Lichis: «Me encantaría ser popular, pero no a cualquier precio»

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«Ponte los grandes éxitos de pop español de estos últimos treinta años y dime dónde hay una buena letra. En casi ningún tema»

 

Tras regresar a los escenarios el año pasado, para celebrar el veinticinco aniversario de Cuando me suenan las tripas, La Cabra Mecánica edita en vinilo su disco de 2001, Vestidos de domingo. Un momento propicio para invitar a Lichis a mirar por el retrovisor y analizar aquel éxito que no todo el mundo supo interpretar. Una entrevista de Carlos H. Vázquez.

 

Texto y fotos: CARLOS H. VÁZQUEZ.

 

Va Lichis hecho, como se dice, un «pimpollo». Poco o nada tiene que ver físicamente con el que aparece en la portada de Vestidos de domingo (Warner, 2001), el cenit comercial de una banda que venía de dos álbumes –Cuando me suenan las tripas (DRO, 1997) y Cabrón (DRO, 1999)– algo más sombríos. No exento de cancionero algo dramático, Vestidos de domingo, que Warner ha editado en vinilo para celebrar sus dos décadas de existencia, cambió por completo la vida de Miguel Hernando Lichis, que parte y departe en la siguiente entrevista vestido de lunes esta vez.

 

¿Cuáles son tus principios?
No tengo ni idea. Intento ser la mejor persona que puedo o que soy capaz de discernir, porque a veces uno no sabe, y es difícil. Creo que esa es la principal cosa. Y luego quizá, si esto tiene que ver con lo de la música, o con mi oficio, pues intentar, no solo dedicarme a lo que me gusta, sino hacerlo como quiero hacerlo.

 

¿Y te consideras un pesimista?
No, no.

 

Después de Cabrón, y cuando ibas a hacer Vestidos de domingo, querías dejar atrás ese lado pesimista, ya que las letras de Cabrón eran más oscuras. Sin embargo, en Vestidos de domingo querías hacer no una letra más feliz, pero te basaste mucho en Kiko Veneno y Martirio.
Antes hablaba la influencia de Juan Antonio Canta, de Patuchas, en el sentido de que él, siendo andaluz, no era el típico andaluz gracioso. Utilizaba el humor de una manera muy oscura. Y eso está presente en todo el disco de Vestidos de domingo. Incluso hay una contradicción entre la música; seguramente el mensaje de la letra tal vez le beneficiara porque, curiosamente, en aquel momento, estaba grabando esas maquetas en un ocho pistas de bobina y lo que sonaba todo el rato en mi cabeza y en mi casa eran Beck, Tom Waits y Calexico, y todo este rollo del Lo-Fi, y las maquetas iban así. Las grababa en los locales de Rock Palace, en Madrid, poniendo un micro al final de un pasillo con la batería al fondo. Quería algo súper cascado, pero no sabía cómo hacerlo. Y, por supuesto, cuando vine a Warner, me dijeron que ni de coña. Surgió la oportunidad dentro del equipo de Alejo Stivel de trabajar con Fernando Polaino y se llevó a ese terreno. Pero creo que, en ese ese sentido, si hubiera llevado esto a donde quería, tal vez lo hubiera producido con Suso Saiz, como era mi idea en un principio. Nos hubiera quedado un disco más oscuro y seguramente no estaría aquí.

 

¿Se confundió el concepto de las canciones y por eso empezaron a decir que lo tuyo era «canalla»?
Yo creo que nuestro discurso, el discurso de La Cabra, tiene que ver mucho con lo que igual ahora sería el urban, de alguna manera, en el mensaje despiadado y sobre todo en la construcción melódica; no había melodías fijas, eran una mezcla entre melodía y rap, pero no una parte de melodía y una de rap. Era una época en la que la gente o hacía hip hop o hacía rock independiente en inglés o hacía mestizaje en plan Manu Chao, y nosotros estábamos ahí experimentando. No éramos conscientes de lo que hacíamos, pero estábamos allí. Supongo que ese tono que ahora sí tiene el urban lo teníamos nosotros y necesitábamos del humor para hacerlo traducible. Ahora mismo, el urban puede ser despiadado y puede ser más salvaje de alguna manera, también porque se dedica a ello gente muy joven. Y la juventud te permite decir ciertas cosas.

