Eskorzo, chamanes del amor… y de otras mierdas

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«En el escenario nos convertimos en chamanes de una ceremonia donde la música pone la magia»

 

Acaba de salir del horno el nuevo disco de Eskorzo, Historias de amor y otras mierdas (Maracuyeah! y Calaverita Records), con Rozalén y La Pegatina entre otras colaboraciones. Un disco en el que el septeto continúa ahondando en el mestizaje, como le cuentan en esta entrevista a nuestro compañero Javier Gilabert.

 

Texto: JAVIER GILABERT.
Fotos: JAVIER MORALES.

 

Eskorzo publica Historias de amor y otras mierdas, su octavo álbum de estudio, un trabajo que por culpa de la pandemia llega años más tarde de lo previsto, pero quizá por eso condensa la esencia del grupo y la maestría en el mestizaje que avalan las casi tres décadas de vida de la formación granadina. Un viaje a la raíz de las músicas de raíz de las que bebe su estilo inconfundible. En el granadinísimo barrio del Zaidín, en un bar de toda la vida, Javier Gilabert conversa largo y tendido —cañas mediante— con su cantante, Toni Moreno.

 

Empecemos por el principio: el título, Historias de amor y otras mierdas. ¿En qué quedamos: son canciones de amor o de desamor? ¿Qué cosas caben en esas «otras mierdas»?
Este es un disco muy cardiaco, que habla del corazón desde el punto de vista sentimental, pero también a nivel fisiológico. Hace un año sufrí una arritmia cardiaca y escribí “Mi corazón”. Somos seres emocionales; no en vano, antiguamente se ubicaban las emociones en esa víscera. Me pareció un tema muy interesante, con muchas variables y bastantes hilos de los que tirar. Y las «otras mierdas» son el resto de emociones que nos mueven, pero también cuestiones como la política, este mundo que es una mierda, el día a día. Y las historias de amor o desamor hacen referencia a todo tipo de amor, incluso el propio, y no se ciñen exclusivamente al romántico.

 

Este trabajo es vuestro octavo álbum de estudio, en una trayectoria que roza ya las tres décadas. ¿Tenéis una «fórmula secreta Eskorzo», similar a la de la Coca Cola, o cada nuevo trabajo parte de cero?
Hay en él un hilo conductor: la idiosincrasia del grupo, nuestra manera de entender la música, que consiste en no ceñirnos a ningún estilo en particular e ir virando por donde vaya soplando el viento que nos guste; unas veces seremos más rockeros y otras más cumbieros… Eso siempre nos ha dado una gran libertad. Yo escucho absolutamente de todo, y eso se plasma en la música que hago. Mestizaje total y ningún límite. No es tanto una «fórmula» como una forma de entender la música.

 

Desde luego, seguís cuidando mucho las letras. Por ejemplo, me contabais sobre Alerta canibal que era un disco conceptual. ¿Ocurre lo mismo con Historias de amor…?
En realidad no pretendíamos hacer un disco conceptual, pero como ya nos sucedió con Alerta caníbal, a posteriori te das cuenta que ha salido así. Las canciones se han ido estructurando en torno a los temas que te comentaba en la pregunta anterior y se aprecia cierta cohesión, que probablemente tenga que ver con el momento vital y social por el que pasamos.

 

“Me va a castigar el señor”, “El diablo y la luna”, “Ángeles y demonios”, “Cuando ya no quede nada”… ¿Os habéis vuelto místicos?
Sí, soy bíblico, ¡soy el nuevo Mesías! [Muchas risas]. Hay ciertas expresiones que forman parte de nuestra cultura que me gustan mucho, y que son, como yo, muy duales. Este disco también lo es: habla del amor y el desamor. Somos duales, al fin y al acabo. Ya lo decían los chinos, que llevan más milenios de civilización que nosotros, con lo del yin y el yang. No soy místico, pero sí filosófico a la hora de escribir.

