El disco del día: Mikel Erentxun

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«Erentxun, mira hacia dentro, hacia sus dudas, y deja su disco más sobrio, en el que, principalmente, reflexiona sobre la vida que, como granos de arena, se nos escapa de entre los dedos»

Mikel Erentxun
«24 golpes»
«Eléctrica PKWY»
GASA/WARNER

 

 

Texto: JUAN PUCHADES.

 

 

La novedad discográfica de Mikel Erentxun es en realidad doble, pues dos son los discos que ha publicado. Dos cedés a los que, entiende su autor, debemos enfrentarnos por separado. Como razón no le falta, dadas sus diferencias estilísticas, vamos a ello y comencemos por «24 golpes», el hermano mayor, el que se presenta en sociedad con todos los honores.

Arranca «24 golpes» con la solemne ‘Cuervos blancos’, introducción perfecta, alrededor de la soledad, el irrefrenable paso del tiempo y las existencias que dejamos transcurrir sin sobresaltos pese a estar edificadas sobre errores («Hay camas abiertas / para vidas cerradas en falso / nos tumbamos en ellas / limitándonos a esperar»). Con ella, Erentxun marca desde el primer segundo el tono intenso, a ratos quejumbroso, con el que parece haber querido teñir una obra (en la que hasta la tinta negra de las páginas del libreto se antoja la más indicada) que deriva principalmente hacia un rock melódico pero correoso que se nutre de las formas del rock en el cambio de década entre los sesenta y los setenta, con la mirada puesta, principalmente, en el descomunal libro de texto escrito por los Beatles, aunque también hay ecos de Bowie y guitarras glam (de aquellas que tanto gustaban a The Sweet); referencias que sabe cómo interpretar y hacer suyas. Son canciones con la inquietante contención de esos días en los que la tormenta amenaza descargar con intensidad pero no acaba de hacerlo, el cielo se torna tenebroso e implosiona en truenos turbadores, como si librase una lucha interna a la que somos ajenos. Es decir, Erentxun mira hacia dentro, hacia sus dudas, y deja su disco más sobrio, en el que, principalmente, reflexiona sobre la vida que, como granos de arena, se nos escapa de entre los dedos.

Para ello ha contado con unos textos (propios y de Jesús María Cormán, Rafa Berrio y José Ignacio Lapido) que en ocasiones parecen referirse solo a relaciones sentimentales, pero que guardan sorpresas entre versos para lectores/oyentes atentos: «Encadenados / viendo el río bajar / contracorriente / nos dejamos llevar / desde aquí hasta siempre / desde siempre hasta aquí», entona en la densa ‘Samurai’, y tal vez no cante simplemente a una relación sentimental, quizá esté relatando ese tenso desasosiego vital que te anuda corazón y espíritu al haber atravesado el ecuador biológico. No, no es este un disco de primeras lecturas. Su trasfondo depara agradables sorpresas. Y es que Erentxun ha sabido sacar al gran compositor que es (ese al que, en ocasiones, él mismo ha parecido no reconocer) para, sin perder en ningún momento sus señas de identidad, si no reinventarse, sí reubicarse, hallando un espacio en el que sus melodías encajan con una aridez formal que le sienta estupendamente (ha pasado años como queriendo perseguir la modernidad, sin ser muy consciente de que desde los primeros tiempos de Duncan Dhu ha funcionado mejor cuanto menos aliño ha puesto en su plato, que lo suyo camina perfectamente con lo mínimo), como esa voz más arenosa que casa perfectamente con la más aguda habitual, dando lugar a interesantes contrastes vocales.

Temas como ‘Cuervos blancos’, los beatlelianos ‘Samurai’ y ‘Srta. Soledad’, ‘Desfile’, ‘Penumbra’, el incandescente ‘Ropa vacía’, el rockero ‘Con la vida en los talones’ (con magnífico texto de Cormán, capturando el preciso instante en el que en la inalterable rutina de dos una parte, sorpresiva y unilateralmente, decide que ha llegado el final) y ese frágil ‘A veces te quiero siempre’ (festoneado con bellos arreglos de cuerdas) quedan desde ya entre lo mejor del repertorio del donostiarra. Canciones en las que apetece refugiarse de este inclemente invierno. Muy probablemente, «24 golpes» es la obra más rotunda y perfecta de las grabadas por Erentxun en solitario, la más profunda y equilibrada.

