La cara oculta del rock: El día que Keith Moon aparcó su coche en una piscina

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«Cuando tienes mucho dinero y haces el tipo de cosas que yo hago, la gente se ríe y te dice que eres excéntrico… lo cual es una educada forma de decir que estás jodidamente loco. Bien, posiblemente lo esté. No, ¡qué cojones! ¡Estoy como una regadera!»

 

Los Who se convirtieron en la peor pesadilla de los hoteles. Keith Moon celebró su cumpleaños en el Holiday Inn de Michigan, pero como de costumbre, al batería aquella fiesta se le acabó yendo de las manos. Después de varios incidentes de “menor” escala, la traca final sería su Rolls-Royce hundido en el fondo de la piscina.

 

Una sección de HÉCTOR SÁNCHEZ.

 

“Feliz cumpleaños, Keith”. Este era el texto que aparecía bajo el letrero del hotel de la cadena Holiday Inn en Flint, Michigan, la noche del miércoles 23 de agosto de 1967. Los Who, que acababan de telonear a los Herman’s Hermits en el estadio de Atwood, estaban de celebración. Era el vigésimo primer cumpleaños de Keith Moon y, como no podía ser de otra manera, el batería necesitaba celebrarlo con una fiesta que estuviera a la altura de la circunstancias. La celebración no solo estuvo a la altura del lunático Moon, sino que sobrepasó cualquier expectativa convirtiendo el festejo en una batalla campal con aires de leyenda.

Para empezar, no era el cumpleaños número 21 de Keith. En realidad, solo cumplía 20, pero decidió que era mejor sumarse un año de más para alcanzar la edad legal mínima permitida por Estados Unidos para poder consumir alcohol. Como no se puede concebir un cumpleaños sin tarta, la de Keith tenía cinco pisos y fue enviada por el sello Decca y el fabricante de baterías Premier. Cinco pisos son muchos pisos para cualquiera y ante tanto empacho de pastel, el juerguista Moon se saltó la norma que dice que con la comida no se juega y comenzó a lanzar el postre contra el resto de los invitados. A pesar de llevarse un pastelazo, los compañeros de juerga recibieron el gesto con mucho agrado y el merengue empezó a volar sobre las cabezas en una dulce guerra.

Antes de que el reloj diera las doce campanadas, el director del hotel se presentó para avisar de que la fiesta debía terminar. A uno de los invitados, Tom Wright, amigo de Townshend, al que conoció en la Escuela de Arte, fotógrafo y acompañante habitual de la banda, no le olió bien la llegada del director: “Sabía que aquello no sentaría bien a nadie”. Habían acordado que la celebración concluiría a media noche, pero Keith Moon no estaba dispuesto a consentir que su carroza se convirtiera en calabaza solo porque la aguja del reloj indicara que era la hora de despedirse. Con sus rectos modales de inglés, Moon supo tratar con delicadeza el asunto con el director y le pidió prorrogar el evento: “Es mi fiesta, es mi cumpleaños, no puedes entrar aquí diciendo que no puedo hacer esto o lo otro”. No obstante, Tom Wright intentó ser más diplomático con el encargado del hotel: “Le dije que pararíamos, y se fue. A las doce menos un minuto, vuelve y dice: ‘Maldita sea, esto se parece más a una revolución que a una fiesta de cumpleaños. Hemos recibido quejas, no podéis hacer esto’”.

