El mundo es cruel (pero creo en él), de Sarria

Autor:

DISCOS

«Explora con nuevas sonoridades para purgar, a base de lírica introspectiva, una crisis existencial para la que el mismo artista encuentra remedio»

 

Sarria
El mundo es cruel (pero creo en él)
ESMERATE, 2024

 

Texto: MARÍA CANET.

 

Una afirmación rotunda choca con una esperanza sostenida entre paréntesis, como un deseo que uno no se atreve a pronunciar en voz alta: El mundo es cruel (pero creo en él). Una sentencia cosida a una esperanza que da título al segundo larga duración de Sarria (Esmerarte Industrias Creativas, 2024), un disco concebido con el vértigo que produce el paso del tiempo instalado en el estómago. Tras publicar su primer trabajo Sarria (autoeditado, 2021) y el epé Canto Breve (autoeditado, 2021), el malagueño se ha consolidado como uno de los nombres destacados de la joven escena que desde hace unos años agita el rock and roll patrio desde Andalucía (DMBK, Riverboy, Vera Fauna o La Trinidad). Producido por Paco Loco, mezclado por John Agnello y masterizado por Greg Calbi, este segundo trabajo preserva el clima psicodélico de su debut, a la vez que explora con nuevas sonoridades (bolero, reggae, pop sesentero) para purgar, a base de lírica introspectiva, una crisis existencial para la que el mismo artista encuentra remedio.

La amenazante treintena anuncia el final de la infancia y agrieta la piel. Nacho Sarria se enfrenta a sus miedos e incertidumbres más íntimas —«delante me aguarda lo incierto, hay veinte versiones de mí, ¿quién soy de verdad?»— en “El cálido paso del tiempo”, donde una letanía de guitarras harrisonianas y coros envuelve, como densa niebla que se consigue diluir gracias al sutil slide. La intensidad del inicio se rebaja con “Mala racha”, una bofetada de folk lisérgico que busca una reacción entre coros y silbidos desenfadados, donde el propio autor se zarandea: «me perdí muy dentro de mi mente y desaparecí ahogado por mis sucios pensamientos/no pude más/solo es una mala racha, pero a ver si se me pasa». El optimismo materializado en los pequeños detalles rutinarios que nos enganchan a la vida llega con el color de los sintetizadores ochenteros de “Flor”, divertida pieza de pop donde Nacho Sarria luce el traje de un Camilo Sesto contemporáneo.

La lucha interna cesa en “Mi amor no se vende (se regala)”, una melodía reggae que capta la desidia —«sé que puedo hacerlo mucho mejor/lo que pasa es que he pasado de hacerlo», entona—y anima a dejarse fluir entre susurros que emulan la consciencia y un calvicordio que aporta barroquismo rubber o soulero para concluir sereno: «lo que importa es que le he puesto mi amor/ y el amor es todo lo que tengo». “Rosas negras”, un bolero oscuro y psicodélico escrito con las cenizas de una relación muerta, cierra la primera cara; las guitarras imprimen sabor mexicano y el potente crescendo final, aupado por sintetizadores, anuncia tormenta.

La lluvia purificante marca la salida del hoyo con cortes como “El agujero”, bajo la influencia de la música negra impulsada por guitarras santaneras, percusión africana y guiños orquestales al sonido Philadelphia más contemporáneo en la onda de Parcels, gracias a la sección de cuerdas. El mismo poso se recupera en “Química inestable”, un corte disco que, a golpe de sintetizadores y de percusión, logra transmitir la asfixia que provoca la ansiedad. La ilusión brilla en la estructura acústica de “Algo bueno va a venir”, tema que galopa, como un presentimiento en el pecho, arropado por coros y vientos de esperanza a lo “PennyLane”.

“Di lo que piensas” cobra un matiz de meditación; la tabla empleada a modo de percusión tribal, los coros ceremoniales y la guitarra doce cuerdas que emula a un sitar, impregnan al tema de una mística hindú donde George Harrison o el final del “Tomorrow never knows” vuelven a ser referencia. Melódica y próxima a Charly García, al atreverse con un registro agudo, “El mundo es cruel (pero creo en él)” es la encargada de cerrar el álbum en un crescendo erigido sobre cimientos acústicos para cobrar fuerza a través de los vientos y destellos de sintetizadores futuristas, augurio de un prometedor futuro. A través de estas diez canciones nacidas de la confrontación entre realidad e ilusiones, Sarria da con la chispa que arde para recordar que siempre hay que guardar esperanza en el porvenir. Los deseos ya no se susurran, se cantan.

Anterior crítica de discos: On the lips, de Molly Lewis.

 

Artículos relacionados