El oro y el fango: La del rock español es una crisis radiofónica

Autor:

borja-cuellar-21-06-13

«Tiene que haber un lugar en la radio que nadie parece dispuesto a explorar pero que ha dejado sin rock a un arco que va de los veintitantos años a los cincuenta y muchos: de las generaciones forjadas en los ochenta y noventa a las actuales que renuncian a la lobotomización indie»

 

El rock español se ha contraído comercialmente, viviendo sus horas más bajas. La culpa de tal situación, apunta Juan Puchades, tiene que ver con la imposibilidad de que los nuevos discos sean radiados, pues no hay espacio para ellos en las ondas.

 

 

Una sección de JUAN PUCHADES.
Ilustración: BORJA CUÉLLAR.

 

 

Está en los treinta y tantos, lo suyo es el rock español y el anglosajón de corte clásico, se pasa el día en el taxi, no sintoniza las cadenas generalistas porque no le interesan sus estrellas radiofónicas y (comprensible) los tertulianos le aburren, quiere música, pero se lamenta de que no haya una emisora donde escuchar la que le gusta. Al final, o él mismo pone los discos que quiere o sintoniza Rock FM (que viendo su brutal subida de audiencia, parece que está siendo el refugio de muchos). Me pide que le recomiende algún disco reciente de rock español; y pensando en lo que me ha contado, le nombro dos publicados en las últimas semanas: «La huesuda», de Ariel Rot, y «Mujeres», de Coque Malla». Al oírme, exclama: «¡Qué dices! ¡Pero si Coque Malla se retiró hace años!».

No, Coque no se retiró, ni hace años ni nunca, pero como su música ya no suena en la radio, quizá para algunos es como si lo hubiera hecho. Es cierto que Coque ha visitado algunos de esos intercambiables (solo la ideología los diferencia) e interminables magazines de mañana y tarde en la radio generalista para presentar el proyecto «Mujeres», pero (ya se ha dicho) este taxista no escucha esos programas, así que no se ha enterado. Claro, que de sintonizarlos quizá hubiera oído a Coque con una guitarra interpretando en acústico temas de «Mujeres», porque ahora la promoción en esos espacios consiste no en pinchar temas del nuevo álbum mientras se va charlando, sino que hay que tocar en directo, así que los discos se radian poco (que vaya gracia que te molestes en grabar uno, buscando el mejor sonido, arreglos y producción para que al final las canciones se difundan interpretadas a pelo, en directo y solo con guitarra). Como además el taxista pertenece a ese amplio pelotón de aficionados al que le gusta la música pero no sigue la actualidad en los medios musicales escritos (en papel o digitales), sino que lo suyo es la radio, pues no está al tanto de lo que sucede. Nada raro, poco más o menos como el grueso de los aficionados al fútbol: no leen el «Marca», «As» o «Mundo Deportivo», pero por la radio (y en su caso la tele) están convenientemente informados.

Sin embargo, aficionados como el que me he topado, son los que antes compraban discos y llenaban los conciertos: el aficionado medio, porque el enterado que quiere saberlo todo y lee cabeceras musicales, siempre ha sido minoría. La mayoría recurre a la radio, pero la radio los ha dejado huérfanos. Y esa es una conversación últimamente recurrente con algunos amigos (músicos y disqueros): que el rock español no tiene espacios donde hacerse oír, que se publican los discos pero las canciones no se escuchan, no se emiten en la radio, que hace tiempo que se acabaron los hits, que los álbumes pasan sin pena ni gloria. Y así año tras año.

Para entender lo sucedido, echemos la vista atrás y vayamos a finales de los años setenta: la música nutría emisoras locales de FM (generalmente dependientes de empresas nacionales), con programas que emitían sonidos que hoy provocarían infartos. Pero aquello cambió desde los ochenta, cuando las grandes cadenas decidieron emitir tanto en FM como en OM la misma programación nacional con la intención de aumentar audiencias y competir entre ellas. Adiós a aquellos pequeños pero valerosos espacios musicales. Si seguimos en los setenta, Los 40 Principales radiaban de todo: basura pero también rock, y no era raro escuchar a Tequila, Moris, Burning o Asfalto entre canciones de Miguel Bosé, Camilo Sesto, Pecos o Perales. Allí cabía todo. Lo recuerdo porque lo viví. En los ochenta, y dado el cambio en la FM, Los 40 casi que se queda con la exclusiva de la difusión musical masiva. Porque Radio 3, por entonces, no era una emisora únicamente musical y, en todo caso, su vocación era minoritaria. Por una casualidad del destino, las grandes discográficas se plantaron ante Los 40, y la respuesta de la casa fue comenzar a pinchar los discos de los emergentes sellos independientes. Como resultado, la programación (y la famosa lista) se abrió al nuevo pop, logrando éxitos de ventas como ‘Cuatro rosas’, de Gabinete Caligari. Desde ahí, y durante toda esa década y parte de los noventa, el rock español era habitual en Los 40 (en ese periodo, Alaska, Radio Futura, Loquillo, Hombres G, Gabinete Caligari, Duncan Dhu, La Frontera, Héroes del Silencio, Los Ronaldos, Los Rodríguez o M Clan se consolidaron en lo popular allí, y hasta el mismo Sabina entraba en la lista), en convivencia con el pop comercial y prefabricado. Y no pasaba nada. Que se sepa, nadie murió como consecuencia de ello. Con su formato de repetir canciones (fórmula inventada en Estados Unidos décadas atrás), se conseguían hits, temas que calaban en los oyentes. Esto hay a quienes les parece una aberración y una perversión, pero es un formato que se adecua perfectamente al estandar de canción, al mismo concepto del pop. Ni el desembarco de la MTV y sus videoclips sin descanso hicieron mella en Los 40. Pero es que la radio es otra cosa: a la tele tienes que prestarle toda tu atención, la radio te acompaña mientras te dedicas a otras actividades.

