“La manada”, de Ariel Rot

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DISCOS

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“Quienes extrañaban aquellas Fenders desbocadas, los riffs matadores y aquellos estribillos dopados de eléctrica melancolía encontrarán un festín en este disco”

 

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Ariel Rot
“La manda”
WARNER

 

Texto: JULIO VALDEÓN.

 

Digámoslo rápido. Ariel Rot ha entregado uno de los discos esenciales de este 2016. Un lujo de madurez, sensibilidad y desgarro. Un cóctel de aguarrás y azúcar que arde entre las manos. Con “La manada”, Rot sintoniza su espíritu Keith Richards, su amor por Sun Records, para entregar la rugiente rodaja que algunos, inevitablemente colgados de su inigualable dominio del rock and roll, echábamos de menos. Quienes extrañaban aquellas Fenders desbocadas, los riffs matadores y aquellos estribillos dopados de eléctrica melancolía encontrarán un festín en este disco. Indiscutible príncipe del rock en español, renueva su idilio con un género que domina como muy pocos. Su aproximación es menos efervescente, más turbia o agridulce, a ratos furiosa y a veces remansada, que cuando pateaba escenarios junto a Alejo Stivel, Andrés Calamaro o Julián Infante. Ni él ni nosotros tenemos ya veinte años, pero lo que perdimos en inocencia lo ganamos en cicatrices.

Uno de aquellos camaradas, el gran Infante, recibe aquí un homenaje a la altura de su leyenda. ‘Broder’, situada en la recta final del disco, es un rock trotón y bluesy que te atrapa de los cojones y te deja tirado en el suelo, noqueado de emoción y con la fibra en carne viva. Y cuidado, que el resto del material tampoco le va a la zaga. ‘Una semana encerrado’ es rock potente y crudo, rudo y violento. ‘Solamente adiós’, una de esas baladas marca de la casa que, de tan redondas, se antojan eternas. Como si alguien las hubiera escrito hace ya cuarenta años y formasen parte del acervo sentimental de cualquiera de nosotros. Y esa guitarra, madre mía, ¿cómo alguien puede tocar con tanto gusto, con tanta sensibilidad, con semejante duende?

 

 

‘La manada’, con una intro que hubiera enamorado a Doc Pomus y Willy DeVille, es un glorioso medio tiempo borracho de melancolía. ‘Se me hizo muy tarde’, con unas guitarras acústicas hijas de Muscle Shoals, sirve para coger aire mientras Ariel indaga en las contradicciones del oficio, protagonista y víctima que, lejos de implorar misericordia, resurge cual ave fénix cubierta de cenizas. ‘Espero que me disculpen’, a medias con Los Zigarros, hubiera puesto a bailar a Elvis Presley. Rock and roll desinhibido que, lejos del mero ejercicio de estilo, suena arrebatado y filoso. ‘Vagabundo’ nos retrotrae al Rot más libre, al francotirador que explora caminos secundarios y ejerce de Django Reinhardt sin despeinarse. ‘Una nube que pasó’, vestida de cielo gris, se da el relevo con las radiantes y expansivas guitarras de ‘Muy complicado’, una confesión que se clava a la piel, juguetona y engañosamente desenfadada, mientras el cierre, ‘Me voy de viaje’, apaga la luz entre chasquidos de los amplificadores y anhelantes susurros. “La manada”, en fin, es uno de esos raros discos a los que seguiremos volviendo dentro de mucho tiempo. Lo escuchará la gente, fregando el piso de lágrimas, cuando de nosotros no queden ni las raspas.

Anterior crítica de discos: “Way down in the jungle room”, de Elvis Presley.

 

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