Los 100 mejores discos del soul, de Luis Lapuente

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LIBROS

«Es una de esas obras necesarias, que hay que poseer para leer, en primera instancia, y para tener siempre a mano, porque ahí está todo el siglo veinte»

 

Luis Lapuente
Los 100 mejores discos del soul
EFE EME, 2022

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

Si es una suerte que exista Efe Eme —digámoslo, sí, lo es— es porque podemos disfrutar de los libros de Luis Lapuente. Ya llevamos tres que indagan en todos los aspectos de la música hecha por artistas negros, sobre todo enfilando eso que se ha llamado soul, y un cuarto —anexo, aunque publicado anteriormente—, sobre la música disco. Y son una verdadera biblia. La palabra sagrada. Y nunca mejor dicho, puesto que uno de los vectores que explotan en el soul es el góspel, esos cantos de iglesia que servían para que la comunidad negra de Estados Unidos se sintiese hermanada. Estos aspectos diacrónicos y la subsiguiente crónica de todos los avatares del estilo es el objeto de El muelle de la bahía, mientras que La tierra de las mil danzas focaliza a los ciento un cantantes más representativos del género.

En esta ocasión, en este Los 100 mejores discos del soul, la finalidad es abordar un centenar de referencias discográficas —que se convierten en ciento uno, con ese uno que pertenece a otra dimensión— que son obras maestras del género, con toda la amplitud con la que se quiera entender un estilo en el que entran desde el soul latino que se editó en Fania hasta Beyoncé.

Quizá sea este el volumen adecuado para iniciarse en esa estética, puesto que la excusa de comentar discos nos lleva —en cada reseña—, a entramados, secretos, orígenes, conexiones y canales ocultos. Para el que quiera iniciarse, también Lapuente guarda una estrategia: el cincuenta por ciento de los discos son originales y el otro cincuenta por ciento antologías o cajas, con lo cual se ofrece una visión panorámica de los artistas que, en algunos casos (pongamos los Temptations), es realmente una visión de la historia del género.

No hay un orden de preferencias o una lista al uso, sino que los discos se organizan por décadas y, como era de prever, la de los sesenta es la que alcanza un mayor número de referencias estimables. Se abren nuevos caminos, el clima social los potenciaba y la frontera entre listas de éxito y calidad en las canciones no existía. Ahí están James Brown y los inicios del funk, artistas ocultos como Barbara Lewis, canciones que van directamente a la vena de la frustración amorosa o del baile y el sonido de la joven América. Cada disco cuenta con un par de páginas —algunos con cuatro—, y con una alternativa al pie por si el lector quiere indagar más en lo que le ha interesado de primeras.

En los setenta, la política entra en escena de manera más directa y evidente y, por otra parte, la comunidad negra se reinventa en Philadelphia, segundos antes de que estalle la música disco —a la que no se atiende en la obra por tener el volumen anexo—. También hay grandes heterodoxos como el Professor Longhair y su rumba boogie. De hecho, la música de Nueva Orleans se encauza siempre por otros caminos, quizá más atentos a las raíces que el resto.

Poco a poco, conforme pasan las décadas, la cantidad de discos va adelgazando, no la excelencia. Prince y Sade, junto a D’Angelo y Lauryn Hill son quienes cierran el siglo veinte y Solomon Burke —sorpresa, edita su mejor elepé en 2002— y Amy Winehouse quienes inician el veintiuno.

Es una de esas obras necesarias, que hay que poseer para leer, en primera instancia, y para tener siempre a mano, porque ahí está todo el siglo veinte. Están el dolor y la pasión, el amor, la lucha política, la fantasía… Están enormes canciones, así que, de vez en cuando, tampoco sería cosa impertinente abrir una página al azar y simplemente disfrutar.

Anterior crítica de libros: Un mundo inmenso, de Diego Briano.

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