Hambre, de Kiko Veneno

Autor:

DISCOS

«Sigue habitando en la esfera nuclear de lo que nos hace personas, y desde ahí nos canta a todos»

 

Kiko Veneno
Hambre
ELEMÚSICA / GRAN SOL, 2021

 

Texto: JUANJO ORDÁS.

 

A veces a uno le entra el vértigo. Casi como si estuviera contemplando un partido decisivo de su equipo favorito. Cuando uno de tus artistas preferidos está en racha, deseas y temes al mismo tiempo el próximo álbum. Kiko Veneno, fallar, lo que es fallar, no falla nunca. Pero lo que presentó en Sombrero roto (Altafonte, 2019) fue tan bueno —a la altura de sus trabajos más celebrados como pueda ser Échate un cantecito (BMG Ariola, 1992) que uno temía que no fuera capaz de darle continuidad. O mejor dicho, que decidiera tirar por otro camino cuando estaba claro que había dado con un sendero muy excitante. En Sombrero roto presentó un sonido a caballo entre lo primitivo y lo moderno, una vía ya transitada por otros que gracias a la inquietud y enorme personalidad de Kiko se convertía en algo totalmente novedoso, con una impronta española que lo hacía todavía más especial. Cuando me enteré de que para este Hambre había cambiado de productor pensé que ya estaba, que lo de Sombrero roto había sido una breve etapa y nada más, ¡pero afortunadamente no ha sido así!, y ha fabricado otra maravilla junto a Hartosopash. Insisto, que no se me entienda mal: cualquier cosa que haga Kiko va a estar siempre bien, pero qué bueno que Hambre haya sido un paso más en la dirección anterior sin caer en la repetición. Esto no es una segunda parte, aunque algunas canciones pertenezcan a la etapa previa, como contó a Efe Eme en esta entrevista, sino el futuro, lo que sigue.

Hambre es otro disco formidable, natural, orgánico y a la vez electrónico. Siempre popular. La reinvención continua. Tiene toda la lógica del mundo, porque la música popular debe alimentarse de la actualidad bien entendida, de los sonidos de hoy pero sin caer en la moda, del pulso vivo que sabemos o intuimos que va a continuar latiendo en décadas venideras. Puedo garantizar que Hambre va a seguir sonando igual de bien dentro de cincuenta años. Los tres avances que precedieron al álbum sirvieron para crear expectación: “Luna nueva”, “Días raros” y “Hambre” eran tan buenas que más que saciar a los fans lo que hicieron fue excitarlos. Pero ¿sabéis lo mejor? Que en una época en la que cada vez se piensa más en el single y menos en la obra global, el resto de las canciones de Hambre son iguales de buenas.

Observad cómo “Hambre” parte de la mixtura entre lo humano y lo artificial, unos graves súper estudiados, unos teclados casi postpunk y esa voz tan emocionante. Qué bien captada la voz, uno se siente superpróximo a ella. “Dónde van” retuerce sonidos familiares de guitarra para transformarlos en otra cosa, y “Duele” es tan conmovedora que te revuelve por dentro, duele en el buen sentido, qué preciosidad de melodía sobre un colchón instrumental tan familiar como raro. Los versos de Kiko siempre son tan cotidianos como poéticos, aunque quizá esto no sea buscado. Pero la verdad es que sigue habitando en la esfera nuclear de lo que nos hace personas, y desde ahí nos canta a todos.

“Días raros” es grisácea y luminosa, como rayos de sol entre nubes de tormenta. Lo dicho, el trabajo entre Kiko y Harto es estupendo y solo cabe asombrarse ante los ambientes que crean, tan sólidos, tan pictóricos partiendo de conceptos etéreos. En serio, es fabuloso. David Bowie habría flipado con este disco. Y si Thom Yorke, Bjork, Saint Vincent y David Byrne lo escucharan también fliparían. “Luna nueva” precisamente tiene un funk que a este último le habría encantado, y el rollo onírico y africano de “Mujer volcán” también. Poco a poco, todas añaden mayor profundidad al disco, de hecho con “Madera” el flamenco es deconstruido para dar a luz a una canción inquietante y misteriosa, algo que se mantiene en “Estoy cansado” y que confirma hasta qué punto este álbum está trazado sobre la mesa como si de un plano de batalla se tratara. Es quizá la canción en la que la guitarra está más presente, pero qué decir de lo tenebroso de la interpretación y de los teclados fantasmagóricos.

Sí que sorprende la inclusión de “Gitano Dave”, versión del “Gypsy Davy” de Woody Guthrie. Perdonadme, pero nunca me ha interesado Guthrie, y en ese sentido su inclusión no deja de resultarme una anécdota divertida, que si bien relaja un poco a un álbum que se estaba poniendo cada vez más tenso, tampoco aporta demasiado, aunque escucha tras escucha no deja de ponerte una sonrisa en los labios. A fin de cuentas, si Kiko ha creído conveniente colocarla aquí, bien hecho está. Además, cuando entra “La felicidad”, canción que pone punto final, se agradece que hayamos estado riendo poco antes, porque comienza amenazadora y sobrecoge, aunque poco a poco se va volviendo radiante y acabas aplaudiendo. Por la canción, por Kiko y por el disco. Bravo.

Anterior crítica de discos: All the colours of you, de James.

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