 

“Felicidad” era una letra que hablaba realmente de la infidelidad y del suicidio, pero por este envoltorio musical no se entendió, por lo menos como tú querías que se entendiera.
Claro. Por eso vuelvo a este rollo de lo que veo ahora de la música moderna, de la gente de ahora haciendo música, gente joven, hay un cierto espíritu… No es traducible en el sentido purista del concepto, pero sí un poco en la filosofía: del country, del blues… Tienen este rollo de cantar cosas trágicas y terribles para que las cantes y las bailes, como decía Hank Williams: «Yo vengo aquí a cantar mis miserias y mis penas para que la gente se sienta menos sola, se emborrache, se enamore y vuelva a casa más feliz y lo puedan bailar». Es una manera de exorcizar el dolor y lo insoportable de la vida. Entonces, ahora lo que estás viendo es que todas estas cosas están en contextos muy bailables y que es todo música para bailar contando una mierda; un mensaje parecido, muy procaz y muy directo y, además, que les suda la polla que les digan si les parecen machistas. Se la suda y me parece superrefrescante y supersano. Creo que en aquella época, nosotros hacíamos una música alegre con la que estábamos contando cosas bastante gruesas y bastante jodidas.

 

«Cuando escuche La Cabra no quiero esconder la cabeza dentro de los hombros»

 

También hubo confusión con “No me llames iluso”, aunque esto ya es un asunto de publicidad.
Sí, tenía que ver con una idea equivocada. No sé quién me dijo una vez que la música española, la música en castellano, era demasiado esclava de las letras. No voy a decir nombres por no quedar mal, pero ponte los grandes éxitos de pop español de estos últimos treinta años y dime dónde hay una buena letra. En casi ningún tema. La gente canta fragmentos sueltos y nadie se da cuenta del mensaje de la canción. ¿Cuál es ese mensaje?

 

¿El estribillo?
Sí, no. A veces lo hablo con mi mujer, que es muy fan de los cantautores. Le enseño una canción y me dice: «Es que no entiendo de qué va». Yo me pongo de muy mala hostia [risas]. La gente, más o menos, quiere un mensaje en la letra, saber a qué hora, en el Libertad 8, conociste a la chica con la que te enrollaste y te fuiste y cómo se llama ella. Y no hay más. Creo que eso nos pasó con La Cabra, que había un trasfondo y una cosa que nadie pensó. La gente canta: «Felicidad… Qué bonito nombre tienes…», y ya no piensan. O la canción con María Jiménez [“La lista de la compra”], nadie piensa en la última estrofa: «Que estoy perdiendo la frescura / que se vuelve frío sin tu calor / y sin droga dura». Ese tipo de cosas. Nadie repara en eso o en qué significaba la figura de María Jiménez. Sí hubo público que lo entendió. De repente veía a una madre en los conciertos con su hijo, que era un punki, los dos cantando a brazo partido y llorando mientras veían a María Jiménez, que es la madre que está esperando a su hijo que igual viene puesto de speed a las seis de la mañana. Pensé: «Aquí hay un viaje generacional de gente que está entendiendo esto». Éramos muy transversales en ese sentido.

 

En las maquetas de “La lista de la compra” canta una chica que se llama Ana. ¿Quién era?
Era una amiga de un colega. Nunca más volví a saber de ella. Y nunca más he vuelto a saber de ella. Las cintas de las maquetas de Vestidos de domingo, que creo que eran increíbles, por este rollo que te decía, estaban grabadas con unos medios muy rudimentarios, los locales de ensayo… y tenían una cosa muy especial. Yo intentaba hacer un disco Lo-Fi sin tener los conocimientos para hacerlo ni, por supuesto, el material o el equipo para hacerlo, pero quedó algo muy gracioso, muy guay. Creo que siempre he sido mejor haciendo maquetas que discos y todos mis discos han terminado por ser malas maquetas al final.

 

Al final, Vestidos de domingo se entendió como un álbum mainstream.
Eso me hace mucha gracia. Es un disco que no sonó en la radio hasta un año después. En Los 40 Principales pusieron “La lista de la compra” un lunes y la quitaron un viernes un año después. No pasamos por candidatura a listas. Nunca. Nunca sonó “Felicidad”, nunca fue número uno ¿Mainstream? ¡Los cojones! A veces te cae un sambenito y te cae. Es decir, todos los discos de Loquillo que fueron número uno en Los 40 Principales, o todos los discos de Rosendo que fueron número uno en la radio, por ponerte un ejemplo, como todos los discos de Amaral, los de M Clan e incluso Los Planetas, aunque no todos sus discos: ¿alguien habla de ellos como artistas mainstream? No. De los seis o siete discos de carrera, un solo disco de entonces tuvo una cierta repercusión en radio y casi pidiendo perdón y rozando el larguero y casi raspando el poste y… ¿nos convertimos en un grupo mainstream? Idos a tomar por el culo.

