El desembarco italiano de los años setenta

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César Prieto escoge diez éxitos italianos, más dos bonus track de regalo, para conformar la escena musical de aquella Italia que triunfó en la España de los setenta. Una pequeña representación de todas las canciones y relatos que componen su artículo en el número 39 de Cuadernos Efe Eme. La playlist perfecta para acompañar su lectura.

 

Selección y texto: CÉSAR PRIETO.

 

En el número 39 de Cuadernos Efe Eme comenzamos el viaje en el año 1973. Más de cincuenta años atrás. No queda tan lejos, algunos vivos, y bien vivos, lo recuerdan. Es más, los protagonistas de ese reportaje aún siguen cantando, o actuando en películas, o en shows televisivos, son nuestros contemporáneos. Sacudámonos el polvo al llegar —el del viaje y el del país que éramos— y escuchemos una radio, una cualquiera. Entonces todo el mundo escuchaba la radio. En el taller de un carpintero, en una peluquería de señoras, en la ventana de una planta baja. Está sonando. Atendamos a lo que se escucha, una hoy en día rara combinación de desesperación y orquestas, de doliente masculinidad, de alegrías sentimentales también. De sentimiento, sí, de mucho sentimiento.

 

1.- En el principio fue Lucio
A principios de 1973, la RCA española publica un disco de un cantautor italiano, Lucio Battisti. Ya tenía algunos singles en su haber sin mucha repercusión; por ello, fue una sorpresa su desmesurado éxito. Merecido, al fin y al cabo, puesto que se trataba de una canción de elegante y plácida naturalidad, que habla del nacimiento de un amor que debe mantenerse libre, incluso en un mundo corrupto y lleno de podredumbre. Se apuntalaba en imágenes cósmicas y de clave alegórica, que ayudaban a difundir el mensaje, de aire entre folk y progresivo, muy cercano a “Space Oddity”. Como la canción de Bowie, que adoraba a Battisti, supuso una revolución en la música europea. A partir de ese momento, la puerta de las listas españolas estaba abierta para cantantes melódicos y dolientes, piltrafas de emoción en caída libre, que se decían sus herederos y que les presentamos en las siguientes páginas.

 

2.- Torneró: “I Santo California”
Segundos antes de que Claudio Baglioni entrase en las listas españolas como primer heredero de Battisti, a toda Europa se le puso la piel de gallina con este adagio progresivo, posiblemente la canción de amor más popular de la música italiana de todos los tiempos. Su melodía es tan fácilmente permeable que, aunque la oigas por primera vez, te parece conocerla desde siempre. Llegaron al éxito de manera casual. En unas fiestas patronales, como teloneros de Iva Zanicchi, los escuchó un productor romano, Elio Palumbo, quien de inmediato les propuso grabar en un pequeño sello especializado en pop romántico y melódico, YEP Record, que acababa de fundar. Tras salir en un programa de televisión, comenzó el boca a boca y, un par de meses después, alcanzaron el disco de oro tras haber vendido más de un millón de copias en Italia. Llegaron a vender doce millones en todo el mundo y las versiones se cuentan a cientos. Disfruten de la más extrema melosidad.

 

3.- Claudio Baglioni: “Sabato pommerigio”
Ese passeroto que inicia la canción a capella, tan íntimo entre amantes, se vuelve doloroso en la despedida, en la voz rota que marcó a toda una generación. La interpretación es serena e íntima, como la portada —con un crepuscular y enorme sol—, se inicia con un susurro y se convierte, mientras va avanzando, en un grito desgarrado de soledad. Pudieron mover montañas con su amor, pero ahora nada tendrá sentido. El amante queda desvalido y se va difuminando poco a poco en una vida en la que se va a encontrar perdido. Ese era Baglioni, que llevaba desde finales de los sesenta combinando canciones oscuras herederas de Poe y una pornografía sentimental extrema que explotó en este “Sabatto pommerigio”. Algo debe de tener la versión original, puesto que, aunque la grabó también en castellano, nadie le hizo caso a esa traducción.

