minutos, tío! Dije: «A tomar por culo, voy a hacer lo que me salga de los cojones». Tengo cuarenta años y no quiero encajar, pero sí es verdad que me he visto en algún momento intentando encajar.

 

¿En qué momento?
Con el anterior disco. Busqué un sonido más pop para poder sonar en radios. Me encanta el disco, ¿eh?, y la producción de Tato [Latorre] es la hostia, porque es un productor descomunal. En ese momento me apetecía eso, todo hay que decirlo. Pero ahora, por primera vez, me siento hiperidentificado con el sonido de un disco. Creo que este tipo de musicalidad, la belleza por encima de todo, responde más a mi esencia, lo que me gustaría que permaneciese siempre. El anterior me encanta, pero tiene un sonido más comprimido y creo que debo de tener un sonido con más aire, porque soy un cantautor, y las canciones con guitarra me funcionan perfectamente. Traté de hacer algo que me hiciera feliz, y me daba igual que sonara en las radios o no. Me encanta sonar en la radio, pero no lo hice para sonar en ellas, sino para ser feliz.

 

¿Un músico como tú tendría que ser popular, aunque no quiera encajar?
Sí, por supuesto. Quiero que me escuche todo el mundo, claro. Todos los músicos quieren que les escuchen cuanto más mejor, pero no a costa de ser quien uno es. Eso para mí es imprescindible.

 

¿Cómo sabe uno que es auténtico?
Siguiendo básicamente tu corazón, haciendo lo que amas por encima de lo que te diga o te recomiende la gente. Incluso por encima de los aplausos. Escribo y canto porque a través de la poesía y de la canción de autor siento que la vida se agranda, y a esas pequeñas cosas se las percibe de un modo más puro. Nos hacen protagonistas de una vida grandiosa, porque el arte engrandece la vida. Ves una película de Woody Allen y te ofrece una visión de las relaciones de amor tan fiel y tan profunda que engrandece el hecho de vivir.

 

«“El viejo boxeador” habla de volver a tu esencia, a volver a ser quien eres, de hacer únicamente lo que amas»

 

En “El viejo boxeador” te preguntas quién «coño» eres tú, si todos tienen miedo de la palabra «cantautor». ¿Por qué?
Es un término muy denostado en España, porque se asocia a luchas trasnochadas, a las luchas propias del franquismo. Claro, mucha gente dice que esas luchas ya han pasado, pero creo que solo han pasado algunas, porque sigue habiendo una lucha constante por los derechos y por la mejora de muchas personas. Es verdad que también está la falta de profesionalidad de la canción de autor: personas que tocan tres acordes mal tocados, se suben a un escenario y hacen una canción de autor mala. Todos hemos sido pesados, yo el primero en algún momento, y muy insistentes en temas melancólicos. También es posible que muchos de nosotros tengamos el repertorio plano, aunque creo que no es mi caso. Pero sí existe la posibilidad de que hayamos sido un poco pesados.

 

 

De ahí otro término: «cansautor».
O «plastautor». Es que hay muchos. Y nos pega, ¿eh?, pero creo que hay que quitarse las etiquetas e irse al arte.

 

Cantas en “El planeta desconcierto”: «Futbolistas que pretenden ser poetas, superventas sin talento», «Eminencias de las letras que a veces venden su privacidad», «Editores que publican solamente por el número de likes»…
Sí. Hablo de esa sociedad líquida de Zygmunt Bauman en la que es todo cambiante y todo raro, y que por tener éxito se hacen cosas extrañas que quizá ni te pertenecen. Bueno, que cada uno haga lo que quiera, pero son llamativas y chirrían un poco. Se alejan del tratar de hacer las cosas con dignidad.

 

¿Un poetuitero es un poeta?
Depende de su calidad. Pero ¿qué es ser poeta? Es que, lo que para uno es poesía, para otro que tiene una visión más elevada puede que no. En general, todos admiramos a quienes están por encima de nosotros, pero no miramos a los que están por debajo. Entonces, si yo tengo un nivel equis como poeta o como cantante y veo a otro que está por debajo, ¿cómo no lo voy a admirar? Para mí, tanto el de arriba como el de abajo va a ser un artista. Pero es que todo es subjetivo, depende del rango en el que estés. Para un tío de jazz yo sería una mierda de músico, pero para un músico de pop yo soy un músico de puta madre. Todo depende desde dónde mires. No existe un baremo con el que digas «esto es poesía» o «esto no lo es».

 

Pero llegará un momento en el que esa persona que tienes debajo suba y entonces tengas que admirarla. ¿Lo harías?
Sí, por supuesto. Incluso admiro a gente que está por debajo y que tiene su mérito. No hay que ser absolutista en esto. Creo que hay mucha gente en Twitter escribiendo cosas brillantes. Y también creo que en doscientos ochenta caracteres se puede encerrar mucha poesía.