 

“Se tiene que acabar” es un pedazo de rumba canónica que trata sobre la delgada línea que separa el apego y el amor, pero ¿encierra además un mensaje que trasciende lo literal?
Totalmente. Evidentemente, habla del machismo, de las relaciones que han vivido mi generación y las anteriores, en las que la mujer estaba subordinada y teniendo que soportar una relación tóxica sin poder escapar de ella. Aún hoy se perpetúan estas situaciones, si no van a peor, porque a veces me da la impresión de que vamos para atrás, que el mensaje que llega a nuestra juventud en algunos ámbitos a través de según qué músicas y de las redes sociales supone un auténtico retroceso.

 

«La música no tiene fronteras»

 

Además, tanto Rozalén como David Heredia «El Marqués» y Ramón Fandila a las cuerdas le dan el contrapunto perfecto para que cale muy hondo. ¿Cómo llega Rozalén a esta canción y qué ha supuesto para vosotros trabajar con ella?
Pues conocer a una persona auténtica, a una artista como la copa de un pino, que hace lo que dice y dice y hace lo que piensa. Y que a pesar de ser una artista que está triunfando a lo grande, que no tenía necesidad alguna de colaborar con nosotros porque no nos conocíamos de nada, que podía haber puesto como excusa que estaba muy liada, hizo todo cuanto estuvo en su mano para sacar adelante esta colaboración y para grabarla. Ella nos contó que nos escuchaba en su adolescencia. Ha sido estupendo conocerla, la verdad.

 

Me comentabais en una entrevista anterior al hablar de vuestros videoclips la importancia que a vuestro parecer tiene lo visual en la música que se hace hoy en día. En esta ocasión habéis confiado el artwork del elepé, por vez primera, al artista granadino afincado en Barcelona Asís Percales. ¿A qué se ha debido esta elección?
Conocí su obra en el gimnasio al que suelo ir. Vi un dibujo suyo y le pregunté al dueño por él, porque me llamó la atención y me gustó su estilo. ¡Resultó que era su cuñado! Pero no había pensado aún en contar con él. Fue, posteriormente, Rubén, nuestro mánager, quien nos lo sugirió. Asís tiene un estilo muy característico que me recuerda mucho a Botero, al tiempo que es muy mestizo, que va con la imagen del grupo.

 

Y hablando de videoclips, para el de “Se tiene que acabar” contáis con Mara Guil, Biznaga de Plata del Festival de Cine de Málaga (2021), y Ada Mar, protagonista de Secaderos. ¿Hasta dónde pensáis subir el listón [risas]?
Moverte en este mundo te hace conocer un montón de peña. Mara sabía de nosotros antes que nosotros de ella; era fan del grupo ya por el año 2000. Ada Mar vino de la mano del director del videoclip, quien por cierto le dio una vuelta de tuerca a la historia que yo tenía en mente para el mismo. Javier Morales ha hecho una reinterpretación de la canción, que habla de amores tóxicos, y se la ha llevado al concepto de «nido vacío», con una madre soltera de La Palma que tiene una hija que quiere venir a vivir a la península, lo cual me alegró mucho porque me hizo ver que cada uno puede interpretar la canción a su manera, y eso es al fin y al cabo lo mágico de determinadas canciones o poemas, que sean universales y que cada uno se los lleve a su terreno.

 

Aunque algunos temas como “Me va a castigar el señor” mantienen esa intensidad, la caña que caracteriza a Eskorzo y que te hace mover los pies lo quieras o no, en general percibo un tono más reposado, más ¿maduro?, en las canciones de este elepé. ¿Nos hacemos mayores?
[Risas] No creo que sea más reposado o cuestión de la edad. Si te fijas, tiene cierto equilibrio. Un poquito de remolino, otro de borrasca combinado con una dosis de «sale el sol»… Hay canciones un poco más «tranquis», sin olvidar que lo «tranqui» de Eskorzo es poco «tranqui» [risas], pero no todo puede ser «pogo-remolino». Hay canciones más pausadas, aunque no dejan de ser bailables, como “Mi corazón”, y otras como “Me va a castigar el señor” que elevan la intensidad del conjunto.

