El Último Vecino juró, prometió y cumplió

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«Reinciden en esa exquisita propuesta de nostalgias ochenteras, vanguardia electropop y ciertas raíces post punk»

 

Embarcados en la gira de presentación de su nuevo disco, Juro y prometo, con la que están recorriendo varias ciudades españolas, y también les llevará hasta México, la banda de Gerard Alegre hizo parada en Madrid. Allí estuvo Sara Morales.

 

El Último Vecino
Sala Cool, Madrid
25 de marzo de 2022

 

Texto y fotos: SARA MORALES.

 

Ding dong. Llamamos al timbre de El Último Vecino, anoche daba una fiesta con globos, mientras fuera llovía lo que no había llovido en meses. Él, que viene de Barcelona, hizo de una abarrotada sala Cool el hogar madrileño donde presentar su nuevo disco, Juro y prometo, publicado el pasado mes de febrero. Un álbum, el tercero ya, que reincide en esa exquisita propuesta de nostalgias ochenteras, vanguardia electropop y ciertas raíces post punk, con la que llevan haciendo ruido desde el año 2013 y que, esta vez, se nos presenta también con sinuosos aires morunos y aflamencados en esa constante apuesta suya por la innovación y la experimentación.

Cada disco es un invento, un paso más allá. La creatividad de El Último Vecino no tiene límites, sus artes de synth pop melancólico reúnen lo mejor de nuestra herencia musical, con atisbos de un futuro que solo vislumbra él pero que acierta en el vaticinio. Es un tipo muy especial, compuesto por el alma, la voz y el ingenio compositivo de Gerard Alegre, y el respaldo en el estudio, y en directo, del guitarrista Bernat Castells, el batería Alejando Íñiguez y Pol Valls a los sintes. Los cuatro conforman una estampa de lo más original, ilustrada en recuerdos de otras épocas, y sabia en la ética y la estética que levantan el concepto de la propia banda. El conjunto de ideas, letras y sonidos que nos lleva conquistando a muchos desde hace ya años.

«La magia de esas canciones se traslada al escenario con la misma sensibilidad y hacen de la experiencia un regalo sensorial y también anímico»

 

La magia de esas canciones se traslada al escenario con la misma sensibilidad, pero ahí arriba, y desde aquí abajo, cuentan con el añadido del carismático carácter de Alegre que, entre lo pueril de su voz, sus gestos a medio camino entre el poderío y la inocencia, la inquietud de sus movimientos y su cercanía al público, hacen de la experiencia un regalo sensorial y también anímico. Desde luego, el latido de celebración invadió el ambiente, definió la noche.

La velada arrancó con “El desastre”, una de las grandes canciones que componen este recién estrenado Juro y prometo para, sin mucho tardar, empezar a tirar de su segundo álbum, Voces (2016), con la mejor de las apuestas: “Una especie de costumbre”. Un repertorio aquel que les sirvió para consagrarse, con tótems que ya les definen a ellos como banda, también a sus feligreses, y resultan imprescindibles en cualquier encuentro con El Último Vecino. Así, sonó también “Antes de conocerme”. No podía faltar, como tampoco faltaron “Tu casa nueva”, single de 2014, y “Mi camino perfecto”, tema publicado el año pasado junto a “Hechizo”, mientras seguían flotando los globos negros y grises en una sala que se tiñó de rojo.

«El latido de celebración invadió el ambiente, definió la noche»

 

De las novedades destacaron, como ya lo habían hecho en la intimidad de nuestras casas y escuchas y, sin saberlo, todos veníamos de acuerdo: “Niño, discúlpame”, ese tierno y crudo canto a la infancia y a la liberación de ese niño que todos seguimos llevando dentro; la apasionada “Mentirosa” y la siempre apetecible “Mundo mágico” que, sencillamente, sonó perfecta.

Hubo ausencias, claro que las hubo. Pero las presencias fueron tan bien elegidas y tan acertadas con el momento, que tampoco se echaron demasiado de menos. Gerard Alegre, en uno de esos arrebatos suyos de honestidad sin tapujos, juró y prometió que no iba a haber un bis, que el final del concierto sería definitivo y no habría más. Y así lo cumplió. Eso, sin embargo, sí se echó de menos; pero se comprendió, porque el intenso anfitrión ya se había dejado la piel; y nosotros con él.

 

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