Diego Vasallo recuerda a Rafael Berrio

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Ayer conocíamos la triste noticia del fallecimiento de Rafael Berrio, tras varios meses de lucha contra la enfermedad. Diego Vasallo se despide de él desde Facebook con este texto en el que recuerda su amistad y experiencias compartidas.

LA VIDA QUE AMAMOS.

Para Rafael Berrio

La grandeza de sufrir por la pérdida es nuestro privilegio así como el de muchos animales también; un dolor lacerante sin el cual, paradójicamente, nuestra existencia sería mísera, nuestro interior el vacío de un cráter y el mundo que pisamos no más que una piedra helada.

Ayer 31 de marzo moría, en San Sebastián, Rafael Berrio. Hoy día 1de abril, sobre todo quiero compartir este dolor con su familia y su mujer Gemma, para ver si la pena compartida es capaz de mitigar algo el frío cruel de la ausencia; y la cercanía, el amor y tantos recuerdos compartidos logran templarnos mínimamente el corazón.

Conocí a Rafa hace muchos años, no recuerdo exactamente cuándo ni cómo. Fuimos estableciendo una relación de amistad y complicidad poco a poco, hasta que hoy puedo decir que ha sido, y es, uno de mis amigos más queridos.

Recuerdo los primeros tiempos de nuestras correrías allá por el barrio de Amara de Donostia donde Rafa siempre tuvo el local de ensayo, al lado del estudio de Iñaki de Lucas, en el que teníamos tertulias inacabables después de alguna grabación, regadas con las cervezas del bar de arriba. Deambulamos muchas noches por aquellas calles, de un bar a otro, con su perro Cocker con mucho pelo, que siempre se perdía para aparecer sin falta cuando habían cerrado el último bar. Coincidíamos en muchas cosas pero una de ellas eran los bares harapientos sin música, las tabernuchas, de esas que ya no queda ninguna, las bodegas antiguas, los viejos cafés. Rafa era en eso más riguroso que yo y podía ser capaz de rebuscar a través de la noche hasta dar con el local deseado: cutre, semivacío, y con clientela sospechosa.

Con los años también frecuentamos otros establecimientos de ambiente más chic y contemporáneo como el antiguo Lagar o el Gerald’s, ya cuando él vivía en el barrio de Gros, y yo me acercaba para pasar unas horas bebiendo y charlando, muchas veces con la alegre compañía de su mujer Gemma y otros amigos, dejando que la noche fuera devolviendo a casa a las almas solitarias que habitan ese territorio vacío y un tanto desolado de los días laborables donostiarras. La conversación con Rafa era imprevisible y siempre estimulante. Con una vasta cultura poética, era una delicia hablar con él sobre autores literarios y musicales, con su sarcasmo displicente, su ingenio y el alto vuelo de sus ideas. Y también su humor, su sana risa, esas carcajadas inocentes, que le hacían doblarse como un junco cuando algo de la conversación le divertía. Eran noches mágicas, porque es verdad que casi siempre nos veíamos al final del día; una especie de vampiros en busca de su ración de vida.
Rafa era alguien muy conocido y querido en el barrio; me presentó a un buen número de artistas y newbohemians de la ciudad como alguien encarnado en una especie de gurú para músicos más jóvenes.

Fueron tiempos muy felices y despreocupados, malgastando sabiamente el tiempo que se nos escurría de las manos. Nunca olvidaré aquellas noches de neones y copas, de risas y disquisiciones existenciales, de locales vacíos y aceras mojadas que brillaban con las últimas luces de los bares.
Con el tiempo yo tuve que ir distanciando esas expediciones tan queridas a la otra punta de la ciudad, por diversos problemas de salud, pero seguíamos en contacto y nos veíamos también de vez en cuando; en muchos conciertos, exposiciones de amigos comunes, aprovechando siempre por mi parte el placer de su compañía y la felicidad de los reencuentros.

Guardo con especial cariño la última vez que estuvimos juntos. Fue en Santander cuando Rafa nos acompañó a Fernando Neira y a mí a unos ensayos que Fernando y yo teníamos en los estudios Moon River de Fernando Macaya. Rafa estuvo dos días con nosotros que fueron un regalo, pura magia en el recuerdo. En aquellas cenas era Rafa quien pedía un buen vino al que se había acostumbrado en los últimos tiempos, él que siempre había sido de vino del año peleón. Y la calidez de las conversaciones volvía a darnos cobijo ante la intemperie de ahí fuera.

Por supuesto siempre he considerado que fue la fortuna la que me hizo el regalo de que uno de mis más amados amigos fuera al mismo tiempo el mejor letrista de canciones que he conocido. Preciso, afilado, irónico, burlón, romántico, y siempre sublime. En fin, qué os voy a decir que no sepáis. Enorme compositor con una obra apabullante. SIEMPRE nos quedarán sus canciones, llenas de emoción viva y pura como la energía de las tormentas.

Colaboramos muchas veces, en diferentes grabaciones, y me gustaría destacar el gran trabajo que hizo Rafa y todos los demás componentes del grupo de arte Lieder, un proyecto que aunque efímero, quedará en nuestras biografías como una experiencia rebosante de belleza.
Sumamos vivencias, agotamos las posibilidades, moldeamos la vida como arcilla en nuestras manos, sorteamos la fea realidad de lo vulgar.

Viviste la vida que amamos.

Siempre te llevaré conmigo.

          Diego Vasallo.

 

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