El anfitrión, de Ô Paradis

Autor:

DISCOS

«Hace un pop muy electrónico que busca deliberadamente ambientes oscuros, sin llegar nunca a la grandilocuencia»

 

Ô Paradis
El anfitrión
GRABACIONES SENTIMENTALES/HIDdEN TRACK

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

El barcelonés Demian Recio lleva muchos años implicado en proyectos musicales como músico acompañante de, por ejemplo, Dusminguet, Miqui Puig o Comando Suzie. Ha dejado en ellos su buen hacer, que también reserva en modo superlativo para su apuesta personal: Ô Paradis. Su primer elepé, cuando ya llevaba algún tiempo en el negocio, apareció en 2001, y desde entonces, entre unas cosas y otras, ya ha tirado adelante casi una treintena. Su espíritu, su sonido y su estética no varían mucho de uno a otro, Demian hace un pop muy electrónico que busca deliberadamente ambientes oscuros, sin llegar nunca a la grandilocuencia, pero sin quedarse tampoco en lo minimalista. Digamos que sus fondos no se engrandecen por el contenido sino por los detalles.

En su elepé de 2022 el tono queda bien claro desde los primeros segundos: el disco se abre con música barroca, la viola de gamba de Sara Guri que acaricia un tema de TobiasHume con todo el espíritu lúgubre del barroco. No es más que un vislumbre para preparar el espíritu, al que enseguida asalta una sucesión de ritmos industriales a la manera de OMD en Dazzleships. El título, también revelador: “Ils sont la mort”. No es el único uso del francés, los estribillos de “Tout l’espérance” apuntan también a esta lengua mientras los fondos se llenan de fantasía y la voz de toda la carga de un crooner obsesivo.

De hecho, reduciendo un tanto el peso rítmico, muchas de las canciones poseen estructura tradicional; “Omnipresente” es un boleroal que acompañan un bajo constante y un ritmo repetitivo, incluso “Reloj de cuco” porta con ella algo tropical que la lleva a convertirse en envolvente, ligera y casi bucólica. “Siervos” es la más orgánica, con algo del Bowie de los primeros tiempos en su guitarra acústica.

Un Bowie que vuelve a aparecer en “Inspiral”, quizás una de las mejores de un conjunto en el que todas las canciones hacen significativa la lentitud como estado de conciencia, los amores idos y su mejor antídoto: la belleza.

En otro buen puñado de temas, los fondos se vuelven más agresivos. En la albertiana “Ángel”, por ejemplo, estos arañan; en “Tabula rasa” la metódica y mecánica instrumentación tiende a lo decadente y en “Ya no lo quiero” es la voz la que se hace neutra para cargarse de emoción al ir finalizando la canción.

Uno, que conoció a Demian Recio cuando él era aún menor de edad, y que se intercambiaba libros de Joy Division y canciones de Décima Víctima con su pandilla, como mentor casi obligado, no puede más que congratularse de que haya aprovechado tan bien esos referentes.

Anterior crítica de discos: Wild loneliness, de Superchunck.

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