Entering heaven alive, de Jack White

Autor:

DISCOS

«Damos la vuelta al vinilo para empezar de nuevo. Porque no todos los días salen discos como este»

 

Jack White
Entering heaven alive
THIRD MAN RECORDS

 

Texto: EDUARDO IZQUIERDO.

 

No tengo ni idea de si este es el mejor disco de Jack White en solitario, pero sí me atrevo a afirmar que es el que reúne el mejor conjunto de canciones hasta la fecha. Curiosamente el primero en el que las tonalidades azules que han definido su carrera fuera del rojo, blanco y negro de los White Stripes, han desaparecido en la portada, siempre cuidada –no en vano es marca de la casa– optando esta vez por tonalidades grises. No sufran, que algo de azul queda. Y, si se me permite la boutade, de blues también. Porque probablemente muchos tengan la tendencia tras un par de escuchas a considerar este el trabajo menos bluesero de White, y me atrevo –segunda vez que me pongo osado en un párrafo– a decir que se equivocarán. Solo han de rascar un poquito para encontrarlo. Sí es cierto que este pequeño gran genio de 47 años ha optado por acercarse algo más por la canción convencional, apostando por esta en detrimento del órdago al sonido de discos anteriores, como su también reciente Fear of the dawn, de este mismo año. Inevitable compararlos. E inevitable que Entering heaven alive gane la comparación. No porque aquel fuera mal disco, que no lo era, ni mucho menos, sino porque este es excelso.

No hay nada mejor para alguien que se pasó medio concierto de Jack White en el Cruïlla de Barcelona pensando que aquello era puro Led Zeppelin que iniciar la escucha de un disco con “A tip from you to me” y darse cuenta que esta no hubiera desentonado para nada en Led Zeppelin III. La canción fluye, como pocas veces en las composiciones de White, y atrapa. Igual que ese bombazo a medio camino entre el folk rock y el reggae más pausado que es “All along the way”, con aromas incluso a The Beatles en su tratamiento vocal. No, no está loco. Al menos no todavía. Las cuerdas iniciales marcan “Help me along”, donde Jackie me recuerda a ese otro genio de nuestro tiempo que es Daniel Romano y, de nuevo, a The Beatles y a The Kinks. “Love is selfish” es puro White, y una muestra de cómo bordar el fingerpicking y cómo construir imágenes tan oníricas, como contradictorias, «tengo un velero con tu nombre pintado / pero no se navegar» asegura. En “I’ve got you surrounded (With my love)” la guitarra eléctrica toma, por primera vez, el protagonismo principal en el disco. Entre blues y jazz, es de lo más experimental de todo el álbum, y uno de los puntos de unión, en cuanto a sonido, con Fear of the dawn. “Queen of the bees” coquetea con el blues, aunque esconde alma de ragtime dentro de una simple canción de amor ¡Quién lo diría! Es la felicidad desmadrada. Mucho más fresca que la intensa “A tree on fire from within’” con piano y bajo haciéndose con el control. Atención al trabajo de este último que es de los mejores pasajes instrumentales del disco. “If I die tomorrow” ya fue uno de los adelantos. Acertado. Porque en esa balada country de corte fúnebre, como su videoclip, se esconde buena parte del espíritu del álbum. Y llega Dylan. Me he cansado de leer que este era el disco más dylaniano de White. Lo aseguran en medios tan respetables como Uncut y Mojo. Y aunque es cierto que su fantasma sobrevuela muchos momentos de las canciones, en pocas es tan evidente como en “Please God, don’t tell anyone”. El fraseo. El trabajo del piano. La letra. El timbre incluso. Y esa forma de llegar al título. Cualquier disco del tío Bob de los setenta la hubiera acogido sin problemas. Soberbia ¿Qué nos queda por tocar? Algo de funky y quizá blues hablado a lo Gil Scott-Heron, ¿no? Pues ahí va una dosis con “Madman from Manhattan”, antes de acabar el trabajo con la versión zíngara y acústica de ese “Taking me back”, que sí es el definitivo punto de enlace con su trabajo anterior, dado que allí aparecía en su versión eléctrica. Lo mejor de todo es que cuesta quedarnos con una de las dos versiones, así que no lo hacemos y damos la vuelta al vinilo para empezar de nuevo. Porque no todos los días salen discos como este. En tiempos de magnificarlo todo y de ensalzar cualquier mínimo atisbo de excelencia, es un placer hacerlo cuando realmente algo te ha removido las entrañas. Y White me las ha puesto del revés. De diez Jack, de diez.

Anterior crítica de discos: If my wife knew, I’d be dead, de CMAT.

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