El disco del día: Tom Waits

Autor:

«Vuelve con una flor de sangre entre los dientes. Como el leopardo hambriento que regresa a la cacería después de una larga siesta, sabe donde acechar a su víctima y cuando saltar para romper tráqueas»

Tom Waits
“Bad as me”
ANTI

 

 

Texto: JULIO VALDEÓN BLANCO.

 

 

Cuidado con los adjetivos. Así debería de rezar el primer mandamiento del escriba ante la tesitura de presentar al monstruo. Ya saben. Artista consagrado. Que ha levantado un admirable yo a base de entregar discos mayúsculos mientras, de paso, moldea un personaje que sabe explotar los atributos que adjudicamos al genio, con los desplantes, ladridos, caprichos, misterios, silencios, chifladuras, capotazos y hallazgos que tal representación implica. En el caso de Tom Waits cuesta separar verdad y envoltorio. Si se ponen estupendos los presentadores de televisión, si aplauden incluso quienes aderezan el discurso con rancios tópicos y frases tocadas de oídas, es hora de desempolvar el chaleco antibabas. A pesar de la devoción que ahora le profesan los modernos, quizá a causa de ella, el marido de Kathleen Brennan se ha revelado como un astuto funambulista. Ha conseguido, sobrio, prolongar la ficción del beatnick canalla. Sin renunciar a la estética nocturna. Acogido al terciopelo mordido de tinieblas, a los espejos por donde circulan los espectros del poeta maldito y el cantante loco, la humedad del velador de madrugada, el frío de los besos mercenarios, etc. Qué quieren. Para sobrevivir no basta con agitar un mazo de enormes canciones. Miren el caso de Captain Beefheart. Waits ha asimilado sus inflexiones vocales, melismas y hallazgos (en caso de duda, recuperen ‘Ice cream for crow’), mas el primero murió como un perro, almidonado por las putas del olvido, mientras el autor de «Blue valentine», «Rain dogs», «Bone machine» o «Alice» ya ocupa cátedra en el Rock and Roll Hall of Fame. El show business exige que las partituras más fastuosas lleguen envueltas con el celofán de un discurso bien ensayado, con purpurina y/o escándalo, visión del negocio y guión bien aprendido.

Ahora, que Waits tomara préstamos o que maneje los tiempos no significa que no sea original, que no escriba como los ángeles o que sus discos sean blandas pantomimas. Hay chicha en cada uno de sus lanzamientos. También en «Bad as me», siete años después de «Real gone». Vuelve con una flor de sangre entre los dientes. Como el leopardo hambriento que regresa a la cacería después de una larga siesta, sabe donde acechar a su víctima y cuando saltar para romper tráqueas. Acerca la oreja al pasto y desde allí barrunta trenes de mercancías, gasolineras mugrientas, vaciles canallas, flores de vertedero. Desde 1983, aquel «Swordfishtrombone» que lo rescató del sótano e iluminó su paleta, sus lanzamientos ofrecen un menú calculado.

Sospecho que, como ha sucedido con Springsteen, en España hay cierto hastío ante la canonización recibida en los últimos años. Toca los huevos que hasta el más hortera de los cronistas alardee de amor incondicional por el pirata. Bueno, mejor eso que desayunarse con la mamada al político de turno. El de Pomona se ha ganado las reverencias. Lo certifica, otra vez, con un disco donde encontramos los ingredientes habituales. Baladas de aíre marinero. Polvo y crótalos. Dodecafonismo y aullidos. Instrumentación cruda. Ecos del cabaret berlinés. ¿Revisionismo? ¿Pose? ¿Ejercicio de estilo? Me da por saco. Disfrutemos del ventrílocuo que, haciendo los trucos de siempre, siempre consigue emocionarnos. Aunque invita la nostalgia a recuperar la etapa Asylum, cuando el visceral autor escribía rancias postales a las criaturas nacidas del neón y el fango, cuando cada disco suyo circulaba como un secreto códice con vistas a la romántica liturgia que tanto amamos en fulanos como Kerouac, urge reconocer que sigue mordiendo. No existe bostezo peor que el provocado por los repugnantes puristas, celadores de tumbas, que arman escándalos el día en que el respetable descubre a sus niñas mimadas, incapaces de disfrutar nada que no sea especial, quiero decir, suyo y bien suyo, acotado. Ojalá otros crepusculares dioses (pienso, y no se me solivianten los esnobs, en nuestro añorado Sabina, al que doce años después seguimos esperando con los dedos cruzados) entregaran rodajas con la tartamuda furia de este lustroso «Bad as me». Su hacedor le habrá puesto cuernos a la luna. Puede que incluso monte en bicicleta o coma sano, que sea agasajado en los mejores restaurantes y disfrute de una cuenta corriente digna de una estrella. Lo importante es que tras tantas temporadas en cartel el magnífico bufón no se resigna a acumular premios. Beberá agua, pero hay whisky en los surcos.



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