 

4.- Drupi: “Sereno è…”
Algo parecido ocurre con Drupi, cuyo “Sereno è…” no se vendió en la traslación al castellano. Giampiero Anelli, el más cercano estéticamente de toda la cuadrilla a Battisti, se había fogueado en grupos de rock progresivo, había quedado en el último puesto en San Remo y, ante la falta de perspectivas, volvió a su profesión de fontanero.Una serie de gozosas casualidades hizo que unos discos que casi estaban destinados a la hoguera, se empezasen a vender desmesuradamente. RCA no sabía ni quién era ese tipo del que pedían miles de discos en Francia. En España sonó especialmente este “Sereno è…”, una romanza de amor cuyos parámetros —¡¡ay!!— son arcaicamente machistas —como muchas de estas canciones—, envueltos, eso sí, en la dulzura de una jornada cotidiana que perpetúa roles. «Sereno es estar en la cama un poco más, mientras tú en la cocina estás preparándome café». En Europa del Este es un verdadero ídolo, que supera en royalties a The Rolling Stones y sus giras son multitudinarias. En el resto de Europa, nadie se enteró de que Drupi existía.

 

5.- Gianni Bella: “De amor ya no se muere”
El 27 de noviembre de 1976 asciende al número uno de Los Cuarenta Principales “De amor ya no se muere”, de un talludito siciliano de treinta años: Gianni Bella. Su primer elepé, Sogni di un robot, el que contenía la canción, se editó en una pequeña independiente milanesa a la que, rebuscando, llegó la CBS española. No era un novato, eso sí, había intentado llevar la carrera de su hermana Marcella y había ganado el Festilbar con la canción que les presentamos. No era guapo y su figura distaba mucho de representar el ideal angélico con el que soñaban las jovencitas, como nuestro posterior invitado. Tenía un cabello negrísimo y rizado a más no poder, con lo cual su cabeza se asemejaba a un balón de fútbol. Lo que destacaba en él era su melodramatismo y los agudos que llegaba a alcanzar. Toda la canción está plagada de tensión dolorosa, pero sobrecargada, con un mensaje directo y efectivo que llegaba a enternecer a su público hasta las lágrimas

 

6.- Sandro Giacobbe: “El jardín prohibido”
Si hubo un verdadero éxito en este género, fue “El jardín prohibido”. Apoyado por televisiones y radio —durante el verano de 1977 sonó a todas horas, en todas partes—, logró volar con la canción de mayor caradura de la historia, que, para más inri, está basada en un hecho real. Sandro había engañado a su novia con su mejor amiga, y el letrista que tenía en nómina vio en esa historia un filón. Uno nunca puede estudiar de manera científica de dónde viene el éxito de una canción, pero en este caso se pueden hacer varias consideraciones sobre ella: la letra es de una seguridad cínica irritante. Bajo un arrepentimiento y una cursilería que hasta llegan a dar vergüenza ajena, Sandro intenta demostrar que la culpable es la amiga que lo incitaba, y sazona, para ello, su argumentación de un lenguaje bíblico que hace más sagrado el hecho: el fruto prohibido, el perdón de los pecados, el propósito de enmienda, la desnudez, la inocencia adánica. Su llegada, eso sí, fue casual. Un periodista escucho la canción en unas vacaciones en Italia, se trajo el single y lo puso en su programa, se activó el boca a boca y, previa versión en español, llego a ser el éxito más brutal y sorpresivo que yo recuerdo en ninguna canción: se había activado en España el fenómeno fans.