 

«A partir de Vestidos de domingo, yo creo que se ve el rollo de que el proyecto molaba, pero no yo», me contaste en una entrevista anterior…
Sí, siempre he tenido esa sensación, ese feeling de que habíamos dado en el blanco, pero no me iban a dar a la medalla.

 

¿Por ser tú?
Sí. Porque yo no era la persona adecuada o, quizá, Vestidos de domingo creó un producto, una manera de hacer. No diría que creara un estilo, pero sí creó un producto del que luego se nutrieron muchos otros artistas en aquel momento y en momentos posteriores. Muchos artistas me dicen que La Cabra ha sido una influencia y creo que la veo o la percibo incluso en artistas presentes o nuevos que, quizá, ni siquiera sepan que existía La Cabra o que la influencia venga de ahí. Creo que dimos en algunos puntos, no creo que creáramos nada. No era nuestra intención o no era mi intención; simplemente dimos ahí. Yo era, o soy, un personaje incómodo, entonces yo no molaba allí. Seguramente siempre tuve esa sensación; incluso cuando empecé con La Cabra, quise buscar un cantante que diera a la cara por mí.

 

¿Qué ibas a tocar tú?
¿Yo? El bajo, e iba a componer las canciones. Probé cantantes. Hubo uno que lo tuve muy cerca, pero al final andaba con otras cosas y no hubo manera de hacerlo. El Chuti, que era un tío muy majo y muy guapote y lo hubiera hecho muy bien.

 

«La Cabra no era un grupo de rumba; se nos recuerda como grupo de rumba porque fuimos conocidos a remolque del éxito de Estopa»

 

¿Sin Estopa hubiera funcionado Vestidos de domingo?
Seguramente no, porque recuerdo que la gente venía a los conciertos y nos decía que nosotros éramos una imitación de Estopa. Era muy gracioso. Antes de esto, por ejemplo, seguramente había estado Albert Pla. La Cabra no era un grupo de rumba; se nos recuerda como grupo de rumba porque fuimos conocidos a remolque del éxito de Estopa. Lo nuestro iba en otra dirección. Ahora, con los años, se ve más claro y son dos cosas muy diferentes, pero en aquella época no. Así que supongo que el éxito de Estopa nos ayudó de alguna forma.

 

Encuentro paralelismos con Juan Antonio Canta, que se suicidó porque se hizo tan popular que él no llegó a entenderlo.
A mí me encantaría ser popular, pero no a cualquier precio. Y eso es muy difícil de entender en el mundo de hoy. El otro día me escribía un fan gallego que tenía un razonamiento muy gallego: «A ti lo que te ha perdido es que llevas demasiado tiempo tratando de demostrarle a los demás lo buen artista que eres y lo buen músico que eres, tío, y la vida no es eso. Por eso siempre te alejas de lo comercial e intentas buscar para demostrarte…». Yo creo que los argentinos no llevan un psicólogo dentro, lo llevaban los gallegos, que son los que colonizaron Argentina durante un tiempo. Son los auténticos psicoanalistas. Me encantaría ser popular. Me encantaría poder tocar mañana en el WiZink Center, llevar un montón de músicos y una sección de metales y un montaje de la hostia, pero no puedo, porque seguramente tendría que hacer ciertas cosas, o porque no me ha tocado a mí y no voy a mover ni un solo músculo, ni creativo, ni físico, ni del que sea; no voy a mover ningún músculo que me lleve a tener como meta eso.

 

Al hilo de esto, hace unos días te leí en redes lo siguiente: «Cuando toco en formato trío, toco Lichis. Y cuando voy con La Cabra, toco La Cabra, pero no quiero que haya confusión. Si me contratan a mí como Lichis o el formato trío, voy a cantar mis canciones, pero no voy a cantar de La Cabra».
Eso sigue. Hay una cosa que no entiendo. Cuando dejé La Cabra, mi deseo era llevar esto de una manera artística diferente. Y cuando llevo este proyecto diferente, me encuentro con que las condiciones en las que trabajo, evidentemente, también son diferentes. No se me paga lo mismo, no puedo llevar el mismo montaje que llevaría si fuera con La Cabra, no tengo la misma difusión de mi trabajo, no tengo las mismas herramientas… y lo acepto de buena fe. Pero cuando llego con esto se me pide que juegue un poquito a lo otro. Y digo que no puede ser, en primer lugar, porque no quiero. Y porque he dejado claro que este es otro proyecto. Pero, en primer lugar, me parece una deslealtad.