Sin embargo, en algún momento entre finales de los noventa e inicios del nuevo siglo, Los 40 fueron cerrando sus puertas al rock y se comenzó a hablar del «target»: tanto de los oyentes como de los músicos. Si un artista tenía más de X años, y más allá de su música, lo tenía mal para entrar en la rueda que mueve el pop en nuestro país. En paralelo, M80, que siempre errática había combinado la radiofórmula con programas especializados, acaba por volcarse hacia los oldies (regresando de ese modo a su origen) alentada por el éxito de Kiss FM, siguiendo aquella extraña máxima de que el público adulto no consume música nueva y quiere escuchar los éxitos de su juventud (teoría que pone los cojones de punta). Cadena Dial siempre ha tenido un perfil melódico-españolista-folclórico bastante rarito, por eso queda al margen. Así que el panorama actual deja a la radio musical privada (casi en exclusiva en manos del mismo grupo de comunicación, propietario de Los 40, Cadena Dial y M80) representada por Los 40, que sigue en sus trece: enfocada a un oyente muy joven al que le ofrece pop abiertamente comercial (ahí hay que buscar el éxito de Justin Bieber, Pablo Alborán, latinos horteras, guapos adolescentes y demás) y al que trata cual imbécil integral. El rock ni mentarlo.

En ese estado de cosas, el rock español (salvo contadas excepciones) ha ido encerrándose en sí mismo, con serias dificultades para difundir nuevos discos (por la nula posibilidad de radiar los singles) y sin opciones de lograr aumentar el público: los seguidores son los que eran, pero sin emisoras que satisfagan sus gustos, lo más que se consigue son deserciones cuando los años y las obligaciones impiden estar al tanto de la actualidad (que hay que buscarla) o acudir a conciertos.

Se puede argumentar que queda internet, pero la red obliga a dedicarle tiempo, a rastrear, a leer (y a muchos ese ejercicio les provoca enorme pereza) y requiere de un esfuerzo por tu parte: si alguien estrena un nuevo vídeo (un single, en la práctica), primero tienes que enterarte de ello (las redes sociales facilitan la labor, es verdad, pero también hay un exceso de información, de datos, que hace que el azar juegue un papel determinante), después has de hacer clic para visualizarlo, y lo más probable es que lo veas una vez y no regreses nunca más a él. Es a cara o cruz: te entra a la primera o no te entra. No hay segundas oportunidades, no volverás a escuchar la canción en cuestión. Y un vídeo (al igual que una canción radiada) hoy define a todo un álbum. Pero, insisto en ello, hay que tener la predisposión para detenerse y atender al clip, y si las imágenes que ves no te convencen, puede que ni termines de verlo. Y ya si hablamos de un nombre que te defraudó con su anterior vídeo, es más que probable que ahora no te molestes ni en clicar para visualizar el nuevo, que ni le dediques unos segundos, que lo des por acabado. A tenor de los datos, eso es lo que sucede: visiten las páginas en Youtube de algunos artistas españoles y comprueben el número de reproducciones que acumulan sus vídeos recientes.

Plantear que la radiofórmula es la solución probablemente resulta una barbaridad de primer orden y algo muy poco políticamente correcto (nunca fui oyente de ese formato más que de forma circunstancial, así que no seré quien lo defienda), pero entre ella, las emisoras de oldies y los programas de autor (casi exclusivos de Radio 3) tiene que haber un espacio intermedio, un lugar que nadie parece dispuesto a explorar pero que ha dejado sin música radiada (hablamos esencialmente de rock) a un arco que va de los veintitantos años a los cincuenta y muchos (de las generaciones forjadas en los ochenta y noventa a las actuales que renuncian a la lobotomización indie). El efecto ha sido devastador: el rock español se ha contraído de tal modo que a las escasas ventas de discos, la práctica desaparición de los conciertos de verano y la subida del IVA se suma la imposibilidad de dar a conocer la obra. El resultado está ahí: el rock en nuestro país está comercialmente herido de muerte, sustentado por un público de base poco numeroso que (a tenor de los conciertos suspendidos, de las salas medio vacías, del recurrir a los shows en acústico) no parece suficiente para aplicarle el oxígeno que necesita para respirar. Y por ahora no se vislumbra solución. Solución que, sin duda, pasa por las ondas.

 

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Anterior entrega de El oro y el fango: Que la orquesta siga tocando.

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