La noche de Ana Curra, entre la eucaristía y el aquelarre

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En la celebración por los cuarenta años de El acto, el único disco que le dio tiempo a publicar a Parálisis Permanente, Ana Curra convocó a su público madrileño en un concierto único, sobrecogedor, enérgico e inolvidable. Una noche acompañada por su banda, músicos amigos y un público entregado.

 

Ana Curra
Sala Shoko, Madrid
9 de abril de 2022

 

Texto: SARA MORALES
Fotos: ALBERTO MORANTE y SARA MORALES

 

 

Como en una procesión de camino a lo sagrado, pero sin penitencias; al contrario, dirigidos a la gratitud, a la gracia de una pasión vestida de luminosa oscuridad que, en el preámbulo de Semana Santa, avivó el espíritu y derrochó lágrimas negras en una noche que ninguno de los que la habitamos olvidaremos. Había mucho que celebrar, demasiado. Cuarenta años de un disco que ha hecho historia, que marcó un tiempo en el pasado, que lo definió, que ha sabido transgredirlo con elegancia, con vigencia, con sabiduría, con la magia de la atemporalidad a cuestas y las certezas de unas vidas, la de Ana y la de Eduardo, que sembraron hace tiempo la semilla de lo que hoy todavía continúa. Cuarenta años de El acto. Con la solemnidad que corresponde, con sus heridas y sus llagas, algunas todavía sangrantes, y una entrega plena y generosa al público de hoy, al de ayer, al que vendrá más adelante y al que seguirá llegando siempre, a través de un ritual de directo a medio camino entre la eucaristía y el aquelarre. Y allí, en mitad de la comunión, la reina, la bruja, apareció teñida de azul al ruido de una tormenta en forma de réquiem. Nadie invoca como Ana Curra y su entrega se contagia a los feligreses que le devuelven el entusiasmo, y el calor, con devoción.

 

Nadie invoca como Ana Curra y su entrega se contagia a los feligreses que le devuelven el entusiasmo con devoción

 

Su fuerza y su energía no entienden de límites. Ana Curra derrocha magia y envuelve de ella cada instante compartido, cada ambiente que transita. Alimenta el espíritu de la estancia, hace que vibre, provoca la reacción en pogos y emociones, hace llorar y hace saltar; conmueve y sobrecoge. De su mano asistimos a la luz del día y a la penumbra de la noche, al sueño y a la vigilia, a la realidad y a la fantasía; todo ello, todos los estados y ánimos, en los instantes de una sola velada. Ayer tocó hacerlo en una abarrotada sala Shoko, acompañada de su banda leal e incombustible: impoluta Pilar Román al bajo, soberbio Iñaki Rodríguez a la guitarra y sublime Iván Santana a la batería. Los cuatro laten en un mismo corazón y ese, al rojo vivo, es el que entregan a su público en mano.

Alimenta el espíritu de la estancia, hace que vibre, provoca la reacción en pogos y emociones

 

“El acto” abrió la noche. Para eso estábamos allí, para celebrarlo. Y tras él comenzaron a desfilar las magias de aquel disco: “Vamos a jugar”, “Nacidos para dominar”, “Te gustará” y “Esa extraña sonrisa”. Subversivas, inteligentes, corrosivas, siempre vivas, dotadas de historia, transformadas ahora de vanguardia y una potencia inaudita, necesaria, admirable. Parálisis Permanente cincelaron la eternidad con este disco y cada uno de sus pasajes continúa definiendo la realidad de cualquier tiempo, sea como sea. César Scappa, siempre ahí, enrolado de su carisma innato, personificó, desde el micrófono y la guitarra, el fascinante tributo a los Stooges con “Down in the street”. Inesperado y magnífico momento al que siguió la sugestión vampírica de “Sangre”, para continuar con uno de los momentos álgidos de la noche, “Quiero ser santa”. Ese tótem imperecedero que sonó feroz y sobrehumano con César de nuevo, José Battaglio a la guitarra y Manolo Uvi al bajo, acompañando a Curra y la banda, sobre un escenario que se llenó de vida, de amigos y de memoria, también a la suerte de “Tengo un pasajero”.

La sala terminó de explosionar en bailes vertiginosos e insurrectos, preparados para el gran momento y mejor final

 

Los últimos singles de Ana Curra, “Hiel” y “Aphrodita la monarca” vistieron la cita de presente. La primera, con el impactante videoclip de Enrique Marty habitando en las visuales y acompañando en imágenes la evocación del momento, que Ana aprovechó para dedicar a todos los caídos durante la pandemia. La segunda, tras una peluca azul, la de la mariposa reina, terminó de tambalear una sala que se había entregado desde el primer momento. Y así llegó Berdi, otro de los queridísimos invitados de la cita, para acompañar en “Aprendiz de bruja”.

“Ghost rider”, el personal homenaje de Curra a sus venerados Suicide, sonó infeccioso, como siempre. Brutal ceremonia que siguió conmocionando al ritmo de “Héroes” (Bowie siempre presente), “Ratas”, “Pájaros de mal agüero”, “Quiero ser tu perro” (Iggy Pop, por partida doble) y… vuelta a los ancestros que nos habían convocado en Madrid esa noche: “Jugando a las cartas en el cementerio”, “Todo el mundo” y “Unidos”. La sala terminó de explosionar en bailes vertiginosos e insurrectos, preparados para el gran momento y mejor final: “Adictos a la lujuria”, “Autosuficiencia” y “Un día en Texas”.

No se pudo pedir más. Tuvimos todo lo que podíamos soñar. Ana Curra y su banda, entre pasajes de Bach, recuerdos a Eduardo, ataviada ella de rejilla negra en algunos pasajes, de brillos incesantes entre su eterno teclado y un micro abrasador, nos regalaron lo que necesitábamos, a los de aquí abajo y a los de allí arriba. Porque a la fiesta, vinieron todos. Ella les había convocado también y, junto a nosotros, sobrevolando la pista, danzaron entre las sombras de una noche brillante.

 

Nos regalaron lo que necesitábamos, a los de aquí abajo y a los de allí arriba

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