 

Con “El diablo y la luna”, firmada por Manolo Collados y con música de Jimi García, vuestro sonido viaja de nuevo a otras latitudes, en esta ocasión a Cuba y su danzón. Hay que hacer una mención especial a la colaboración del tarifeño Rubén Da Trinidades, que le da al final un inconfundible aire a Santana. ¿Qué tienen esas otras músicas que se adaptan también a vuestro sonido, o viceversa?
Nos mola la negritud, giramos en torno a la música negra. Nos gustan el punk y el rock, pero sobre todo nos llama la atención África, el rollo que tiene su percusión, ese hipnotismo… Rítmicamente tendemos a esas músicas.

 

“Cumbiacha”, el cumbión que os marcáis en este disco, es una de las canciones más gamberras, santo y seña tantas veces de Eskorzo, sin embargo refuerza otra de las impresiones que me deja Historias de amor y otras mierdas: vuestro viaje de mestizaje con las músicas del otro lado del charco, o de nuestro continente vecino, ha tomado un nuevo rumbo hacia la raíz de la tradición. ¿Tenéis esa sensación también vosotros? ¿Vais tras los pasos de Auserón?
Absolutamente. ¡Me encanta Santiago Auserón! Contamos en nuestras filas con verdaderos musicólogos, investigadores de la música latinoamericana, de la africana, como Manolo o Zeke o yo mismo. Con humildad, pues no pretendemos dárnoslas de nada, profundizamos en las músicas que nos llaman la atención y experimentamos con ellas. Ahora, sin ir más lejos, estoy escuchando blues del desierto: Tinariwen, Bombino… Son sonidos que me fascinan, y aunque aún no los haya incorporado a nuestras canciones, no descarto hacerlo en un futuro.

 

Retomáis en “Mi corazón” y “Despierta” el camino de la cumbia que iniciarais ya en tiempos de Camino de fuego. Y en la segunda, además, con la participación de la colombiana nominada a los Grammy Nidia Góngora. ¿Cómo ha sido el proceso de selección de los colaboradores que figuran en los créditos de Historias de amor…?
No sé, quizá haciendo la canción, comentándolo en el grupo, te vienen a la mente tal o cual persona. Luego supone un reto conseguir que colaboren con nosotros. A veces la conoces y es fácil, pero otras cuesta más. Por ejemplo, me encantaría trabajar algún día con el maestro Rubén Blades. En el caso de Nidia, su nombre surge de un proyecto anterior. Además, Zeke ya había tocado con ella sustituyendo a su percusionista.

 

“Tu amor me está matando”, en el que colaboran los chicos de La Pegatina, es un merengue rock bien bailable en el que de nuevo el amor y la muerte van de la mano, y me recuerda otra cosa que pienso hace mucho tiempo: hay una gran cantidad de bandas de mestizaje que, no sé si explícitamente o de manera velada, han bebido del manantial de Eskorzo. ¿Da vértigo pensar que sois unos de los precursores de este movimiento musical? ¿Os sentís una referencia?
Nos consideramos un eslabón más en la cadena de la música. En mi opinión, nos influenciamos unos de los otros, pero es cierto que cuando alcanzas determinado nivel de profesionalidad influyes a otros músicos. Hemos aportado, eso sí, nuestro granito de arena, sobre todo en el ámbito de la música mestiza.

