LIBROS
«Si lo que se ve es triste, pues se cuenta triste, pero siempre avisando, con algún apunte, de que quedan esbozos de esperanza»
Pedro Simón
Las malas notas
ESPASA, 2023
Texto: CÉSAR PRIETO.
Pedro Simón es autor de una novela maravillosa, Los ingratos, las experiencias de un niño que en 1975 llega, con su madre —maestra— a uno de esos pueblos de la España rural que todo lo que tenían de carencias lo tenían de maravillosa experiencia de vida. Autor de un par de novelas más, destaca también —y quizás el lector lo conozca por esta faceta—, como reportero y columnista en el diario El Mundo. Es en ella donde ha recibido numerosos premios por sus artículos, recogidos en algunas antologías anteriores como esta que nos ocupa.
Si por algo destacan los textos de Pedro Simón es por sus temas, empapados de profunda humanidad y escritos aún con mayor humanidad, esa que tiene como lema único y absorbente que lo importante son las personas. Eso sí, enfocan aspectos cotidianos, no tanto porque sucedan todos los días, sino porque en cualquier momento nos podemos cruzar en cualquier calle con alguien que lleve dentro alguna de las heridas a las que Pedro Simón atiende. Una es la muerte de un hijo; otras la enfermedad o los trasplantes infantiles. O los ancianos a lo que nadie va a ver en su residencia. O un sicario que en su vida diaria es amabilísimo. Con la edad, huesos y sentimientos se vuelven más vulnerables, así que a veces este cronista ha estado a punto, leyéndolos, de soltar el lagrimal. Hay mendigos, afectados por la erupción del volcán de La Palma, viudas de asesinados por ETA que se reúnen con el asesino de su marido y abusos infantiles o víctimas de manadas asesinas —de hombres, las manadas animales suelen ser más humanas— con testimonios que hace daño leer.
En ocasiones, la lectura también causa gozo, porque también hay noticias alegres, como la de un migrante subsahariano que encuentra trabajo de au pair cuidado una niña blanca de una clase social acomodada. Hay padres muy inteligentes. De hecho, la infancia es una de las cuestiones que aborda con frecuencia, pero tratada desde la óptica de los padres. Unos padres a los que la pérdida de la niñez de sus hijos los afecta, porque supone —un poco— la pérdida del sucedáneo de infancia que ellos han estado viviendo. También alegre es la historia de esos pocos chavales de la Cañada Real que siguen estudios universitarios y su odisea, que no tiene nada que envidiar a esos alumnos que recorren kilómetros de ardoroso calor o de nieve en aldeas remotas de Bolivia o del Tíbet.
El apartado del deporte se resuelve en el acompañamiento de un sparring de boxeo en un espléndido reportaje y en columnas destinadas a hurgar en el alma colchonera, ya que Simón es devoto del Atlético de Madrid. Pero, sobre todo, el articulista es abundante y certero en los textos destinados a indagar en las virtudes y defectos de la enseñanza en nuestro país, textos que debería leer el ministerio del ramo, que uno se da cuenta simplemente de que, en ocasiones, no sabe qué hacer. El maestro es en ellos una figura romántica; pero, a la vez —créanme, sé algo del oficio—, mucho más real que la de cualquier estudio sociológico.
Muchas veces, recupera un mundo que parece perdido, el de la España rural que ahora se llama vaciada. No solo eso. Hitos del siglo XX, también urbanos, que también se han vaciado. La televisión —que ya nadie ve—, los quioscos de prensa, que han desaparecido, las fotos en papel… Tanto como las vendimias, las siegas o los trabajos en el campo esenciales para crear una sensación de comunidad auténtica.
El de Pedro Simón es periodismo del que se hacía tan bien en la República y que el franquismo, como tantas otras cosas, estragó. Se trataba de bajar a la calle y contar lo que se ve, sin sensacionalismos, aunque lo que cuente sea escalofriante. Porque si lo que se ve es triste, pues se cuenta triste, pero siempre avisando, con algún apunte, que quedan esbozos de esperanza.
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Anterior crítica de libros: La Conejera, de Tess Gunty.