 

Supongo que estarás al corriente de la polémica suscitada por el Premio Espasa de Poesía de este año, premiado con veinte mil euros y otorgado a Rafael Cabaliere. Tú has sido jurado. Algo similar ha sucedido con Elvira Sastre y el Premio Biblioteca Breve. ¿Por qué se denosta?
Algunas veces se denosta porque carece de unos mínimos de calidad y otras porque tiene mucho éxito. Están las dos cosas, pero yo no soy absolutista, me encantan los matices. Elvira es una buena poeta. No es la mejor poeta del mundo, pero ni de coña es la peor, y le han dado caña, creo, porque le va de puta madre. La mayoría de la gente a la que le va bien en lo suyo no te critica, porque está ocupada o satisfecha con lo suyo. Y la crítica, muchas veces, tiene que ver con la insatisfacción. A mí hay cosas que me parecen muy malas, pero no me paso la vida criticándolas como un loco. Eso no significa que todo el mundo tenga que ser como yo, significa que he hallado un cierto grado de satisfacción. Y, en segundo lugar, más que satisfacción, respeto mucho lo que hace la gente; si alguien hace una poesía equis, sea de buena o de mala calidad, creo que la hace con el mismo amor que yo hago la mía. Estoy seguro. Y si lo hace por encajar, será porque tiene algo dentro que le hace encajar. ¿Quién soy yo para juzgar esa lucha que tiene una persona cuando yo tengo la mía? La gente se olvida, pero todo el mundo tiene sus luchas.

 

¿Querer encajar es malo?
Depende de si renuncias a ti para querer encajar. Pero a veces encajas perfectamente. Mi poesía, por ejemplo, que es bastante diáfana y sencilla, encajó en un momento determinado. Siempre he escrito así. Mi poesía siempre ha sido sencilla, desde los dieciocho años, y de repente saco un libro sin saber que había un movimiento de poesía de dos o tres poetas como Carlos Salem o Escandar Algeet que ya estaban vendiendo mucho. Pero yo ni lo sabía. Conocía a Carlos, pero ni sabía que estaba funcionando eso. Coincidió con un momento histórico en el que empezaba a haber una ola de gente joven a la que le gustaba la poesía y resulta que mi poesía encajaba ahí. Y yo no hice por encajar.

 

¿Nos hemos cansado de los poetas o de la poesía?
Creo que ha habido una sobresaturación comercial del mercado de la nueva poesía o de la ola que ha habido en estos diez años.

 

¿Se le puede dar un premio a un poetuitero por su número de likes?
No. Yo creo que hay que hacerlo por su calidad. Así te lo digo. Para mí, el criterio es artístico para dar un premio.

 

¿Y desde el punto de vista comercial?
Ese es un asunto editorial, no es un asunto de valoración artística. Eso les interesa mucho a las editoriales, pero no a alguien que valora el arte.

 

Entonces, ¿significa esto que las editoriales no valoran el arte?
Depende. Cada editorial o cada editor valora lo que quiera. Hay gente que quiere publicar una cosa y gente que quiere publicar otra. Pero es verdad que los que venden libros son las editoriales, y los que se interesan tanto en el criterio artístico como en el criterio comercial son ellos. Yo, como artista que soy, cuando valoro el libro de una persona lo hago acercándome ese trabajo, tratando de entrar en su idioma, que es como creo que hay que juzgarlo.

 

Decía Robin Williams en El club de los poetas muertos que no quería artistas, sino librepensadores. ¿Qué quieres tú?
Yo quiero un mundo mejor.

 

Va, mójate…
No sé… A mí me encantan los artistas, pero me encantan también los que tienen libertad de pensamiento. Es que todo está bien, creo que es compatible ser las dos cosas. Lo que elijo es que desaparezcan los dogmas. Creo que las creencias joden mucho a los seres humanos, tanto si son de una tendencia como si son de otra. Decía [José] Ortega y Gasset: «Las ideas se tienen y las creencias nos tienen». Esto nos tiene demasiado atrapados, nos hace perder perspectiva e incluso hacer, decir o apoyar cosas que son malas para nosotros. Tu partido político puede estar haciendo unas leyes que van en tu contra, pero tú las estás defendiendo porque te identificas con esa creencia. Hay que huir de eso, y para hacerlo hay que ser un librepensador. Y un artista arrogante también es un librepensador.

 

 

Has contado que “La reina del Jäger” es un tema muy sabinero. También le dedicaste el año pasado a Joaquín Sabina el poema “Sesentaydiez”, la versión de “Nos sobran los motivos” con Keny García… ¿Crees que Sabina te pasará algún día su bombín?
Me encantaría. Yo lo que quiero es que me preste parte de su talento. Para mí, eso es que me deje su bombín. El bombín forma parte de la magia del personaje de Sabina, y esa magia es la que me encantaría heredar.

 

Dice Fabián en “Triunfadores”: «¿Triunfadores? Yo te diré / Quiénes son mis triunfadores: / Son personas corrientes / Que cuidan de personas / Y que pasan las horas, los días, los meses / Encajando reveses / Y cometen errores / Y siguen siendo personas / Esos son mis triunfadores». ¿Quiénes son para ti tus triunfadores?
Tiene que ver con eso, con la identidad y con permitir ser quien uno es. Para mí, un triunfador es alguien que se permite ser quien uno es. Sobre todo, el que se da esos permisos, independientemente de si encaja o no. Eso es triunfar.

 

¿Y es tu padre un triunfador?
Sí. Mi padre es una gran persona que, en el mundo tan hostil en el que nació, siguió conservando su bondad a pesar de todo, porque era su esencia, y eso es la hostia. Mi padre es una persona increíblemente buena, no ha sido un resentido a pesar de las cosas horribles que le han pasado. Al revés: ha seguido iluminando a toda la gente con cómo es. Eso es ser también un triunfador para mí.

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