 

¿Llegaste a renegar de La Cabra? “Antihéroe” ha figurado en el repertorio de tus últimos conciertos.
Es que llegaba a conciertos en los que tocaba “Antihéroe”, “Carne de canción”, “Penélope en la estación del AVE”, “Gracias por nada” o “El día de tu boda”, y acababa el concierto y venía la gente enfadada porque no había tocado canciones de La Cabra. En ese momento vi que la gente tenía una imagen impostada de mi trabajo. Por eso lo dejé.

 

Cuando se anuncia el regreso de La Cabra, dices que habrá tres canciones que no vas a tocar: “No me llames iluso”, “Reina de la mantequilla” y “Que te follen”. ¿Por qué?
Porque son muy malas, horribles, como canciones. Hicieron su función en su momento y está guay. Pero son canciones muy malas. Tengo muchas canciones muy malas y quizás esas sean los peores.

 

¿Por qué regresa La Cabra, además de por cumplir veinticinco años?
Un poco también por eso. Un día llamé a Alfonso López [mi mánager] porque tenía que hacer un concierto en Huesca y había una entrevista de promo por teléfono. Recuerdo que el presentador del programa dijo: «Tenemos aquí a Lichis, que va a tocar todos sus grandes éxitos con alguna canción de sus últimos discos». Entonces respondí que no, que iba a tocar mis canciones como Lichis. A los dos minutos me llamó el promotor: «Lichis, ¿qué pasa? He escuchado la entrevista de la radio. He hablado con el alcalde de pueblo…». ¿No sabía lo que contrataba? ¿Ya estamos otra vez con esto? Así que me dije: «Venga, vamos a darle a la gente lo que quiere, voy a quitarme esto de encima yo también, porque se me está indigestando y quiero guardar de esto buen recuerdo». Íbamos a disfrutarlo con alegría y en buenas condiciones, que fuera algo que hiciera justicia a lo que fue en su momento. Quiero que cada vez que escuche La Cabra Mecánica no se me esconda la cabeza dentro de los hombros. No quiero llevarlo así.

 

¿Se vende todo más barato? En general, artísticamente, ¿se ha devaluado?
Sí. Pero ha pasado algo que pasa siempre: la industria necesitaba abrirse y cambió en el momento en el que se nos dijo a los músicos: «Si queréis seguir con nosotros, tendréis que darnos el modelo de los trescientos sesenta grados. Tendréis que darnos de aquí, de aquí y de aquí para que caminemos todos juntos de la mano». Algunos dijeron que sí y otros dijimos que no. Y entre los que dijimos que no, pues lógicamente se estableció un corte y fuera. Y no lo digo con rencor. Lo entiendo perfectamente.

 

¿Consideras que esa decisión fue un error?
Para mí no; es lo que tenía que ser. No me salió tan bien como a Quique González, pero a nadie le salen las cosas tan bien como a Quique González, que le quiero un montón. No me equivoqué, es lo que me tocó hacer. Entonces llegó una nueva generación de gente que directamente no miró hacia quien había luchado por conseguir ciertas cosas. Llegaron de nuevas, y la gente que venía del indie, que había firmado contratos leoninos increíbles, de repente entró en discográficas grandes y eso abrió el mercado y lo hizo más dinámico, de alguna manera. Y eso ha hecho también que mucha de esta generación haya llegado aquí pensando en la meritocracia, en que están aquí porque lo merecen y, como lo merecen, son los llamados a romper prejuicios. Bueno, allá cada cual con su visión. Yo, evidentemente, tengo una visión muy diferente, o más crítica porque soy un perro viejo.

 

Por eso te preguntaba por tus principios…
Lo que te decía. En esta sociedad cada vez más volcada en el éxito soy una rara avis. No sé si es una cuestión de principios o una cuestión de finales quizá, o de sentimientos, de piel… Me han llamado de sitios para pagarme unos pastizales para ir a televisión a hacer cada cosa que fliparías, y está mal que lo diga y me vanaglorie de ello, pero es que es verdad. Y he dicho que no. No a cualquier precio. Esa es mi filosofía y para mí vale, y no pretendo que valga para nadie más tampoco. «Estos son mis principios. Si no le gustan, tengo otros».

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