La generosidad de Enrique Bunbury

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“Sabedor de la capacidad de penetración de sus redes, las emplea con inteligencia y amplitud de miras, apoyando a otros compañeros y a la escena musical de la que él mismo forma parte como cabeza destacada”

 

Juan Puchades reflexiona acerca del uso de las redes sociales que hace Bunbury, que se aleja del modelo egocentrista para recomendar y apoyar a muchos compañeros de la escena española y latina. Un lado “humano” que ya nos adelantaba ayer Shuarma, en su texto “Gracias, Enrique”.

 

Texto: JUAN PUCHADES.

 

Hay gestos que, por innecesarios, aunque puedan parecer pequeños, engrandecen a quien los lleva a cabo y exponen de modo bastante claro su generosidad. De un tiempo a esta parte, Enrique Bunbury, melómano convencido, siempre atento a la actualidad musical, tiene a bien dejar caer cada tanto en sus redes sociales breves recomendaciones de discos o músicas de otros compañeros. Pero, como sabe que los músicos anglosajones no necesitan que venga un tipo de Zaragoza a echarles una mano en la promoción, que ellos solitos se apañan y además cuentan con un ejército de abnegados predicadores repartidos entre nosotros, lo que hace es fijar su atención en colegas que, como él, orbitan en el ámbito latino, prestando especial atención a la música que se factura desde España. Porque aunque Bunbury viva en Los Ángeles desde hace unos años, sigue de cerca lo que se cuece en este terruño al que él gusta llamar Ex-Pain.

Así, un día te llevas la sorpresa de ver que recomienda el nuevo disco de la chilena afincada en Valencia Soledad Vélez, otro se descuelga comentando el estreno de Hinds (las madrileñas que andan conquistando mercados anglosajones y a las que desde aquí se mira con desconfianza) o el del ecuatoriano Nicola Cruz (“Prender el alma”, se titula el álbum, todo un descubrimiento por el que hay que darle gracias a Bunbury). O puede hablar del segundo elepé de los granadinos Tepàt, el nuevo maxi del rapero de su tierra Kase.O, un trabajo de los mexicanos (de Monterrey) Mississippi Queens o, incluso, echarle un cable a sus “queridísimos” Ariel Rot y Coque Malla ante un concierto de ambos en México DF. También puede mostrar su sensibilidad al comentar un día, sin más ni más, ‘La casa de mis padres’, la perla con la que se cierra “Me mata si me necesitas”, el trabajo más reciente de Quique González, del que dijo, y reproduzco el texto íntegro: “Meses lleva sonando en mi equipo y no solo no cansa, sino que, cada vez que vuelve a sonar, crece todavía más. Esta es la mejor canción que se ha escrito en nuestro idioma en lo que llevamos de 2016. Y añadiría, sin miedo a equivocarme: dudo que se publique una que me guste más y me parezca mejor escrita, en lo que resta, que todavía es bastante. Obviamente, según mi criterio y gusto. Si les parece una exageración, ya me disculparán la pasión y alegría que me produce que un queridísimo compañero nos regale un diamante tan pulido. Escuchen y quítense el sombrero”. Bonito, ¿eh?

 

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Vale, cualquiera de nosotros recomendamos música en redes sociales, pero en el caso de Bunbury el asunto adquiere tintes especiales. Primero porque, como decíamos arriba, no hay necesidad, y, además, no es la norma en su gremio. Segundo, porque su influencia en públicos de ambos lados del Atlántico es incuestionable: solo su Facebook suma más de cuatro millones trescientos mil seguidores, que no es broma. Y tercero, porque, por contraste con muchos de sus colegas (hay notables excepciones, por supuesto), en lugar de proteger a sus seguidores de “influencias externas” (no sea que pierdas alguno por el camino, o te ponga los “cuernos” con otro músico), sabedor de la capacidad de penetración de sus redes, las emplea con inteligencia y amplitud de miras, apoyando a otros compañeros y a la escena musical de la que él mismo forma parte como cabeza destacada.

Lo suyo sorprende porque la común es que las redes sociales de los músicos sean un canto al “yoísmo” y un mero lugar de promoción de uno mismo (que debe serlo, por supuesto, y las de Bunbury también lo son, faltaría más), como mucho abiertas a los trabajos paralelos de los integrantes de tu banda, poco más. Que el “muro” social debe ser impenetrable parece la regla (insisto en que hay excepciones, y son muchos los que no dudan en interactuar con compañeros, sobre todo con los más próximos), y cuesta imaginar a algunos comentando espontáneamente un disco que han escuchado de alguien con quien nos les une nada y a quien consideran un “rival” (más fácil, y frecuente, es recomendar un disco “anglo”, que así no hay discusiones). Porque hay egos musicales, sobre todo el de quienes entienden la música como una competición y llevan sus carreras como si estuvieran en la guerra, que piensan que de su piel para afuera todos son enemigos a los que batir. Y al enemigo, ya se sabe, ni agua. ¡Viva el arte!, podrían proclamar cínicamente para, a continuación, añadir: ¡pero defendamos la posición y acabemos con el contrario!

 

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Se asegura que las redes son un buen reflejo de nuestra personalidad. Y si eso es así, la que muestran el grueso de nuestros músicos es de una insolidaridad tan grande como esa gigantesca vanidad que palpita en su interior: no hay nada más aburrido que darse un paseo por algunos perfiles y comprobarlo: yo, yo, yo, yo, mi banda, yo, yo, yo, yo, mi amigo, yo, yo, yo, aquí dejo un enlace donde hablan de mí, yo, yo, yo, mi banda, yo, yo, yo, yo… Y si es el caso, cuando se tercia, para ilustrarnos sobre su (falsa) capacidad de convocatoria, alguna foto al finalizar un concierto gratuito (para los asistentes, que el artista cobra por él, y dinero público) durante alguna fiesta patronal. Frente a ese modelo tan anodino y cerril, las “prescripciones” musicales de Bunbury en forma de pequeñas píldoras son una refrescante sorpresa con las que agrada tropezarse, y que incluso invitan a regresar de vez en cuando a su perfil por si nos hemos perdido alguna. Con ellas, Enrique Bunbury, que entiende que estos son tiempos de compartir y que siempre hace gala del máximo respeto por sus colegas de oficio, demuestra su bonhomía y generosidad. Se agradece, caballero. Lo seguimos en las redes, que se lo ha ganado.

 

Anterior entrega de la Semana especial: Shuarma: Gracias, Enrique.

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