El segundo cedé, «Eléctrica PKWY» («parkway», es decir, «autovía eléctrica»), el hermano pequeño, o el patito feo de la familia, mire usted por donde, no es tal, es una obra hermosa que se sostiene por sí sola y a la que apena saberle condición de plato menor comercial al regalarse junto a «24 golpes». Y es que parece que Mikel Erentxun ha andado sembrado durante su último periodo compositor, porque esta otra decena de canciones (nueve inéditas, que ‘Penumbra’ está en ambos discos, en distintas lecturas; mucho más penetrante la de «Eléctrica PKWY») no tiene nada que envidiarle a la precedente, aunque aquí lo que abundan son aires más folk-rock (en conexión con su anterior álbum, «Detalle del miedo»), en una grabación personal y casera (con Erentxun de multiinstrumentista), vestida con lo imprescindible, con enorme gusto y tendencia a lo acústico, viniendo a afirmar lo comentado más arriba: en el ex Duncan Dhu, menos es más.

De nuevo la apertura opta por la sobriedad con una intensísima ’24 golpes’ que abunda y resume la idea del grueso de este conjunto de canciones (no en vano es la que titula al disco principal): el ciclo vital, los años que nos van cayendo encima y que aunque suman, en realidad van restando en el cómputo global («La vida se va / arañando el alma con cuchillas de afeitar. / La vida se va / como un jinete en la oscuridad»). Desde ahí, preparémonos para introducirnos en una obra seria, conmovedora en muchos momentos, en la que no solo el reloj lo define todo (línea argumental que aporta grandes temas, como ‘El futuro’ o ‘Ayer es un animal herido’), dejando lugar para tremendas canciones de amor, como ‘Veneno’ y ‘Sé libre, sé mía’ («Sé libre en el mundo y mía por hoy»), ambas con magníficos textos de Rafael Berrio, o para ponerse en la piel de Diego Vasallo en su espléndida ‘Mapas en el hielo’ («¿por cuánta soledad se compra un gramo de felicidad?»), también para dejar constancia de las dudas del músico al descender del escenario en ‘Redención’ («¿dónde estarán las sonrisas compradas con una canción?»).

De ningún modo hay que pasar por alto este álbum deslumbrante, que complementa (desde su distancia formal) a «24 horas», incide y expande su idea principal, tiene su propia vida pero ligada a aquel. A ambos los alienta un mismo sentir, levemente oscuro y melancólico. No son exactamente discos tristes, o si lo son estamos ante esa tristeza agridulce que a veces, cuando cerramos los ojos y nos da por pensar en lo que fuimos y en lo que somos, tras sentir primero cómo el hielo nos atraviesa el cuerpo por lo perdido, nos arropa con la calidez de comprender que nada tiene remedio y que esto de vivir, a fin de cuentas, solo consiste en respirar, en disfrutar los buenos y pequeños momentos, en saber que lo has hecho lo mejor posible (como has sabido o podido), en que has intentado no ser un hijo de puta (para eso siempre hay voluntarios). Poco más.

Ahora toca que se le dé una oportunidad, que se escuchen ambos trabajos sin el peso de las ideas preconcebidas, pues a Erentxun le sucede un poco lo que a McCartney: que quedó como el veleta musical, mientras Lennon era el paradigma de la autenticidad, y han tenido que transcurrir décadas para que su obra fuera observada libre de prejuicios (claro, que peor lo tuvo Harrison, que los elogios arribaron post mórtem). Y si el mismísimo Neil Diamond ha logrado ganarse el respeto a las puertas de la jubilación con sus últimas obras (Rick Rubin mediante), ¿por qué Erentxun (por cierto, nada alejado del sentido melódico y comercial de ambos) no puede tener su oportunidad? Solo cabe desearle que en el futuro logre continuar por la senda musical recién abierta: puede haber muy buenas canciones esperándonos.

Anterior disco del día: Elastic Band.

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