La música estaba a todo volumen. El vocalista Roger Daltrey se llevaba a su cama a dos nuevas conquistas, el guitarrista Pete Townshend pedía más de botellas de champán para seguir regando el ambiente y Keith Moon alternaba el lanzamiento de pastel con una nueva divertida práctica que consistía en arrojar por la ventana todos los rollos de papel higiénico que caían en sus manos. Ante las repetidas quejas del director, Moon decidió zanjar la discusión esparciendo lo que quedaba de tarta en la cara de aquel hombre tan pesado. Sin embargo, el encargado del hotel no se tomó el tartazo con el mismo sentido del humor con el que lo habían recibido poco antes los invitados. Chris Stamp, uno de los mánager de los Who y hermano del actor Terence Stamp, empezó a plantearse si la fiesta no se les estaba yendo un poco de las manos: “A pesar de que yo estaba bastante borracho, me di cuenta de que aquello podía ser muy serio, por cosas mucho menores en América la policía te puede meter en la cárcel, y además, habíamos mentido, con lo que si detenían a Keith y se daban cuenta por su pasaporte de que en realidad tenía 20 años… ¡Dios, el lío podía ser terrible!”. En ese momento, según Wright, a los invitados se les quitaron las ganas de seguirle las bromas a Keith: “Todo el mundo se quedó en silencio. La nata se iba derramando. Y ni siquiera te podías reír, por lo chocante que era”. En ese momento, Stamp se olió lo peor: “Cuando vi al director del hotel saliendo de la habitación quitándose los restos de nata de la cara, pensé: ‘Va a llamar a la policía’”.

 

Pero para alguien tan insólito como Keith Moon, lanzarle la tarta al jefe del hotel solo era “peccata minuta” en comparación con lo que aún estaba por venir. El batería encontró un nuevo divertimento resguardado tras un cristal. Rompió el vidrio, liberó el extintor y vació su contenido por los pasillos del hotel al tiempo que daba golpes a las puertas de las habitaciones para avisarles de que se había producido un incendio. El mánager de los Who ya no sabía cómo llevar la situación: “En ese momento sentí pánico, me fui hacia Keith y le llevé a otra habitación. Le dije: ‘Keith, esto está yendo demasiado lejos, por favor, tranquilízate’, y entonces me dijo ‘vale’. Pero en una fracción de segundo, pegó un salto y se colgó como si fuera un mono de la lámpara de la habitación, que se vino abajo con un considerable estrépito y provocando un corte de luz en toda la planta”. Con el paso del tiempo, Chris Stamp analizó el suceso con sentido del humor: “¿Se imagina alguien toda la escena, con cientos de tranquilos durmientes asustados, a oscuras, creyendo que hay un incendio, saliendo de sus habitaciones, chicas desnudas corriendo por ese pasillo y tropezándose con pobres ancianas de bata, redecilla en el pelo y zapatillas, Keith Moon saltando por los pasillos y Pete Townshend medio desnudo riéndose histéricamente por el efecto de los ácidos, y todo eso a las 2:45 de la madrugada en un sitio como Michigan? Si he sobrevivido a eso, creo que sobreviviré a cualquier otra cosa”.

La fiesta que viviría Peter Sellers en “El guateque” (Blake Edwards, 1968) no sería más que una chiquillada en comparación con el cumpleaños del batería de los Who. En la celebración del “vigésimo primer” aniversario de Moon llega un momento en el que se empieza a confundir la realidad con la leyenda. Al final de la noche, Keith Moon perdió uno de sus dientes delanteros y la explicación de este suceso es muy variopinta: desde que se resbaló con la nata o con la espuma huyendo del sheriff que le perseguía, hasta que se tiró a la piscina del hotel, que según quien cuente la historia tenía o no agua. De hecho, esa piscina fue la que acabaría adquiriendo todo el protagonismo al final de la noche. La leyenda urbana dice que Keith Moon condujo su automóvil hasta el fondo de la piscina y que fue ahí cuando se golpeó y perdió el diente. La marca del vehículo varía según la historia, se llegó a decir que fue un Rolls-Royce, un Cadillac o, en palabras del propio Moon, un Lincoln Continental. Si estaba llena o vacía también depende mucho de la versión.

