Dropkick Murphys: el celtic punk de unos irlandeses en Boston

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«La banda se dio a conocer con conciertos callejeros que animaban las fiestas populares a ritmo de gaitas, mandolinas y folclore irlandés»

 

La banda irlandesa Dropkick Murphys lleva más de tres décadas abordando el punk desde sus raíces celtas en pleno corazón de Massachusetts. Sara Morales nos cuenta su historia.

 

Texto: SARA MORALES.

 

Su relato es como el de otros tantos descendientes de inmigrantes irlandeses asentados en la capital de Massachusetts. Nacidos, crecidos y, en este caso, forjados como banda en 1996, desde uno de los barrios obreros del sur bostoniano que, a mediados del siglo diecinueve, abrió sus puertas a cientos de familias provenientes de Irlanda. Huían de su isla, azotada por la hambruna que provocó la plaga de la patata arrasando cultivos, matando de inanición a un millón de personas y obligando a varios miles a abandonar su tierra para sobrevivir.

Aquel movimiento migratorio, recordado como uno de los más relevantes en las páginas de Europa, tuvo como destino principal esta ciudad por la flamante actividad de su puerto marítimo, por su prestigio académico y por una economía puntera y sostenible que auguraba un futuro mejor. Y aunque así fue, el drama de la diáspora irlandesa, a pesar de las décadas y las generaciones transcurridas, permanece todavía en la memoria del país damnificado y en la de sus gentes como uno de los episodios más negros de su historia; por ello, es fácil reconocerlo también en la obra de los Dropkick Murphys que, aunque norteamericanos de nacimiento, no renuncian a sus orígenes y lo abordan como uno de sus más recurrentes pilares conceptuales. Su cuarto disco publicado en 2003, Blackout, da buena y desgarradora cuenta de ello a través de su versión del “Fields of Athenry”, original de Pete St. John.

 

 

Transvase cultural

La comunidad irlandesa representa, en la actualidad, el 15,8% de la población bostoniana. Porque, a pesar de unos inicios espinosos marcados por la discriminación, la exclusión social y la clandestinidad en la práctica de sus ritos y costumbres, con el paso de los años logró hacerse un sitio en la sociedad norteamericana y ganarse el respeto de sus vecinos hasta integrar, y fusionar, ambas culturas en una sola.

 

 

De ahí, que el equipo de Boston en la NBA vista el verde y se llame Boston Celtics, en honor a la esencia celta inherente a los irlandeses que habitan sus calles. O que, todavía hoy, una de las festividades más celebradas en el calendario de la ciudad sea la que honra al patrón de Irlanda, San Patricio, con estampas cerveceras atestadas de tréboles, cuyo festín sonoro corre a cargo de los Dropkick Murphys desde su formación. De hecho, así es como la banda se dio a conocer en sus inicios a mediados de los noventa, rompiendo su anonimato con conciertos callejeros que animaban las fiestas populares a ritmo de gaitas, mandolinas y folclore irlandés.

El tema “I’m shipping up to Boston”, de su quinto álbum The warriors code (2005), es desde su lanzamiento uno de los más representativos del Saint Patrick’s Day a nivel mundial. Además, la banda conserva en su catálogo de canciones “Tessie”, una versión propia del himno de los Red Sox de Boston, que se convirtió en el tema oficial de la serie mundial de béisbol en 2004; año en que, precisamente, el equipo local se hizo con la victoria.

 

 

Creadores de un subgénero

Aunque The Pogues fueron los primeros en llevar la tradición irlandesa al rock ya en los ochenta, los Dropkick Murphys sobresalen en esta corriente por arrastrar el sonido celta de sus raíces hasta un género mucho más indomable y perturbador como es el punk; pero, sobre todo, por hacerlo lejos de tierra y en suelo de adopción. Por darle salida desde el espíritu proletario y humilde en el que se vieron envueltos sus antepasados una vez y que, por ende, el tono y la actitud no podían ser otros que los de la eterna reivindicación del género más combativo e insurrecto.

Así, sin darse a penas cuenta, se fueron convirtiendo en los precursores de un pequeño estilo llamado celtic punk, que engrandecerían junto a otros compañeros de escena como los Flogging Molly desde California, reconociendo en The Pogues, Stift Little Fingers, los Clash, los Ramones y AC/DC sus máximas influencias.

Un total de nueve álbumes de estudio —el último, 11 short stories of pain and glory de 2017— avalan la carrera de este grupo que, a lo largo y ancho de su trayectoria, ha visto desertar a varios de sus integrantes en un constante ir y venir de músicos. Pero que, en definitiva, ha sabido conservar su ímpetu y su personalidad, muy en buena parte gracias a la fuerza omnipresente del líder Ken Casey, bajista, voz y único miembro fundacional que se mantiene en la formación a día de hoy.

Tras aquel Do or die de 1998 con el que debutaban discográficamente, y al que siguió un año después The gang’s all here, no han dejado de cosechar éxitos con nombre propio. Su último gran hit tuvo lugar en 2013. Se esconde en el tracklist de su octavo disco —Signed and sealed in blood—, se llama “Rose tattoo”, su videoclip rinde un simbólico tributo a Dee Dee Ramone y una de sus ediciones cuenta con la voz del mismísimo Bruce Springsteen. Todo es intencionado, nada es casual.

 

 

Con sus canciones, su sonido y su actitud, los Dropkick Murphys —la mayor banda de arraigo en el desarraigo— han contribuido, no solo a engrandecer la memoria de sus ancestros, sino también a dotar de volumen a la música estadounidense que jamás imaginó verse representada en el aliento celta.

 

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