 

7.- Fausto Leali: “Yo caminaré”
A la altura del verano de 1977, entre Bellas y Giacobbes, empezó a sonar en la radio española una canción que llevaba la descarga italiana a otras alturas, más mediterráneas y blueseras. Fausto Leali, su intérprete apodado “il negro bianco”, es el que cuenta con mayor solera de todos los artistas que exponemos, su primer disco es de 1961, así que está más cerca de la generación de Gino Paoli, que de los setenta. Tras telonear a los Beatles con su grupo, I Novelty, prueba en solitario y deriva hacia el soul, encadenando éxito tras éxito. En 1976 vuelve a entrar en la lista de discos más vendidos de Italia, en el puesto cuadragésimo octavo, con el single “Io camminerò”, versión de una canción que había aparecido en el primer elepé de un joven UmbertoTozzi. El mensaje era de una sencillez aplastante, pero también de ese machismo que se disfraza de ternura y romanticismo: «yo caminaré, tú me seguirás… yo te sembraré, tú germinarás». Caminar juntos ni se planteaba en aquellos años. La carrera de Leali continúa con victorias en festivales, grabaciones en Nueva York con una banda de rhythm and blues potente y apariciones como actor en la película Tic Toc, una divertida comedia de David Scovazzo.

 

8.- Richard Cocciante: “Bella sin alma”
Riccardo Vincent Cocciante, nacido en Saigón, de padre italiano y madre francesa, es el más grandilocuente de todos estos intérpretes. El tono menor no existe nunca para él. Lo había intentado con The Nations y con algún disco en solitario, pero no fueron más que bandazos que empezaron a articularse con un primer elepé conceptual para RCA que tiene como núcleo temático el legendario continente perdido de Mu, en el Pacífico. Poco a poco fue entrando en terrenos más convencionales, hasta que, en su tercer elepé, Anima, aparece la inmensa “Bella senz’anima”, que comienza con una melodía evanescente, a la manera de Chopin o Satie, y se desarrolla como pornografía sentimental. Las picardías para burlar la censura dan para un pequeño relato. Comenzó a tener éxito en las gramolas –jukebox– de todos los prostíbulos de las Ramblas, Barrio Chino y aledaños, antes que en ningún otro lugar, porque los clientes que iban a esos locales hacían que sonara la canción. El dueño de esas gramolas había comprado una cantidad importante de discos para llenarlas todas. Bien pensado, no podía haber mejor sitio para el inicio del éxito de “Bella sin alma”.

 

9.- Collage: “Como dos niños”
Allá a principios de los años setenta, en la ciudad sarda de Olbia, hubo dos grupos, Mal P2 y The Angels, que decidieron fundirse en uno solo, por aquello de la mayor efectividad. Durante esos primeros años, el nuevo grupo, Collage, actuó con un repertorio de pop progresivo —de hecho, hay algo de progresivo atemperado en mucha de sus canciones románticas posteriores— en las plazas y fiestas de su Cerdeña natal. Participan también en festivales, en los que siempre quedan en muy buen puesto, hasta que en 1976 ganan el de Castrocaro con una canción inocente y melosa llamada “Due ragazzi nel sole”. Ese mismo año es traducida al castellano y pasa a ser en nuestro país “Como dos niños”. Siguieron a esta, como canciones que no dejaban de sonar en la radio, “Poco a poco… me enamoré de ti” y “Sol caliente”, pero ninguna pudo superar este canto a la inocencia, al despertar del amor, con flautas bucólicas desplegadas en un ropaje pop tierno y flou que es sentimentalismo azucarado puro.

