Discos: «High hopes», de Bruce Springsteen

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«High hopes’ se queda a medias. ¿A medias de qué? Pues de un buen disco y otro regular»

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Bruce Springsteen
«High hopes»
COLUMBIA/SONY

 

 

Texto: JULIO VALDEÓN BLANCO.

 

 

Tercera vez que hablo de «High hopes» en diez días. Ahora sí, tras dos docenas de escuchas. ¿Reacción frente a la sobredosis de clichés, ya saben, la maratoniana duración de los conciertos, los himnos de la clase obrera y bla bla bla? Agota la insistencia en la parafernalia y el supuesto detalle costumbrista. Cansa la burla de cualquier objeto artístico no santificado por la posmodernidad y esos malabares tejidos con certidumbre de que no hay rock and roll que la Velvet no hiciera y que reciben cada entrega del de Nueva Jersey con risitas «hipsters».

Qué decir de quienes afirman que por vez primera el autor de «Born to run» (1975) trabaja con descartes. Solo con remontarse a «The river» (1980) sabrían que muchas de sus canciones (‘Independence day’, ‘Point blank’, ‘Drive all night’, ‘Ramrod’, etc.) fueron probadas para «Darkness on the edge of town» (1978), o que temas como ‘Sherry darling’ rulaban en el estudio desde 1976. ‘Janey needs a shooter’ y ‘Frankie’ las ensaya, y descarta, durante años. ‘Devils and dust’ (2005) parte de un disco country medio cocinado en 1995, mientras que ‘Nothing man’, que acabará en 2002 dentro de «The rising», viene de otro, repleto de loops y que continúa inédito, del que saldrá ‘Streets of Philadelphia’. «Nebraska» (1982) nace durante la gestación de lo que luego sería «Born in the USA» (1984)… Pueden comprobarlo acudiendo, un suponer, a webs como la extraordinaria Brucebase.

Recomendable también la entrevista que Andy Green le ha hecho para «Rolling Stone». Porque bien está que no nos guste Springsteen, que lo consideremos poco ácrata o divertido y huyamos de cuanto no sea avalado vía «Pitchfork» y despreciemos lo que la masa adora por un prurito de elitismo, olvidar que estamos ante uno de los compositores fundamentales desde los setenta y quedarnos con el retrato superficial y displicente del público que arrastra a partir del «Born in the USA», como si su carrera previa, y posterior, no fuera imponente, porque somos así de listos, molones y guapos. Pero conviene, antes de hacer el oso, repasar las fuentes.

Dicho lo cual añado que «High hopes» se queda a medias. ¿A medias de qué? Pues de un buen disco y otro regular. Hay temas estupendos, como ‘This is your sword’ y su perfume celta, versiones interesantes (‘High hopes’) y regulares (‘Just like fire would’, aunque adoro escuchar los coros de Steve, o una excesivamente adecentada ‘Dream baby dream’, mucho mejor, más fiera e hipnótica cuando la cantaba en directo en el 2005), experimentos logradísimos (‘Hunter of invisible game’, con sus capas de violines, de extraña elegancia, o la claustrofóbica e industrial, y más tarde folkie, ‘Down in the hole’), clásicos propios que reivindica con autoridad (’41 shots’, qué barbaridad de recreación, qué pieza tan maravillosa y, sí, valiente) y otros (la imperial ‘The ghost of Tom Joad’) marrados por un exceso de juegos artificiales atribuibles a ese émulo de pelmas como Steve Vai, Joe Satriani o Van Halen llamado Tom Morello.

Aparte las canciones ya destacadas, subrayaría el cuidado anclaje literario de muchos textos, marca de la casa, lo bien que funcionan la multiplicidad de estilos ensayados, pop y Suicide, Pogues y roots-rock, y una preciosidad, ‘The wall’, cuyo cautivador solo de trompeta enlaza con lo mejor de una obra desacomplejada, lastrada en no poca medida por Morello y su magia potagia. E igual que me pregunto cómo hubieran resultado bastantes de sus últimos discos, repletos de material de primera, de no haberlos pintarrajeado con producciones hipertrofiadas, cultivo la duda de qué sucedería si en pleno viaje a lo desconocido contratara como productor a, digamos, el Nils Frahm de «Spaces» o pistoleros en plan Steve Albini o Warren Ellis. Si radicalizara la apuesta, en fin, como no hace desde «Nebraska» y aquí amaga. O si viajando en sentido inverso se encerrara en un granero junto al núcleo duro de la banda más el añadido de Joe Henry o Rick Rubin tras las consolas. Lo que sea con tal de que profundizar en el consejo de un autor con el que comporte mucho, David Simon, y de cuya inmortal cita, «fuck the average reader», bien podría aprovecharse el Springsteen más relajado y juguetón en siglos.

Anterior crítica de discos: “Live from KCRW”, de Nick Cave and The Bad Seeds.

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