Corazón azul, de Luis Brea

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DISCOS

«El regreso del músico madrileño arrampla a lo grande, con la fuerza de un músculo compositivo sano y la delicadeza de quien sabe conectar versos y melodías con la naturalidad de un visionario»

 

Luis Brea
Corazón azul
ALTAFONTE, 2023

 

Texto: SARA MORALES.

 

Qué manera de latir y de expandir sangre oxigenada por todo el cuerpo, la de este Corazón azul de Luis Brea. Cómo se impone la sensibilidad de sus conjuros letristas y la de su gracia sonora, a lo largo y ancho de esta cuarta y esperada entrega que llega tras dejarnos en ascuas durante un lustro. El regreso del músico madrileño arrampla a lo grande, con la fuerza de un músculo compositivo sano y la delicadeza de quien sabe conectar versos y melodías con la naturalidad de un visionario. Y lo hace ahora acompañado de Luca Petricca a la producción y de una nueva banda que respalda y engrandece cada unos de sus planteamientos instrumentales, y se nota, se agradece; pero, para que eso ocurra, debe haber de base un don creativo, y Luis lo posee. Siempre lo tuvimos claro, a pesar de que se escondiera entre los árboles del frondoso bosque del indie, a pesar de que viviera más a gusto y tranquilo en el segundo plano, y la escena le dejara estar. Pero hasta aquí. Ha llegado el momento de tirar de él, de reivindicar su obra, de situarle en el lugar que merece y, por supuesto, de celebrar el pálpito de este nuevo disco.

Solo por canciones como “El apagón”, el cometido de esta entrega ya está cumplido; y con creces. Tan perfecta, tan preciosa, tan diferente en sus múltiples recovecos, tan sutil y tan directa a la vez, tan conmovedora. En ella juega a la concatenación verbal, a dejar fluir palabras y frases que, a modo de un spoken world muy particular, explosionan contra un muro de sonido muy sencillo, pero tremendamente efectivo y empático. Porque lo que Luis relata en esta composición, y la forma en que lo hace, llega a lo más profundo, pues todos los hemos vivido; pero cuando su verborrea inteligente calla y deja espacio a los crescendo instrumentales, vemos cómo estos alimentan todavía más el alma que se esconde tras ese corazón azul del que ha venido a hablarnos.

Solo por versos como «yo que me columpio en mis errores, a mí que me pida la hora el reloj, que sé cómo se cazan los lunes», perteneciente a otra de las gemas más valiosas del álbum, “La caída de Van Helsing”, el retorno del compositor a la actualidad está saldado. Y lo hace charlando sobre algo tan cotidiano como la resaca y la reflexión inherente a los domingos, aunque está claro que tal misiva va mucho allá de la zozobra de un día de la semana. Y no solo eso, es capaz de darle una vuelta al tono cantautor de guitarra acústica y voz en primer plano, para levantar piezas como “Mi ciudad preferida” y la propia “Corazón azul”. De reivindicar el espíritu del rock and rock clásico y primigenio de la mano de “Mucho mejor” y la sorpresiva “Estrella del rock”, en la que cuenta con la compañía de Johnny Cifuentes, capo de Burning, y con quien abandera la importancia de la autonomía e independencia personal, frente al ruido de los medios de comunicación, las redes sociales y demás telarañas de sobreexposición y sobreinformación. Un asunto, una canción, muy necesarios.

Con “El vaivén”, el primer tema que nos dejó escuchar hace meses, ya intuimos que Luis Brea se había liado la manta a la cabeza con la experimentación. Unir tintes de folclore en cualquier composición tiene su riesgo, pero él y su nuevos aliados salen del paso más que airosos, elegantes incluso, como demuestran en “Mañana”. Los metales decoran el fondo y el trasfondo de “Volverán”, cincelada por otro de sus magistrales crescendo, en un homenaje a la compañía que nos hacen elementos inertes como la radio, con transmisiones vivas como las canciones, en momentos de nostalgia y melancolía. “Del revés”, por su parte, pelea contra esa dicotomía eterna que divide nuestras vidas entre las obligaciones y el tiempo libre, los deberes y los deseos.

Todas y cada una de las arterias y venas, que entran y salen de este Corazón azul, lo convierten en el generador de energía perfecto para pasar un buen rato con uno mismo. Un disco pop que se divierte jugando y atreviéndose a entrar en lugares que parecían enterrados, a través de estampas costumbristas y escenas de pura rutina, pero con la magia de las primeras veces, aún a sabiendas de que no lo son. Y es, precisamente, ahí donde se halla la grandeza. En ideas sencillas convertidas en castillos.

Anterior crítica de discos: Lobes, de We Are Scientists.

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