El diario “The Guardian”, citando a Pete Townshend, consideró que el suceso de la piscina y el coche surgía de la combinación errónea de dos incidentes: en uno, Moon no puso el freno de mano en el coche y éste avanzó hasta una piscina en construcción y sin agua; y en el otro, el batería compró un coche nuevo que cargó a la cuenta del grupo, pero como estos se negaron a pagarlo, el músico “condujo el coche hasta un estanque lleno de barro en su jardín y llamó al vendedor para que lo recogiera”. Roger Daltrey también confirmó este suceso: “Moon no condujo un Rolls-Royce hasta dentro de una piscina, pero sí metió un Chrysler Wimbledon en un estanque decorativo”. Sin embargo, Daltrey se contradijo al hablar del cumpleaños: “Lo vi. Pagamos los daños. Ascendían a 50.000 dólares. Lo tengo borroso, pero recuerdo el coche en la piscina. Y el caos. Y llevar corriendo a Keith al dentista tras ser arrestado porque había perdido un diente… Pero después leí en la biografía que eso nunca ocurrió, así que quizá yo estaba viviendo la vida de otra persona, no lo sé”. Por otro lado, así recordó Pete Townshend en su autobiografía la noche de la celebración: “Para cuando llegué a la sala de la fiesta, la tarta estaba por el suelo, las paredes y la cara de Keith. En la piscina, un Lincoln Continental se balanceaba precariamente, medio dentro medio fuera. Más tarde, oí que Keith había soltado el freno y el coche había empezado a avanzar. Cuando intentaba llevar a Keith de vuelta a su habitación (para entonces ya estaba furioso), se le acercó un hombre joven a pedirle un autógrafo, y Keith le lanzó una lámpara que le golpeó en la cabeza. Después, Keith se las apañó para romperse un diente y se libró de ser arrestado porque estaba escondido en el dentista”.

Las versiones se contradicen y, además, hay que tener en cuenta el estado en el que se encontraban los protagonistas en una fiesta donde, aparte de tarta, se consumieron grandes cantidades de alcohol y anfetaminas. En el libro que analiza todos los conciertos de la banda desde 1962 hasta 2002, “The Who en vivo y en directo” (Ediciones Lenoir), los autores, Joe Michael y “Irish” Jack Lyons, no podían pasar por alto este cumpleaños convertido en bacanal y son muy certeros al describir lo sucedido esa noche: “La verdad absoluta es difícil de establecer”. En lo que los autores están seguros es en la conclusión del incidente: “Lo que parece fuera de toda duda es que el director, con la cara llena de pastel, salió de la habitación, entró en el área de recepción, descolgó el teléfono y transmitió una circular a todos los Holiday Inn del país, prohibiendo la entrada de los Who en cualquier establecimiento de la cadena de hoteles durante un periodo de tiempo indefinido”.

Con la llegada de la policía, la fiesta llegó a su fin. Los mánagers del grupo, Chris Stamp y Kit Lambert, se encargaron de pagar la factura y los correspondientes desperfectos y en un gesto de solidaridad, los Herman’s Hermits también contribuyeron. Por su parte, Keith Moon acabó en el dentista. Una mella en su sonrisa fue el regalo de cumpleaños. Tiempo después, el incombustible batería habló así de sus locuras: “Cuando tienes mucho dinero y haces el tipo de cosas que yo hago, la gente se ríe y te dice que eres excéntrico… lo cual es una educada forma de decir que estás jodidamente loco. Bien, posiblemente lo esté. No, ¡qué cojones! ¡Estoy como una regadera! Pero vivo mi vida a mi manera, hago todo lo que me gusta sin pensar en lo que digan los demás. Afortunadamente estoy en una posición financiera en la que puedo permitírmelo”. Como la vida es irónica, en 1978, cuando Keith Moon trataba de reconducir su vida dejando la bebida, falleció al tomar una sobredosis de Clometiazol, las pastillas que le ayudaban a paliar la abstinencia de alcohol. Cuatro años antes, “Mama” Cass fallecía en el mismo lugar, el número 12 del 9 de Curzon Place en Mayfair, Londres, y a la misma edad. Keith Moon tenía 32 años. El loco murió antes de convertirse en viejo.

Anterior entrega de La cara oculta del rock: La venganza de Phil Spector.

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