Mares poco profundos, de Parade

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DISCOS

«Se libera y se reinventa, aunque siempre sigue siendo él, claro. Pero es un él atento a cuestiones de amor, solo rozando con el mundo al que nos tiene acostumbrados de manera muy tangencial»

 

Parade
Mares poco profundos
JABALINA, 2022

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

Cuando, hace muchos años, me llegó desde Spicnic, el primer elepé de Parade no me podía creer que eso existiera. Era un disco especial, único —de hecho, los posteriores siguieron siendo únicos—, que no tenía nada que ver con lo que se estilaba en el pop español, ni con lo que había sido su evolución ni con lo que vendría. Unos fondos instrumentales muy tecnificados y unas letras que aliaban la ficción científica con ciertos aires crípticos, pero que, contra todo pronóstico, se revelaban —electrónica y alegorías— cercanas, íntimas, cálidas.

Desde entonces, lo he visto reinventarse en algunas ocasiones, crecer, volver a su origen y escaparse de él. En el caso de Mares poco profundos se libera y se reinventa, aunque siempre sigue siendo él, claro. Pero es un él atento a cuestiones de amor, solo rozando con el mundo al que nos tiene acostumbrados de manera muy tangencial. Hay mucho de cine, pero no de ese cine periférico, considerado popular, con géneros que distorsionan la realidad. O, si acaso, aquí se distorsiona de otra manera.

“Canto mi dudu” está llena de swing y optimismo, y pasea por un recorrido urbano casi cinematográfico entre calles y ventanas. Es la banda sonora perfecta para un musical de los cincuenta, hasta con su silbido final lleno de felicidad. “Pasado, presente, futuro” con su instrumentación sinfónica, también tiene aire de musical, con vientos que ofrecen pequeños detalles y grandes alegrías. Casi eurovisiva en su final, se trata de un carpe diem hedonista y soñador.

Otra manera es la de “Anteayer”, también con todo el glamour sentimental de los años cincuenta, pero con la semilla brasileña y una percusión con toda la dejadez tropical. Hasta incitaciones al baile hay. “Premio de consolación” se abre con un piano y esas introducciones mágicas de Parade, y sigue la magia hasta en las partes tarareadas que requieren una coreografía perfecta, una coreografía que uno imagina sin dificultad.

Esos teclados, en “Ya despegaré mañana” —que vuelve a sus distopías de las letras clásicas—, se convierten en juguetones y empujan una melodía colorista tendente a la maniera de los crooners. Para cantar con un canotier. Pero es un tema aparte, porque la base temática fundamental es el amor, que llega a su punto supremo en “Bailemos”, un baladón de despedida amorosa, el último baile, nostalgia y sensibilidad para el sentimiento del dolor. Un “En cualquier fiesta” de nuestros días.

En un par de ocasiones tiende a la música ligera, a la formulación popular del amor en la música. Lo hace en “Volver a encontrar un amor”, extrayendo lo que esta música ligera tiene de bueno, de bien producida, de abrazo. En “No confíes en él” el aire se vuelve dramático. Y ya está. Solamente ocho canciones que saben a poco, que piden más focos sobre el escenario.

En el fondo, no se aleja tanto de aquello a lo que estamos acostumbrados en Parade. Se ha reinventado únicamente en los temas, en las formas sigue tomando abono de la música popular y, como siempre, se aleja tanto del homenaje como de la parodia, pero lleva en este caso a su mundo las cuestiones del corazón. Y las hace suyas. Y cuando las hace suyas las adopta de verdad.

Anterior crítica de discos: The bible, de Lambchop.

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