 

10.- Adriano Pappalardo: “Recomencemos”
Quien cierra el ciclo de los grandes románticos, en 1979, cuando ya contaba con treinta y cinco años, es Adriano Pappalardo. Lo hace con una soberbia canción, llena de un rasgado sabor negro, fuertemente soul, más incluso que Fausto Leali. Y si decimos que cierra el ciclo es porque había colaborado de forma muy estrecha con Lucio Battisti en el sello discográfico del que era accionista: Numero Uno. Pappalardo había ido a hacer una audición para el sello, en Milán. Allí, le tocan al piano “Yesterday” y le piden que la interprete a su manera. A mitad de la canción, se abre de golpe una puerta y aparece una gran cabellera rizada con un pañuelo en el cuello. Era Battisti, que se quedó asombrado. Tras abandonar Numero Uno y fichar por el gran refugio de estos cantantes sentimentales, RCA, van pasando los años, hasta que en 1979 llega la canción, la que le pone por única vez en las listas de toda Europa. Una canción que fue utilizada en 2020 en diversos spots que concienciaban sobre las medidas a tomar para protegerse del COVID-19. Es el “Resistiré” de los italianos.

Hoy en día, está centrado en una carrera de actor que lo ha llevado a series y películas, a presentar diversos programas de televisión, a la versión italiana de Supervivientes y a uno de esos programas que seguían el día a día de un famoso, Casa Pappalardo. Los excesos verbales, los insultos y las discusiones hacen que siempre acabe contrato antes de fecha, modelando la imagen de un Pappalardo de carácter cuanto menos difícil y con cierto regusto a vergüenza ajena.

 

Coda 1: Il Guardiano del Faro: “Amore grande, amore libero”
Dos maravillas absolutamente desfasadas les ofrezco como epílogo. Paso por alto grupos que en Italia son absolutos ídolos —como Il Giardino dei Simplici o I Pooh— que por diversas razones, que explicamos en Cuadernos Efe Eme 39, no llegaron a triunfar en España. Quien sí triunfó, allá por 1975, fue Federico Monti Arduini, que actuaba bajo el nombre de Il Guardiano del Faro y diseñó una tonada desacostumbrada, cálida y cósmica a la vez. Como un romanticismo del espacio exterior, la canción envolvía una melodía dulce y ensoñadora.

El aparato del que emergía dicha corriente estelar se llamaba sintetizador Moog y la canción, “Amore grande, amore libero” abría un pasadizo entre la música clásica y el nuevo sonido de los sintetizadores, que imitaban arreglos orquestales con un aire etéreo, nostálgico y elegante. El tema llegó a provocar una película del mismo título al año siguiente, dirigida por Luigi Perelli y a tener una letra en castellano, que interpretó un cantante que en esa época triunfó a lo grande y del que hoy nadie se acuerda, Jacobo.

 

Coda 2: Andrea e Nicole: “La prima volta”
Rizando el rizo de todos los rizos, hubo un par de productores que se inventaron un dúo, Andrea e Nicole, que perpetro una maravillosa y sonrojante “La prima volta”. Entra la composición dentro de otras dinámicas, la canción erótica que apareció a rebufo del “Je t’aime,… moi non plus”. Se trataba de voces apenas sugeridas, jadeos, suspiros sobre una música dulce, con un piano a lo Chopin, coros melosos, algo orquestal y algo electrónico. El referente máximo fue “Femmes” —tres semanas número uno en la España de 1975—, de unas tales Nathalie et Christine and Les Vibrations.

“La prima volta” es un diálogo entre una pareja que va a hacer el amor por primera vez, con letra aparentemente sensual y susurrada. A pesar de estar censurada por la RAI y de no sonar nunca en la radio, llegó al número uno de las listas. Llegaron a sacar todo un elepé en el que se relataba, canción a canción, todo el hilarante proceso amoroso de la parejita, que se conoció por casualidad y se enamoró de inmediato con consecuencias absolutamente risibles de tan irreales. Todavía sacaron un último single, “Niente”, que aún estimuló con más jadeos las hormonas de jóvenes y mayores. Esto fue la música italiana de los años setenta, un San Valentín perpetuo, de los que acarician o de los que destrozan, con canciones que a este pequeño cronista, tantos años después, le siguen estremeciendo.

Si quieres saber más de aquellos italianos y ese periodo, hazte con el número 39 de Cuadernos Efe Eme.

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