 

«No soy místico, pero sí filosófico a la hora de escribir»

 

De nuevo, cambio de registro en “Cuando ya no quede nada”, con su puntito de reggae-latin dub, y grabada con Francisco, El Hombre, la banda brasileña de «pachanga folk», como se llaman ellos mismos, también nominada a los Grammy. ¿Cómo surge esta colaboración?
También a través de nuestro mánager, Rubén, que es otro musicólogo brutal, y que nos dio a conocer a la banda. Brasil es otro país mestizo a más no poder, y Francisco, El Hombre tienen un mensaje potente, a favor entre otras cosas del movimiento LGTBI… De hecho, creo que son el grupo preferido de Lula da Silva. Además, son una gente estupendísima, que estaba de gira por toda Europa e hicieron parada aquí nada más que para grabar con nosotros el vídeo en la antigua fábrica de Fajalauza.

 

Desde luego, si de algo no os puede tildar es de tibios o equidistantes. En vuestros discos no falta nunca la crítica social. Es el ejemplo de “Humo”, otro giro de guion, esta vez hacia lo afro y el trap. ¿Nos ahogan con cortinas de humo? ¿Les sigue funcionando el Panem et circenses a quienes nos gobiernan?
¡Libertad para Palestina! Y, de unas horas para acá, si digo eso soy un terrorista. Claro que nos intentan confundir con cortinas de humo. Desde tiempos de los romanos esta fórmula les funciona. Tengo, de hecho, una canción que se llama “Pan y circo”. No ha cambiado mucho el discurso; se ha ido encarnizando más y volviéndose más facilón y el lavado de cerebro cada vez está más a la orden del día. A pesar de que este disco sea más emocional, Eskorzo nunca va a dejar de posicionarse en aquello que cree, y en lo que se refiere a los temas sociales, ahora hay que ser más punk y antisistema que nunca.

 

También hay en estas canciones espacio para el optimismo y la esperanza, como puede constatarse en “7 vientos”, el primer lanzamiento del disco. ¿De qué habla esta canción?
Habla de nosotros, del grupo, pues somos siete los integrantes. Esta canción la escribió Manolo en plena movida del Coronavirus, cuando no podíamos juntarnos y las cosas se pusieron realmente feas para quienes nos dedicamos a la música. Ante aquella incertidumbre, quisimos que fuera un alegato a la esperanza, a la unidad del grupo, y una manera de conjurarnos y convencernos de que contra viento y marea saldríamos adelante. Y aquí seguimos, por cierto.

 

No puede faltar un toque reggae en un disco de Eskorzo, como ocurre con “Al final llega un momento que el dolor huye sin más”. ¿Es la música parte de la solución para lo que tenemos en lo alto?
Sin duda: la música cura. Ignoro si es una cuestión de física, de meras frecuencias, o cultural, pero está claro que influye en el estado de ánimo. Puede ser liberación, pero puede ser también un arma si se utiliza con intenciones espurias.

 

“Solo vine a decirte” es un broche perfecto, un alegato al carpe diem a ritmo de cumbia que viene a cerrar el círculo vida-muerte-amor, tres de los temas universales sobre los que habéis construido el disco. No está en último lugar por casualidad, ¿verdad?
Está ahí a propósito, efectivamente. Al final, lo más importante en la vida es el amor. Somos seres emocionales, nacidos para amar. Por eso es la causa de nuestros males y de nuestras alegrías. Pero esta canción se la escribí a mi hija: es un legado de amor que quedará el día que me vaya.

 

Portugal, Alemania, Suiza, Austria, Holanda, Bélgica, Rep. Checa y Eslovaquia son algunos de los países en los que recalará en 2024 Historias de amor y otras mierdas. Tiene mucho mérito que una banda española que canta en español ponga a la peña a dar saltos en lugares tan diferentes a nuestro país…
La música no tiene fronteras; es un idioma universal que llega a la gente, independientemente de cuál sea su origen, su cultura e incluso su lengua. Recuerda cuándo escuchábamos canciones en inglés, sin entender una palabra, y nos llegaba. Da igual que estés en Eslovaquia, Eslovenia o Suiza. Cuando nos subimos al escenario nos convertimos en chamanes de una ceremonia en la que la que la música pone la magia.

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