“Lluvia de piedras”, de José Antonio García

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DISCOS

“Brilla la voluntad de patentar su sello, más próximo como vocalista a la ferocidad y el primitivismo de sus orígenes punk con TNT, sin olvidar el lustre de los estribillos de la escuela de 091”

 

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José Antonio García
“Lluvia de piedras”
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Texto: EDUARDO TÉBAR.

 

Condenado a ser conocido como el cantante de 091, poco ayuda a disociar su discurso un título como “Lluvia de piedras”, con dos sustantivos-concepto fuertemente arraigados en el imaginario poético de José Ignacio Lapido. Un descuido que, sin embargo, tampoco debe despistar al oyente. Varios han sido los intentos de José Antonio García para apuntalar una carrera en solitario. A finales de los noventa, tras la separación de los Cero, tuvo una experiencia fallida con Sin Perdón, proyecto de funk metal con ilustres de la escena granadina que nadie entendió. En 2006 comenzó a desenvolverse en formato grupal con Guerrero García. Y en los últimos tiempos, sustentado en una banda sólida y autónoma, El Hombre Garabato. Esta vez, sí, estamos ante el primer álbum solista de “Pitos”. Pero atención a la letra pequeña: asumido su papel de intérprete, el grueso del material llega compuesto a medida por los músicos aliados, casi todo con la firma de Nicolás Hernández y Óscar Gallardo.

La de García es —no lo olvidemos— una de las grandes voces del rock español y emblema de Granada, como las gargantas de Miguel Ríos o Juanma M. Leiva. Aquí brilla la voluntad de patentar su sello, más próximo como vocalista a la ferocidad y el primitivismo de sus orígenes punk con TNT, sin olvidar el lustre de los estribillos de la escuela de 091. En resumen, José Antonio se queda con lo mejor de cada casa. Y lo más difícil: las canciones aguantan el tipo sin añorar en exceso la insuperable munición literaria de Lapido y Jesús Arias. Ayuda la esmerilada producción de Pablo Sánchez, que logra que suene a nuevo lo que en realidad es una colección de garage-rock viejo, deudor de sus venerados Lyres y, en extensión, de sus estudiadísimos Dr. Feelgood. Por momentos, más que cantar, García se desgañita y se desahoga. El disco transmite la frescura de seis tíos que se lo creen.

El single de adelanto, ‘El viento sopla a mi favor’, concentra las dos caras de José Antonio García: la rocosa y la melódica. La apertura, ‘Lo llaman suerte’, es un ejercicio de autoafirmación; desafiante, castizo, soplando la armónica a lo Lee Brilleaux y al frente de un combo electrizante, alardea de su pacto con Satanás. El regusto garajero persiste en ‘Todo puede ser peor’. Un Hammond juguetón colorea ‘Se puede ver el final’ y alegra la machacona ‘Di que sí’, donde solicita anfetas en el vaso. ‘Fuego’ es otro rocanrolito chulo. Hay una labor arqueológica al versionar ‘Situación límite’, uno de los pocos y excelentes temas que maquetaron los punks jienenses Conservantes Adulterados, que preserva ese aire ochentero. Se agradece que podamos catar la faceta autoral de José Antonio en la sinuosa ‘Ángel de mis demonios’ (rescatada del cajón de Guerrero García) y en la trotona ‘Tiempo perdido’. Y oxigena el conjunto la balada ‘Cuando yo no esté’, otra perlita que remite a los Cero de ‘Corazón malherido’. Rock orgulloso, voltaico y encerado. José Antonio García, con su verdad y su artillería.

Anterior crítica de discos: “En vivo desde Radio Station”, de Quique González.

 

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