El oro y el fango: De la carne y el deseo

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«El pop, particularmente el más juvenil, ha sido un continuo reducir prendas en las cantantes, como transmitiendo un mensaje: si quieres cantar, no eres sexy y no estás dispuesta a enseñar carne, mejor que lo dejes estar»

 

El contemplar a Diana Krall posando en plan sexy desde la cubierta de su nuevo disco ha llevado a Juan Puchades a preguntarse por el erotismo en las vocalistas de pop.

 

 

Una sección de JUAN PUCHADES.
Ilustración: BORJA CUÉLLAR.

 

 

Diana Krall, con esa apariencia distante, fría, concentrada en escena, poco dada a confraternizar con la audiencia y con su habitual ubicación sentada ante el piano y de perfil al público, tiene morbo. Mucho morbo. Pero la tenía por artista seria. No hay duda de que constantemente ha coqueteado con el «mainstream», tratando de salir del circuito de los festivales de jazz a los que parece condenado cualquier intérprete cercano al género (por tanto desubicado de otros), pero no dejaba de ser una aspiración comercial respetable y sus discos siempre tienen pellizco y dejan márgenes para la expresión libre.

Por ello, la sorpresa ante la fotografía de portada de su último disco ha sido tremenda: aparece en pose sexy, despeinada, vestida con un sugerente corpiño negro, ligueros y medias también negras, y con expresión de quien acaba de pegar un intenso polvo o, tras una sesión de precalentamiento, está a punto de ponerse a ello. En el interior de la carpeta, otra foto la presenta con la misma cara entre el éxtasis y el agotamiento, pero con piernas y muslos como motivo principal y las tetas mirando al cielo bajo el corpiño, dejando intuir la sombra de los pezones. ¿He sido lo bastante descriptivo? Pues queda una tercera foto de la que solo diré que los ligueros han desaparecido, las medias han caído casi hasta las rodillas y dos vasos (dos) se fotografían encima de una mesa mientras Krall deja que la mirada se pierda entre vacía y soñadora…

¿Por qué Diana Krall (de casi 48 años y grabando desde 1993) ha decidido recurrir a esta imagen? Ella sabrá. Pero no le hacía ninguna falta: sus discos se sostienen sin recurrir a tales artimañas comerciales (que de eso se trata). De hecho, este nuevo está francamente bien, producido por T Bone Burnett, quien le ha dado un punto clasicote y seco a un repertorio ya de por sí viejuno, saliéndose del entramado jazz/crooner habitual. Hasta Marc Ribot se hace cargo de las guitarras.

Más allá de que a uno le guste ver a señoras ligeras de ropa (que le gusta), no deja de sorprender esa necesidad tan pop de que las vocalistas tengan que posar en plan lascivo, como para animar el deseo del comprador masculino. A todos nos gusta admirar mujeres bellas (supongo), pero tendríamos que convenir que la música es otra cosa y que sus intérpretes femeninas despierten fantasías sexuales no es estrictamente necesario. Sin embargo, y desde finales de la década de los setenta, el pop, particularmente el más juvenil, ha sido un continuo reducir prendas en las cantantes, como transmitiendo un mensaje: si quieres cantar, no eres sexy (o lo aparentas) y no estás dispuesta a enseñar carne, mejor que lo dejes estar. Madonna marcó el límite con las fotos del libro «Sex», mostrando todos los rincones de su reducida anatomía. Pocas han llegado tan lejos, por supuesto. Pero siempre me pregunto, qué necesidad hay de todo esto. ¿Forma parte de la liberación de la mujer o es producto de una sociedad claramente machista? No tengo respuesta pero me alegra que chicas como Duffy o Adele triunfen por sus voces sin tener que recurrir a la llamada de nuestros instintos más primarios. Diego A. Manrique, en un excelente artículo venía a decir que esas vocalistas pop convertidas en sex bombs (principalmente desde sus vídeos y directos), en realidad no son cantantes pop, son vedettes «Artistas de teatro musical, que destacan sus formas. Reinas de la picardía, los dobles sentidos, la belleza insolente. Embaucadoras de machos en celo, paradigmas para jovencitas con ambiciones». Y por ahí va el asunto.

Desde luego, la portada de Diana Krall es chocante. ¿Imaginan a Michael Bublé (en la onda de Krall, y a quien admira) o a Harry Connick Jr. (también en su estilo) posando en tanga de cuero o leopardo desde la cubierta de su próximo disco? O si no salimos de casa de Krall: ¿podemos hacernos una idea de lo que sería ver a su marido, Elvis Costello, en la portada de uno de sus discos, con slip, definiendo «paquete», bata de seda abierta, barriguita suelta, gafas caídas a mitad de la nariz y mirada feliz de quien acaba de saciarse sexualmente? No, sería una extravagancia que a muchos, incluso, les parecería ofensiva, el camino directo a dinamitar su carrera y que gran parte de su público les diera de lado. Pero es que los estereotipos sexuales en la música popular circulan en una única dirección: a la búsqueda de la carne femenina, y prestarse a ellos es una decisión personal.

Ah, que conste que Diana Krall nunca había lucido tan guapa como en estas fotos de Mark Seliger (vestida elegante en la de la contraportada y una interior, resulta sensual sin necesidad de recurrir al gancho erótico de las mencionadas: está bellísima). Pero eso no tiene nada que ver, y del disco ya hablaremos en otra ocasión.

Anterior entrega de El oro y el fango: El saludable sentido autocrítico.

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