El adiós considerado como una de las bellas artes, de Jean Paul

Autor:

DISCOS

«Las maniobras de Raúl Bernal obedecen a una libertad total, a una absoluta ausencia de servidumbres de mercado»

 

Jean Paul
El adiós considerado como una de las bellas artes
CABAÑA / BANDAÀPARTE, 2020

 

Texto: EDUARDO TÉBAR.

 


Raúl Bernal es uno de los músicos más ubicuos y solventes del mapa granadino. Pianista de carrera, desde hace quince años ejerce de teclista de Lapido (y ahora de 091), además de haber sido solicitado en ciertos momentos para las formaciones de Quique González o Loquillo, junto a los incontables proyectos, de muy diverso pelaje, en los que se ha implicado en Granada desde 2005. Pero Raúl es mucho más que un «hombre de teclas». En los últimos tiempos ha despuntado su faceta compositiva en Dolorosa. Sin embargo, su vena más autoral ha tenido desde sus inicios una vía de escape intermitente bajo el alias de Jean Paul. Así, convertido en una proyección de sí mismo, escudado en un nombre que le permite entrar en diálogo interior con el alambicamiento de un personaje de la Nouvelle Vague, publicó una serie de obras entre 2009 y 2013 con tendencia a la brevedad y en formato siempre cuidadísimo. Como quien desea vestir de gala y con honores a la canción, consciente de su perpetuidad.

Jean Paul ha supuesto una coartada para la libre expresión de Bernal, plasmada no solo en trabajos testimoniales que hoy se conservan como un Vega Sicilia, sino también en grabaciones (disponibles en Bandcamp) que desovillan su universo musical y literario. Incluso se permitió barbaridades como lanzar el miniálbum Ocho variaciones sobre el futuro (2013) acompañado de un anexo con su interpretación íntegra del debut discográfico de Leonard Cohen. ¿Hasta qué punto es bueno que a uno se le vean tanto las costuras? Gusten o no, las maniobras de Raúl obedecen a una libertad total, a una absoluta ausencia de servidumbres de mercado.

Pues bien, ahora el artista opta por acabar con Jean Paul. Raúl Bernal guillotina a su alter ego. Esto no significa, advierte, que en adelante renuncie a seguir creando música desde la misma falta de ataduras. La despedida, eso sí, está a la altura del protagonista. Con un título que evoca a Thomas de Quincey, El adiós considerado como una de las bellas artes se publica de forma conjunta como epé en vinilo de diez pulgadas y como libro (ambos artefactos llevan los sellos de Cabaña y Bandaàparte), fiel hasta el final a su ambición de desenvolverse como músico con perspectiva en la literatura. Las portadas anuncian «la muerte de Jean Paul por Raúl Bernal», pero estas seis canciones resumen una vida. Y puede que el hecho de que el autor vea ya cerca los 40 explique esta necesidad de cerrar unas páginas para abrir otras.

El paso del tiempo, la sensación de envejecer, es uno de los temas cardinales en esta remesa de piezas artesanas, elaboradas con precisión de gemólogo, que arranca con la coheniana “Vestigios ajenos”. La entrada en la madurez palpita en “Abriles”, acreedora de unos versos que apuntalan todo el disco: «Todos los hombres son piedras enormes de un muro que se tambalea. Y el tiempo, su manutención entre piedra y piedra». Pocas cosas resultan tan contraculturales hoy en día como abrazar el más puro existencialismo y sacar de paseo en una canción a los infelices de Esperando a Godot (“La nada”).

La reflexión sobre el individuo y el paisaje conecta con la disertación acerca del amor, con piano trotón, en “Si fuera yo”. “Mala literatura” apunta al oficio del cantautor que carbura con tazas de té. Y en “Huracán y mariposa” vuelve a brillar la vieja fórmula: una acústica por aquí, un piano por allá, una eléctrica que crepita, otra que masajea, y el delicioso contrapunto vocal femenino. Todo ello en comunión con un volumen de setenta páginas preñadas de referencias culturales, de la mitología griega al cine clásico. Y mucha música. Y mucha literatura. A Raúl Bernal se le suele comparar, tanto en el fondo como en la forma, con Diego Vasallo; no van desencaminados. Pero su manera poética y afrancesada de alquitarar las palabras y los acordes, y más en esta última entrega, guarda bastante de las lecciones aprendidas de otro donostiarra, su admirado Rafael Berrio, con quien compartía maquetas y confidencias. Hay motivos para poner ya en valor a Jean Paul. Y para echar de menos a los buenos escritores.

Anterior crítica de discos: U kin b the sun, de Frazey Ford.

 

Artículos relacionados